La invidencia es la segunda causa de discapacidad en México y, al tiempo, una de las que menos atención recibe. La población de ciegos y débiles visuales en el país asciende a 1 millón 292 mil 201 personas, indican los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), que datan de un censo de 2010. En el 90 por ciento de los casos, esta discapacidad es adquirida; el 17 por ciento de quienes la padecen son menores de 30 años, el 33 por ciento tiene entre 30 y 59 años de edad y el 48.8 por ciento es mayor de 60 años. Las causas principales son la edad avanzada y algunas enfermedades, como la diabetes.
Las pocas instituciones de apoyo para esta comunidad, como el Comité Internacional Pro Ciegos, están en crisis. Dicho Comité, cuyas instalaciones están ubicadas en la colonia Santa María La Ribera, tiene 52 años de experiencia en el área de rehabilitación para adultos en la Ciudad de México, pero está a punto de cerrar ante la falta de recursos.
Otra institución dedicada a este sector social es la Biblioteca de México, poseedora de una de las bibliotecas en Sistema Braille más grandes de Latinoamérica. Además, cuenta con diversos talleres dentro de las áreas de rehabilitación, capacitación y recreación. Está localizada en las inmediaciones de la estación del Metro Balderas, y es a donde asiste tres veces a la semana un ávido lector, Israel Hernández Franco, de 33 años, quien también estudia una carrera técnica en el Centro de Capacitación para el Trabajo Industrial (Cecati) 58. Actualmente está desempleado, pero su currículum va desde vendedor por catálogo, hasta empleado en un centro de atención telefónica en el que, por cierto, nunca le pagaron; además, en 2005 participó en un programa del Gobierno del Distrito Federal, Ecodis (Emprendedores con Discapacidad), que resultó ser “únicamente un fraude”.
Israel también ha diseñado cursos para la Escuela Nacional de Ciegos, otro organismo de apoyo a los discapacitados visuales. Abierta en 1870, esta Escuela fue la primera de Latinoamérica, de acuerdo con el estudio Quitando el velo de la oscuridad: la Escuela Nacional de Ciegos, y en sus más de 140 años de existencia ha recibido discapacitados visuales tanto de la ciudad como de zonas rurales. Uno de ellos es Antonio Sánchez, quien perdió la vista en un accidente automovilístico en el que se le desprendió la retina del ojo derecho; posteriormente se le desarrolló una catarata en el izquierdo. Él asiste en el turno matutino a la Escuela y trabaja vendiendo chicles, dulces y cigarros en la Plaza Loreto del Centro Histórico.
No obstante que se trata de una institución para invidentes, su acceso resulta complicado: la estación más cercana del Metro es Zócalo y la mayoría toma la ruta de la calle de Moneda, Correo Mayor y después Justo Sierra; para los invidentes la caminata a la Escuela Nacional de Ciegos representa un viaje lleno de peligros, desde el exacerbado comercio informal, hasta los ruidos y vociferaciones constantes; a veces tienen que recorrer y sortear las calles más aceleradas y bulliciosas del Centro Histórico.
Conseguir un empleo resulta aún más difícil. Sólo tres de cada 100 invidentes llegan a niveles superiores de educación u obtienen un posgrado; igualmente, según estadísticas del Comité Internacional Pro Ciegos, sólo 13 de cada 200 alumnos consiguen empleo digno. La mayoría son vendedores informales.
Tal es el caso de José Antonio Padilla, de 55 años de edad, quien perdió la vista a causa de una bala que entró y salió de su cabeza atravesándole las sienes cuando tenía 17 años. Ahora trabaja vendiendo dulces en la estación del Metro Deportivo 18 de Marzo, y tiene que tomar este transporte desde Aragón.
Él testifica haber sido discriminado en varios trabajos, incluso en el transporte público: “Es peor en el Estado de México, [ahí] me discriminan por subir con mi perro guía; además, creo que el Metrobús no está adaptado para nosotros, es muy fácil caerse. En el Metro creo que las estaciones más peligrosas es donde el andén está en medio, como Potrero y Ciudad Azteca. Es una locura vivir así en el Distrito Federal”, dice.
En este año, nueve personas invidentes han caído a las vías del Sistema de Transporte Colectivo Metro sin que haya casos de alguna persona electrocutada, informó Joel Ortega, director del Sistema; una de ellas es Isabel, de 54 años, quien cayó a las vías lesionándose la muñeca y el pie izquierdo. Ella vive con su esposo y argumenta que el transporte público no está adaptado para las personas que padecen cualquier discapacidad.
El problema que representa la discapacidad visual no sólo radica en no poder ver, sino en la incapacidad de los demás para poder y querer verlos, lo que pone en riesgo inminente sus vidas cuando están en lugares públicos, como las calles y el transporte.
La mayor parte de los testimonios recabados refiere que los accidentes fueron en realidad provocados por videntes:?quienes han caído a las vías del Metro, por ejemplo, dicen haber sido empujados, insultados e incluso heridos por terceros.
En la Ciudad de México, el transporte público de por sí representa un peligro para sus millones de usuarios. Por ello, la complicación para una persona que sólo se guía por los sentidos del oído y el tacto es inimaginable.
Los accidentes en el transporte público también pueden ser causantes de discapacidad, como fue el caso de Javier Palacios, de 55 años de edad, quien perdió la vista después de que el microbús en el que viajaba chocara al pasarse un alto en la colonia Vallejo. No hubo ninguna indemnización de las autoridades respecto de su caso.