Connecticut, Estados Unidos. ¿Se avecina una “Nueva Ola Conservadora” –por no decir “fascistoide”– en América Latina? ¿Estaremos condenados a una sucesión de “Olas” progresistas y conservadoras, a una especie de “cachumbambé” [1] sube y baja] del desarrollo social?
Las trascendentales elecciones presidenciales celebradas en Argentina –el domingo 19 de noviembre– mostraron un ascenso de la popularidad de candidatos del neoliberalismo y la ultraderecha extrema, aunque el candidato peronista de Unión por la Patria (UxP) tenía muy buenas posibilidades.
El dúo de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner que había derrotado a Mauricio Macri, al Clarín, a la poderosa –pero desmoralizada– oligarquía argentina, al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al poder de Estados Unidos en las elecciones anteriores, termina su periodo con elevadísimos índices de pobreza y de inflación. Esto imposibilitó la elección como presidente de Sergio Massa, el ministro de Economía.
Como sabemos, en la República Oriental del Uruguay el Frente Amplio ganó la primera vuelta, pero no pudo evitar el balotaje [2]. Si hubiera existido una ley electoral como las de Bolivia y Argentina, el candidato frenteamplista Daniel Martínez fuera hoy presidente. Sin embargo, fue derrotado en una segunda vuelta por Luis Lacalle Pou, paladín del neoliberalismo derechista.
En México, a pesar de un exitoso gobierno del gran Andrés Manuel López Obrador, su arma política Morena está debilitada por el divisionismo y los “egos”. Son crónicos en la centro-izquierda e izquierdas latinoamericanas. Y no hay reelección, es un sexenio solamente, y no puede haber un segundo periodo del extraordinario primer mandatario mexicano, quien es, quizás, la figura política más relevante de América Latina en nuestros días.
Algunos factores influyeron de manera importante en la “Nueva Oleada Progresista Latinoamericana” de hace un lustro. Es necesario concertar –a mi juicio– varios factores para no ver caer lo avanzado entonces:
El continente está viviendo un momento de inflexión histórica, las fuerzas de la ultraderecha tratan de recuperar terreno. Las elecciones regionales de hace unas semanas en Colombia así lo demuestran. Después de varios años continuos de expansivas victorias políticas de las fuerzas revolucionarias y progresistas en Brasil, Argentina, Bolivia, México, Colombia, Honduras, existe el peligro de un estancamiento e, incluso, de un retroceso.
A través de vías electorales –en ocasiones acompañadas por acciones de movilización colectiva, sumadas a sistemáticas agresiones económicas y a una inocultable conspiración externa–, las fuerzas conservadoras amenazan con asumir el control de varios gobiernos del continente, el caso de Argentina es un ejemplo.
Numerosas conquistas sociales –logradas años atrás– pueden verse eliminadas. Hay un esfuerzo ideológico-mediático por decretar un supuesto “fin del ciclo progresista”. Consideraría como inevitable la derrota de estos gobiernos en las elecciones.
Hace unas décadas estaba en boga el concepto del Fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama. Se planteaba que el “capitalismo liberal” era la forma óptima y “final” de la sociedad humana. Este concepto es refutado y desprestigiado en el presente.
Ahora el pensamiento reaccionario –sobre todo en América Latina– propone una suerte de “Detenimiento de la Historia”. En ésta, a un gobierno progresista seguirá otro de derecha, a manera de círculo vicioso del desarrollo social, el mismo Fin de la Historia servido con otra salsa.
Se ponen como ejemplos principales a Chile, Argentina y Uruguay, donde los gobiernos del Partido Socialista, del ala progresista del Peronismo y del Frente Amplio han sido seguidos en el pasado por los neoliberales: Sebastián Piñera, Mauricio Macri y Luis Lacalle Pou.
Con esta idea pretenden propagar que ahora le “toca” a Argentina y México gobiernos de derecha; el fascismo de Javier Milei, por ejemplo. Una patraña anticientífica y seudo-ideológica para negar el futuro socialista de la Humanidad.
Sin embargo, el combate intelectual contra estas “explicaciones” mistificadoras de la realidad no elude el análisis frío sobre el despliegue de acciones sociales hostiles –económicas, políticas, culturales, militares y jurídicas–. Las mismas han llevado a que las clases sociales necesitadas y los gobiernos progresistas y revolucionarios perdieran terreno y política o cedieran la iniciativa.
Las principales acciones enemigas en el plano económico consisten en aumentar la pobreza –y, por supuesto, la desigualdad– con altos índices de inflación, desabastecimiento, etcétera. Desde el punto de vista jurídico, se han ejecutado las agresiones contra Dilma, Lula, Cristina y Petro ya mencionadas. Aunque en algunos casos no progresaran por completo, hacen disminuir el prestigio de esos dirigentes y siembran la duda entre sus seguidores.
En política –y en las lucha de las clases sociales–, las acciones del adversario no son las únicas que explican los resultados finales, sino que son también nuestras propias acciones o inacciones. Las relaciones visibles y claras con las clases y los sectores laboriosos –en el estilo del gran Fidel Castro Ruz– convierten las agresivas acciones del adversario en condición eficiente. Producen un tipo de resultado desfavorable para las fuerzas del progreso social y de caos en los países, donde los enemigos se presentan como “las fuerzas del orden y la estabilidad”.
