Sídney, Australia. La preocupación por la inflación encabezó la encuesta de Ipsos sobre Qué Preocupa al Mundo en 2022, superando a la preocupación por la pandemia de Covid-19. El retorno de la inflación tomó desprevenidos a los principales bancos centrales, como la Reserva Federal (FED) de Estados Unidos, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo.
La persistencia de la inflación también sorprendió al Fondo Monetario Internacional (FMI). El retorno de la inflación y su persistencia pusieron de manifiesto la pobreza de la profesión económica, incapaz de ponerse de acuerdo sobre sus causas y las respuestas políticas necesarias. También puso de manifiesto los prejuicios de la profesión contra la clase trabajadora.
Casi todos los principales bancos centrales, así como el FMI, fracasaron estrepitosamente a la hora de prever la llegada de la inflación.
En diciembre de 2020, la Reserva Federal predijo que los precios subirían menos de 2 por ciento en 2021 y 2022. Fracasó estrepitosamente cuando, en diciembre de 2021, estimó que la inflación en 2022 sería solo de 2.6 por ciento, a pesar de que los precios ya estaban subiendo más de 5 por ciento al año.
La Reserva Federal estadunidense no fue la única que no vio venir la inflación. El gobernador del Banco de Reserva de Australia confiaba tanto en la baja inflación que en marzo de 2021 declaró que el tipo de interés se mantendría en su mínimo histórico hasta al menos 2024.
La inflación en las economías avanzadas durante 2021 superó la media de las previsiones en unos 5-8 puntos porcentuales. Las previsiones del FMI se han quedado muy por debajo de la inflación real en repetidas ocasiones.
Entre la mayoría de los banqueros centrales y los economistas más destacados existía la opinión generalizada de que los aumentos de precios (o inflación) que comenzaron a mediados de 2021 eran temporales, y que los aumentos de precios se ralentizarían o que la inflación descendería en 2022.
Algunos, por supuesto, insistían en lo contrario y querían medidas antiinflacionarias inmediatas. Así pues, reinaba la confusión política.
Pronto se impuso la fobia a la inflación y se aconsejó a los bancos centrales que actuaran con decisión subiendo los tipos de interés aunque ello supusiera una ralentización de la economía o un aumento del desempleo. Se hicieron afirmaciones exageradas sin pruebas de que no actuar ahora sería más costoso más adelante.
Se aludió a raros episodios de hiperinflación para justificar la dureza de las políticas.
Los dogmáticos halcones de la inflación ignoraron el hecho de que, en la mayoría de los casos, la inflación no se acelera hasta convertirse en una dañina hiperinflación, sino que se mantiene moderada. También ignoraron su propio modelo macroeconómico neoclásico, que sugiere una pequeña pérdida de bienestar por una inflación moderada.
El preámbulo del Artículo IV del FMI, que establece que las políticas económicas deben tener como objetivo fomentar “un crecimiento económico ordenado con una estabilidad de precios razonable, teniendo debidamente en cuenta las circunstancias [específicas de cada país]”.
Pese a ello, una política única de fuertes subidas de los tipos de interés se convirtió en el único remedio para alcanzar un objetivo universal de inflación de 2 por ciento, una cifra sacada de la nada.
Sin embargo, ¡los banqueros centrales y los economistas de la corriente dominante presumen de su credibilidad!
La inflación es, ante todo, la expresión y el resultado de reivindicaciones contrapuestas sobre la distribución de la producción y la renta nacionales, por ejemplo, los márgenes de beneficio de las empresas frente a los salarios de los trabajadores.
Así, tan pronto como la inflación se disparó a principios de año debido al lento ajuste de la escasez de oferta inducida por la covid a la demanda reprimida, exacerbada por la guerra y las sanciones, los principales banqueros centrales y economistas de la corriente dominante encontraron una excusa para armar las políticas económicas contra la clase trabajadora..
Atizando el miedo a las espirales de precios y salarios, abogan por el uso de un mazo de tipos de interés para crear desempleo y, a su vez, disciplinar al trabajo.
