En mi precedente artículo del 12 de febrero en estas páginas sobre la sorprendente postura italiana con respecto de Venezuela; las nuevas relaciones bilaterales con China; la One Belt One Road (la nueva vía de la seda) y, finalmente, sobre las políticas neocolonialistas del país transalpino en África, cabe mencionar también la crisis política entre Italia y Francia con respecto de la reunión del Movimiento Cinco Estrellas (cogobernante italiano) con representantes de los “chalecos amarillos” de Francia. Tal hecho ha molestado al gobierno francés al punto de convocar a su propio embajador en Roma para nuevas disposiciones.
Francia, que reconoce presidentes fantoches como en el caso de Guaidó en Venezuela, presenta su inconformidad política al gobierno italiano porque se reúne con la oposición política francesa. Por su parte, Italia –que no termina con su pretensiones imperiales en África y el Mediterráneo– la vemos reunirse con Estados Unidos e Israel para construir un nuevo frente antiiraní, una nueva Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) modelo 2.0 contra Irán y a favor de la Guerra sin Límites en aquella región. Pero vamos por orden y dejamos la cuestión iraní en otro momento. Ahora es importante analizar el porqué de la crisis entre Italia y Francia y qué intereses geopolíticos están en juego en la región mediterránea.
Mientras Libia sigue cayendo siempre más adentro de la guerra civil, resultado de la intervención militar de la OTAN en marzo de 2011, más clara se ve la crisis política entre Francia e Italia al tratar de tomar el control de aquellos importantes recursos naturales libios. Se trata de una competencia sin freno entre estas dos naciones para poder acreditarse el protectorado de Libia.
En mayo pasado el gobierno francés organizó en París una conferencia internacional sobre Libia. El presidente Macron logró reunir en esa ocasión al líder del gobierno inconstitucional de Trípoli, al Sarraj, y al jefe del autoproclamado Ejercito Nacional Libio en su base ubicada en la región de Cirenaica, el general golpista Haftar. Ningún acuerdo importante se firmó entre aquellas partes en conflicto, sino apenas un intento informal de convocar nuevas elecciones políticas para el 10 de diciembre del año pasado (que, claro, no se dieron por la oposición contundente de Italia y Estados Unidos).
Los días 12 y 13 de noviembre del año pasado se organizó en la ciudad siciliana de Palermo una cumbre sobre Libia organizada por el gobierno italiano, donde participaron diversas bandas terroristas en guerra entre ellos y también estaban presentes jefes de Estado de Egipto, Argelia, Túnez, Turquía y Rusia como observadores.
Tampoco hubieran podido faltar en esa cumbre Arabia Saudita y Catar, países rivales y aspirantes colonizadores de aquella región. La cumbre de Palermo no ha logrado resultados positivos para la pacificación de Libia. Todo fue reenviado a otra cumbre que se dará en 2019. Sin embargo, el gobierno italiano Cinco Estrellas-Liga Norte presume de haber logrado reunir al Sarraj y Haftar, pero –de hecho– esos dos individuos ya se habían reunido 6 meses antes en París.
Hay que destacar también la crisis con Turquía, cuando en una reunión dentro de la misma cumbre de Palermo fue excluida junto con Catar. Por eso la delegación turca abandonó anticipadamente la cumbre para regresar en Ankara. El debido aislamiento político de esos dos países fue por cierto impuesto por el general Khalifa Haftar, como condición para sentarse en la misma mesa con su enemigo al Sarraj.
El general, que estuvo exiliado y refugiado en los Estados Unidos antes, con pasaporte diplomático estadunidense, considera la congregación de los Hermanos Musulmanes, apoyada por Turquía y el Qatar, como el pero mal que se vive en Libia. Y al parecer el presidente de los consejos de ministros italianos, Conte, para poder lograr hacer una foto recuerdo con al Sarraj y Haftar –formalizando así su victoria política y diplomática– ha aceptado la voluntad de Haftar de aislar Ankara y Doha (si pensamos que Haftar no participó en la reunión plenaria de la cumbre, justo para no encontrar a los representantes de estos dos países).
Cabe no olvidar –nunca y jamás– que la crisis Libia y sus “efectos colaterales”, entre estos la emigración forzosa hacia Europa –en la Libia del presidente constitucional Gadafi trabajaban unos 2 millones de africanos– fueron las consecuencias de aquella guerra en 2011 contra aquel país que desde la Revolución verde de Gaddafi hasta ese momento era el más próspero de toda África y donde hoy día se carece de alimentos básicos como el agua y el harina.
Ni Francia ni Italia –y tampoco la OTAN– tienen las credenciales en regla para representar un proceso de paz ni para condenar sus respectivas políticas colonialistas en esa región. Lo anterior porque son la causa principal del mismo conflicto y de la crisis humanitaria en ese país. El lugar de Francia, Italia, Estados Unidos y la OTAN debería ser un tribunal donde se juzguen sus crímenes contra la humanidad pero se sabe que detrás de sus declaraciones, detrás de la prensa amarilla francesa e italiana, también hace su propio juego como vanguardia de fuego en la Guerra Sin Límites. Hay intereses oscuros pero no tan secretos, ya que fueron analizados en un artículo de mi autoría publicado también aquí, en las páginas de Contralínea, el 16 de febrero 2018 bajo el título “La misión militar semiclandestina italiana en África”. En juego no hay sólo el control de Libia sino también la ruta estratégica de la migración africana y que pasa desde el Niger hacia Libia. Por esto de la crisis diplomática entre Francia e Italia.
Alessandro Pagani*
*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente cursa el doctorado en teoría crítica en el Instituto de Estudios Críticos.
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