La actual contraofensiva imperial en América Latina tiene una forma diferente a la que vivimos en las décadas de 1960, 1970, 1980, o en la segunda década del presente. Antes se privilegiaba el uso desnudo de la fuerza, los tanques a la calle, bombardear La Moneda, para articular tras de sí a políticos y empresarios que sostenían el tutelaje dictatorial-militar sobre la sociedad. Ahora la punta de lanza es mediática, económica, social y cultural. Sólo después, si llega el caso, se recurre a la confrontación social con posibilidades de emplear a la fuerza armada, como vimos hace unos pocos años en Bolivia.
Hoy, las principales herramientas de ataque brutal se concentran en el debilitamiento económico de los países –caída de los precios de materias primas–; el boicot –cierre de fuentes de financiamiento, ocultamiento de mercancías, fuga de capitales–, y en un asedio ideológico-cultural contra los gobiernos y fuerzas sociales revolucionarias.
El bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba es un extraordinario ejemplo de una guerra económica en tiempo de paz. Y cómo el pueblo cubano ha podido resistir durante seis décadas tan atroz agresión es un caso-estudio de qué se debe hacer para contrarrestar la acción enemiga.
Actos mediáticos rufianes –capaces de “asesinar” a diario la imparcialidad y la verdad en el altar de la infamia y la mentira noticiosa– han sido articulados. Asimismo, hay una campaña multimillonaria de ablandamiento cultural a través de la promoción de infinidad de foros, clubes, redes sociales, seminarios, becas y “encuentros ciudadanos”. Éstos irradian un discurso liberal, moralizante y de escarnio en contra de todo aquello que huela a popular –el “antipopulismo”–. Busca erosionar las bases de credibilidad y producción de sentido de los Estados progresistas.
Los logros de la actual época de triunfos electorales en los principales países de la Patria Grande han traído, como consecuencia, nuevas metas muy importantes para nuestros pueblos. Entre ellas:
Los retos que hay que enfrentar para que no se produzca el “cachumbambé” [sube y baja] son tan evidentes como difíciles de lograr, pero hay que hacerlo cueste lo que cueste. Entre ellos, están:
Para mí, el factor cultural es esencial, paralelo con el crecimiento de la educación de los pueblos. José Martí, Cesar Vallejo, Alejo Carpentier, Vicente Huidobro, Julio Cortázar y otros que bien merecieron el Nobel de Literatura y nunca lo recibieron, presumiblemente por razones políticas –o en el caso de José Martí, por prematura muerte en combate–, junto a quienes lo merecieron y sí lo recibieron –Pablo Neruda, Gabriel García Márquez– es el más alto reconocimiento, no sólo por su excelso talento y obra, sino también por su compromiso con América Latina y el Caribe y su futuro, el cual no dependerá de “Oleadas”. Para los Vargas Llosa de este mundo, recordarles que no sólo es la virtud de escribir –como ellos lo hacen es admirable–, sino también defender los genuinos intereses de nuestros pueblos. Este último es imprescindible si de verdad quieren merecer el respeto de todos.
Es necesario combatir el sectarismo político, la intolerancia con las posiciones de otros que también luchan por el progreso –es decir, ser unitarios y no sectarios–. Hay que entender que los gobiernos progresistas deben mejorar en la práctica las condiciones de vida del pueblo, aun en las circunstancias más desfavorables. Éstos son algunos de los temas que es necesario superar para que no se produzca un “cachumbambé” [sube y baja] político y se logre estabilizar un progreso continuo hacia el socialismo en la Patria Grande.
Notas:
[1] En Cuba, un cachumbambé es una estructura compuesta por una tabla, equilibrada en el medio, utilizada como un juego en el que una persona sube, mientras la otra baja. Por eso uso esa expresión como un símil de cambios sucesivos de orientación política en América Latina
[2] No soy partidario de segundas vueltas electorales, ¿acaso la primera vuelta no brindó al pueblo argentino diversidad de opciones? Y Sergio Massa ganó por un claro margen del 6.7 por ciento que significaron 1 millón 700 mil votos más. Hacer de ello borrón y cuenta nueva es un acto palpable de antidemocracia. ¿Vox populi, vox dei? ¿O no?
El “balotaje” fue adoptado por las oligarquías latinoamericanas después del histórico triunfo del gran Salvador Allende en las elecciones de Chile en 1970. Las camarillas del poder capitalista en América Latina decidieron que eso no podría volver a ocurrir y tomaron prestado el concepto del “balotaje”. De tal forma que, si un candidato del pueblo gana la primera vuelta, las fuerzas oligárquicas y de derecha con su dinero, medios serviles, jueces comprados e influencias de todo tipo, “le caen en pandilla” en la segunda
Con el incremento de la conciencia social de los pueblos de la Patria Grande, se está convirtiendo el balotaje en otra de las “armas melladas del capitalismo”. No pudieron derrotar a Gabriel Boric en Chile, quien aplastó al “pinochetista” José A Kast. En las elecciones de Brasil, el balotaje no pudo parar a Luiz Inacio da Silva, “Lula”. Lo mismo pasó en Colombia, donde Petro y Francia derrotaron al “aparecido” Rodolfo Hernández
José R Oro/Prensa Latina*
*Ingeniero cubano residente en Estados Unidos
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