Oscar Luis Toledo/Prensa Latina
Un rastro de sangre llevó a la patrulla hasta un área pantanosa del Parque Nacional Tsavo, en Kenia, donde hundidas en el fango encontró cinco moles grises de carne putrefacta, el resultado de una matanza de elefantes.
En enero se hallaron en la misma zona los restos de 12 ejemplares, y 1 mes antes, los de otros nueve. “No habíamos tenido esa clase de incidentes en años recientes”, declaró alarmado Samuel Takore, jefe del Servicio de Vida Salvaje de Kenia.
Cada día 1 centenar de elefantes es sacrificado para obtener sus colmillos, según indicó la ecologista keniana Paula Kahumbu, directora ejecutiva de la fundación Wildlife Direct.
El último reporte de la Convención Internacional sobre especies en peligro ubicó a su país, con Uganda y Tanzania, entre los tres más afectados por la cacería indiscriminada, que amenaza con extinguir la especie.
En 2014, bandas criminales masacraron 35 mil animales para arrancarles sus colmillos, reveló la investigadora. La cifra en 2011 fue de 25 mil, lo que evidenció un marcado incremento.
La venta del marfil de cada elefante genera entre 8 mil y 10 mil dólares, pero, “mientras ese comercio enriquece a unos pocos criminales, priva a los países de los miles de millones de dólares que genera el turismo ecológico”, afirmó Philip Muruthi, director de la Fundación para la Protección de Vida Salvaje en África (AWF, por su sigla en inglés).
En Kenia murieron 302 elefantes en 2014, entre ellos Mountain Bull y Satao, los dos más famosos por sus largos colmillos.
El turismo representa el 20 por ciento del producto interno bruto del país y esos monumentales mamíferos constituyen una de las principales atracciones, pero, como sucede en el resto de África, es cada vez más difícil avistarlos en las sabanas.
De continuar su matanza seguirá desapareciendo gradualmente tan valiosa y admirable especie, lo que “no sólo es un crimen contra la vida salvaje, sino también un sabotaje económico”, agregó Muruthi.
En la década de 1980 fue exterminada más de la mitad de los elefantes africanos.
Así, en enero de 1990 fue aprobado un acuerdo internacional para evitar el comercio ilegal de marfil y se logró frenar la demanda, pero dado el valor actual de ese producto el Continente enfrenta un marcado incremento del tráfico.
El marfil se cotiza en los mercados asiáticos, su principal destino, hasta en más de 1 mil dólares por cada 1 de los 10 kilogramos que pesan las dos piezas de cada ejemplar, como promedio, de ahí lo difícil de acabar un negocio tan lucrativo.
Las investigaciones dirigidas por el conservacionista Esmond Martin evidencian que en Nigeria se concentran, para su comercialización, los colmillos procedentes de los países de la región.
El equipo de Martin encontró recientemente más de 14 mil piezas en una sola inspección realizada en el centro comercial Lekki, de la ciudad de Lagos.
Hace 12 años el investigador condujo un sondeo similar que detectó 4 mil colmillos trabajados y en bruto en ese mercado. La cifra actual, tres veces mayor, es un indicador del alza en la muerte de elefantes.
Para detener esas matanzas, de acuerdo con expertos de la AWF, es necesario acabar con la demanda de marfil mediante leyes más severas y campañas efectivas.
Con el fin de tratar de frenar el tráfico, el gobierno nigeriano impulsó en 2011 nuevas regulaciones que establecen severas sanciones para penar la exposición, publicidad y compraventa de marfil.
Los ecologistas demandan una mayor vigilancia en y alrededor de las áreas protegidas, el establecimiento de controles más estrictos en las fronteras, puertos y aeropuertos, para capturar a los contrabandistas, y elevar las sanciones contra ellos.
Algunos parques nacionales importantes cuentan con equipos para la protección de la fauna que actúan como fuerzas paramilitares de respuesta rápida, dotadas de armas de alto poder, vehículos todo terreno artillados, helicópteros y drones para vigilancia aérea.
