Crónica desde Pekín

Crónica desde Pekín

Shanghái, China. Tuve que levantarme muy temprano. Debía estar a las 6:30 de la mañana en la estación del tren Hongqiao para viajar a Pekín.
FOTO: 123RF

Shanghái, China. El jueves pasado tuve que levantarme muy temprano. Debía estar a las 6:30 de la mañana en la estación del tren Hongqiao de Shanghái para viajar a Pekín. Un ligero desayuno con sopa de wanton –ravioles chinos– en un pequeño restaurante de la estación aportó las energías necesarias para iniciar el traslado. El tren esperaba para hacer la travesía. Fueron cuatro horas con treinta y cinco minutos para recorrer 1 mil 200 kilómetros entre las dos mayores urbes a una velocidad máxima de 350 kilómetros por hora.

Al llegar, mi siempre sonriente amigo Wu esperaba puntual para trasladarme al hotel a fin de comenzar las actividades. Esa misma tarde sostuve un diálogo interesante y fructífero con varios colegas chinos para intercambiar temas internacionales. Su avidez por conocer lo que está ocurriendo en América Latina y el Caribe es patente.

Una vez más comprobé nuestro mutuo desconocimiento y lo ubiqué como la razón que influye con mayor determinación en la generación de dificultades para un mejor y óptimo acercamiento. China está comenzando a entender que no basta con tener excelentes relaciones con empresarios y políticos. Es necesario construir un abanico más amplio de vínculos, los cuales se orienten a la sociedad civil, las organizaciones populares, los movimientos sociales, partidos políticos, las universidades, los intelectuales y académicos, entre otros.

Ante la pregunta de por qué hay resistencia en América Latina y el Caribe a la presencia china, la cual –según ellos– genera grandes beneficios a la población, respondí que no siempre era así. Los intercambios con empresarios sólo producen lucro y ganancia para ellos. Los pueblos no observan el resultado directo de las inversiones y el intercambio comercial porque no los conocen ni están al tanto.

De la misma manera, China advierte que su confrontación –no necesariamente bélica– con Estados Unidos es ineludible. Hace sólo unos años atrás, permeaba la visión ingenua –por lo menos en el mundo académico que conocí– que se podría avanzar en el desarrollo y construcción de su modelo político en “sana convivencia” con Estados Unidos. Hoy, se ha dado paso a la convicción de que esa paz es cada vez más improbable. Sobre todo, tras los sucesos de 2019 en Hong Kong, cuando Washington financió y promovió la revuelta secesionista.

La agresividad expresada tras la “guerra comercial” de Trump, el descarado apoyo occidental a Taiwán, la presencia creciente de las fuerzas armadas de Estados Unidos en los mares adyacentes y el importante esfuerzo diplomático de Washington encaminado a construir alianzas militares en su entorno han conducido a China a comprender la inevitabilidad del conflicto y la necesidad de prepararse para él.

Esta resolución es apreciable en el discurso de los académicos con los que he conversado, pero también en las informaciones que transmiten los medios de comunicación. Desde mi punto de vista, marca una notable diferencia con lo que observé hace menos de cinco años.

Con el fin de aprovechar el tiempo libre, durante el fin de semana visité Zhengding: un “pequeño pueblo”, según los locales. En realidad es una ciudad antigua de 550 mil habitantes ubicada a 275 kilómetros al suroeste de Pekín en la provincia de Hebei. Esta urbe ha cobrado notoriedad porque un joven llamado Xi Jinnping de 29 años se inició como dirigente político en 1982. Ésto tras asumir el cargo de secretario general del comité distrital del Partido Comunista durante tres años.

Los habitantes recuerdan la impronta del hoy máximo líder del país. Un colega consultado al respecto señala como relevantes algunas acciones emprendidas por el joven dirigente comunista: la reducción de impuestos a los campesinos productores de cereales, la reparación y restauración de más de 1 mil escuelas primarias y secundarias, la creación de una escuela de deportes con especialización en ping pong –este deporte es referente nacional en la actualidad–, la obtención de recursos para la reparación y mantenimiento de los templos religiosos –que son patrimonio cultural de la ciudad, de la región y del país– y la gestión para que se filmara la película Sueño en el pabellón rojo en la ciudad –que se transformó en un ícono de la cinematografía nacional–. El escenario de la filmación se ha conservado y es el centro principal de interés para turistas nacionales.

No obstante, la visita debió ser suspendida a causa de las colosales lluvias traídas por el tránsito del tifón Doksuri por las cercanías del territorio. Al momento de redactar estas líneas, el fenómeno meteorológico había producido inundaciones graves que obligaron a las autoridades a declarar la alerta roja y evacuar 31 mil personas. Las lluvias han sido consideradas las peores que han afectado a la capital en los últimos 20 años.

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Las consecuencias de Doksuri y las respuestas gubernamentales han sido el centro de la actividad informativa de los medios de comunicación durante los últimos días. Las precipitaciones han tenido una media de 320.8 milímetros y una máxima de 580.9 en un sector de Pekín.

A pesar de ello, el espectro informativo –sobre todo, las redes sociales– no ha escatimado en comentar la destitución del canciller Qin Gang. Aun con profusión de comentarios de cualquier tipo, no llega a caracterizarse en un escándalo nacional. Los chinos hacen eco, en particular, de los que exponen los hechos como una telenovela amorosa.

El nombramiento de Wang Yi –quien ya había ocupado tal responsabilidad en el pasado y que había entregado el cargo a Qin hace sólo siete meses– da cuenta que fue una decisión no pensada ni planificada. Las altas autoridades tuvieron que tomar una rápida decisión ante la próxima realización de las Cumbres de BRICS en Sudáfrica, G-20 en India y APEC en Estados Unidos, en las cuales debe participar el presidente Xi Jinping.

Asimismo, la cancillería debió atender a seis jefes de Estado y a otras altas autoridades, quienes han visitado China durante estos días para participar en las ceremonias de inauguración de la Trigésimo primera edición de las Olimpiadas Mundiales universitarias.

En un ámbito más íntimo, el lunes 31 se realizó la presentación de la edición china de mi libro China en el siglo XXI. El despertar de un gigante con gran despliegue informativo. El evento se realizó en la sede de China International Communication Group (CICG) –el gigante de los medios de comunicación–. Al hacer uso de la palabra, el presidente del CICG, Du Zhanyuan, dijo que “el modelo chino no está exento de errores, pero el país no aceptará que sean los medios occidentales los que lo critiquen con prejuicios mal intencionados que falsean la realidad”.

Du anunció la celebración de un gran evento que denominó “Foro de la civilización de América Latina y China” durante el próximo mes de septiembre en Argentina. Será un punto de encuentros y debates entre el gigante asiático y nuestra región a fin de intercambiar ideas y opiniones de cara a un futuro compartido.

A 347 kilómetros por hora en el tren de regreso a Shanghái, aprovecho para escribir estas notas, después de una corta, pero muy fructífera e intensa visita a Pekín.

Sergio Rodríguez Gelfenstein/Prensa Latina*

*Licenciado en estudios internacionales; maestro en relaciones internacionales y globales; doctor en estudios políticos

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