Y ello a pesar de que las investigaciones del FMI y del Banco de la Reserva de Australia no han encontrado pruebas de espirales salariales desde la década de 1980 debido a la disminución del poder de negociación de los trabajadores.
Así, la agencia Bloomberg titulaba: “Los mayores beneficios desde 1950 desmienten la historia de inflación salarial de los directores ejecutivos”.
Las investigaciones realizadas por el FMI también han revelado un aumento del poder de mercado de las empresas o corporaciones, lo que se traduce en precios y márgenes de beneficio más elevados.
Sin embargo, el FMI no cree que estos factores “contribuyan de forma significativa al actual entorno inflacionista”. En su lugar, justifica este aumento de los beneficios alegando que “proporcionan amortiguadores flexibles entre los aumentos generales de los salarios y los precios” y que solo se trata de una recuperación “después de recibir un golpe en 2020”.
Pero esta compasión no se extiende a los trabajadores que han perdido sus vidas y sus medios de subsistencia. Las peticiones de subidas anticipadas de los tipos de interés no han hecho más que aumentar.
El Banco de Pagos Internacionales (BPI) advirtió: “Con la perspectiva de salarios más altos, ya que los trabajadores buscan recuperar el poder adquisitivo que perdieron, la inflación podría ser alta durante mucho tiempo”.
Los laboristas son claros perdedores. La participación de los trabajadores en el PIB ha ido disminuyendo desde principios de la década de 1970.
La precarización, la deslocalización, la legislación antisindical y el progreso tecnológico han reducido enormemente el poder de negociación de los trabajadores, mientras que la privatización y la dilución de la legislación antimonopolio han reforzado enormemente el poder de las empresas y su comportamiento colusorio y anticompetitivo.
Mientras tanto, los paquetes retributivos de los directores ejecutivos han aumentado hasta niveles tan estratosféricos como detestables, con un incremento de 940 por ciento desde 1978 en Estados Unidos, frente a un aumento de 12 por ciento para los trabajadores durante ese periodo.
Aprovechándose de la pandemia, la remuneración de los presidentes ejecutivos o directores generales aumentó 16 por ciento en 2020, cuando los trabajadores sufrían, y a un nivel récord en 2021.
Los principales banqueros centrales y economistas de la corriente dominante crearon convenientemente un dogma en torno a un objetivo de inflación de 2 por ciento para justificar su postura antilaboral.
El objetivo de inflación de 2 por ciento se ha convertido en una norma mundial similar a la ley de la gravedad, a pesar de que carece de base teórica o empírica. La ley de la gravedad varía en función de la altitud, pero el objetivo de 2% es universal, ¡independientemente de las circunstancias!
Mientras tanto, la lucha contra la inflación de los países del Norte avanzado está teniendo efectos adversos en los países del Sur en desarrollo. La subida de los tipos de interés ha ralentizado la economía mundial y ha provocado la salida de capitales de los países en desarrollo, depreciando así sus monedas y reduciendo sus ingresos de exportación.
Todo ello está provocando crisis de deuda devastadoras en muchos países en desarrollo, similares a las de los años ochenta. La agencia de calificación S&P calcula que las subidas de tipos de los bancos centrales podrían acarrear a los prestatarios mundiales unos costes adicionales del servicio de la deuda de 8,6 billones (millones de millones) de dólares en los próximos años.
En lugar de proporcionar un verdadero alivio de la deuda, el Grupo de los 20 (G20) de grandes economías industriales y emergentes ha tirado la casa por la ventana.
Al igual que las naciones ricas fallaron a los países pobres durante la pandemia, el FMI se está dirigiendo a los países endeudados con paquetes de austeridad de talla única cargados de condicionalidad. Así, un artículo de opinión de Foreign Policy se preguntaba: El Fondo Monetario Internacional: ¿Santo Grial o cáliz envenenado?
Mientras tanto, los jefes del Banco Mundial y del BPI instaron a aplicar políticas “del lado de la oferta” destinadas a aumentar la participación de la mano de obra y la inversión. Estas son palabras clave para una mayor desregulación, privatización y liberalización del mercado laboral.
Anis Chowdhury/Inter Press Service (IPS)*
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