La Unidad contra Cazadores Furtivos de las Cataratas Victoria (VFAPU, por su sigla en inglés) dispone de 17 efectivos que cubren un área de 50 kilómetros cuadrados y opera en el Parque Nacional Zambezi, en Zambia.
En 2014, la VFAPU capturó a 400 criminales, autores de la muerte de cientos de elefantes, incluyendo a los causantes de un envenenamiento masivo con cianuro, nueva modalidad muy peligrosa empleada por los malhechores para facilitar la caza.
Camerún, Chad y la República Centroafricana acordaron en marzo de 2013 un plan conjunto de extrema emergencia contra los cazadores, el cual incluye el empleo de tropas, el intercambio de información de inteligencia y el incremento de las sanciones.
Un mes más tarde, el sistema de monitoreo de la reserva centroafricana de Dzanga-Sangha localizó en un claro los cuerpos de otros 26 elefantes.
A mediados de enero de 2015, una patrulla del Batallón de Intervención Rápida (BIR) que protege el Parque Nacional Bouba Ndjida, en Camerún, encontró los restos de 10 elefantes. Una semana después enfrentaron a una banda de cazadores furtivos fuertemente armados que logró escapar.
Resulta difícil impedir estos hechos en esa reserva de 2 mil 200 kilómetros cuadrados. “En muchos casos los delincuentes cuentan con apoyo en villas cercanas, cuyos pobladores ven en los elefantes una amenaza para sus siembras”, indica un reciente reporte del Ministerio de Bosques y Vida Salvaje camerunés.
Por otra parte, el Parque Bouba Ndjida se encuentra en la frontera con Chad, donde los cazadores buscan refugio para burlar las operaciones del BIR, añade el informe.
En el lado chadiano la situación también es grave. Por la caza indiscriminada, la población de elefantes del Parque Nacional Zakouma pasó de 4 mil ejemplares en 2006 a sólo 450 en 2011, lo que obligó a tomar fuertes medidas para proteger la especie, las que permitieron detener las brutales masacres.
El gobierno de Chad ha puesto en marcha un sistema de vigilancia que permite monitorear a las bandas en profundidad, antes de su llegada a las áreas protegidas y se destinan unidades de las Fuerzas Armadas para enfrentarlas cuando se adentran en la región, señaló Rian Labuschagne, director de Zakouma.
El presidente de la Fundación Salvar los Elefantes, Iain Douglas-Hamilton, alertó que como resultado del aumento que experimentan por las matanzas, “los ejemplares con grandes colmillos son cada vez más raros en África”.
La cacería indiscriminada provoca afectaciones a esta especie, pues la muerte de los elefantes mejor dotados impide que puedan pasar su carga genética y con el tiempo, son los más pequeños y con menores colmillos los que predominan, afirmó el investigador de la AWF, Joyce Poole.
Pero la consecuencia genética no se limita, según Poole, a la reducción de la talla de los colmillos. Son cada vez más frecuentes los casos de hembras y machos desprovistos de los mismos.
Un estudio realizado en el Parque Nacional de Luangwa Sur, en Zambia, evidenció que, como consecuencia de la caza furtiva en busca de marfil, el número de elefantes sin colmillos aumento del 10.5 por ciento en 1969 a casi el 40 por ciento en la actualidad.
Algo similar se reportó en el Parque Nacional Reina Isabel, de Uganda, donde la tasa de elefantes sin colmillos pasó del 3 al 25 por ciento. Este fenómeno se presenta en otras reservas naturales del Continente y el porcentaje de animales con esa deformación tiende a incrementarse, agregó el especialista.
De continuar la matanza de elefantes africanos se extinguirá por completo la especie o, por selección natural, las nuevas generaciones serán de menor talla y perderán sus espléndidos colmillos de marfil, que podrán verse entonces tan sólo en los museos, o en los mercados.
Oscar Luis Toledo/Prensa Latina
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