Semana

Ciencia y tecnología en el capitalismo, la mercantilización del conocimiento

Publicado por
Ruth Davila

A raíz de los dichos del representante del Banco de México ante la Junta de Gobierno del CIDE, Santiago Bazdresch Barquet, en los que aseguró que en el Centro de Investigación y Docencia Económicas “hay 16 nuevas contrataciones de las cuales sólo dos o tres vienen de universidades reconocidas internacionalmente. Las demás son de universidades que no está claro que mejoren la plantilla. Uno de los contratados es del propio CIDE, lo cual es muy grave que una institución contrate a sus propios egresados, porque puede generar endogamia”, se generó una amplia discusión sobre el colonialismo académico, el elitismo, racismo y discriminación como prácticas recurrentes que persisten en la academia.

Para abonar a la discusión desde un enfoque crítico, me centraré en reflexionar en torno a la ciencia y el desarrollo científico y tecnológico en el capitalismo, a propósito de una lectura que hice hace algún tiempo de dos volúmenes que fueron publicados en la década de 1970, pero que no han perdido su vigencia y actualidad. Me refiero al texto coordinado por Rose y Rose, Economía política de la ciencia y Radicalizar la ciencia. En estas dos obras se reflexiona sobre la práctica científica en el marco del desarrollo capitalista. Con frecuencia se argumenta que la ciencia y su práctica está despojada de ideología, pero como bien afirma el filósofo Luis Villoro, esta aseveración es en sí misma ideológica. La ciencia es una praxis y una relación social y el objetivo de la economía política de la ciencia es dar cuenta de las relaciones de poder y dominación insertas en dicha relación.

En la obra de Rose y Rose se hace una amplia reflexión crítica en torno a los problemas asociados a la práctica científica y al desarrollo tecnológico presentes en los años de su publicación e incluso que son problemáticas que siguen vigentes: la cuestión de la mujer en la ciencia; el elitismo científico que se expresa, entre otras cosas, en el profundo divorcio entre la sociedad, la ciencia y los científicos; la inutilidad práctica de muchos de los estudios que se realizan en las universidades y centros de investigación (financiados con dinero público, la mayoría de las veces) y que no tienen ningún impacto en la resolución de los problemas más acuciantes de la humanidad; el problema del cientificismo, entre otros. A éstos, agregaría uno que se ha generalizado a nivel global y que es el de la cienciometría, es decir, la legitimación del trabajo científico a través de la “producción científica” y sus supuestos impactos, que se miden por el número de citas, número de papers publicados, entre otros.

Como lo establece Carles Soriano, “para el capital, la actividad científica es ese tipo de trabajo cualificado que se incorpora en los procesos productivos junto a trabajo de menor cualificación y, en este sentido, la ciencia se halla plenamente subsumida por el capital. Sin embargo, al tratarse de trabajo cualificado desarrollado mayoritariamente en universidades y centros públicos de investigación, el capital no paga por la fuerza de trabajo que constituyen los investigadores científicos.” Subsumida por el capital, también la “producción científica” deja de ser un valor de uso para completarse en una mercancía. Hoy día, explica Soriano, los grandes grupos editoriales han penetrado el campo de la “producción científica” triplicando el número de publicaciones científicas y convirtiendo este ámbito en un negocio más.

Explica que “la industria editorial de la literatura científica no es, pues, muy distinta de la industria editorial de la literatura a secas o de la industria del arte. Todas ellas operan en el ámbito de la intermediación, con mercancías sui generis, cuyo precio no se determina por la ley del valor en sentido estricto”. Todo ello, cabría reflexionar en qué realmente contribuye a solucionar los problemas de la gente, la verdadera endogamia está en el negocio y la mercantilización del conocimiento, de la ciencia y de la producción científica que además está sometida no sólo por intereses mercantiles de la industria editorial, sino por el predominio de los enfoques epistémicos dictados por las revistas con “mayor prestigio”. Cabe decir que muchas de las publicaciones e investigaciones son directamente financiadas con dinero público o dinero de los propios grupos de investigación que buscan que su trabajo tenga visibilidad, reconocimiento y prestigio.

Además de la generación de ganancias para los grandes grupos editoriales, la explotación se ejerce también con los revisores, a quienes no se les paga por esta tarea que también es un trabajo, sumado a que las y los autores de los artículos en muchas ocasiones incluso son los que tienen que poner dinero de su bolsa para poder publicar sus investigaciones. Lo que siempre se pierde de vista es que detrás de toda publicación científica se esconde un proceso de mercantilización del conocimiento manejado por la industria editorial, que marca las pautas de cómo se tiene que “producir el conocimiento”, quién y qué se publica.

En un mundo definido por las crisis, habría que pensar y re-pensar la función social de la producción científica, el rol de la academia en la actual coyuntura de crisis civilizatoria, qué papel deben tener las universidades y las y los productores de conocimiento frente a un mundo en el que avanza a pasos agigantados la extrema derecha y el fascismo se erige como única opción. Por tanto considero de suma trascendencia que se abra el debate y la reflexión y sobre todo volver a pensar en los términos que lo plantearon Rose y Rose al hacer una crítica desde la economía política a la ciencia y la producción del conocimiento en el capitalismo.

Ruth Dávila*

* Directora de la División de Estudios Multidisciplinarios del Centro de Investigación y Docencia Económicas, CIDE.

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