En julio se realizaron las elecciones presidenciales en Venezuela, luego de un acuerdo entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, de 2023. En ese convenio, las partes se comprometieron a respetar los resultados que arrojara el poder electoral, generar un clima de paz y de respeto a las instituciones.
Sin embargo, luego de que se dio a conocer que ganó Maduro, la oposición ha asegurado, sin pruebas, que hubo fraude. Previamente, con María Corina Machado como principal dirigente, y con Edmundo González Urrutia como candidato-títere, se había asegurado desde la oposición que si Maduro ganaba las elecciones, eso sólo sería producto de un fraude, lo cual ya generó un clima de tensión.
Hay que decir que hubo una amplia participación en las elecciones, y ese día no hubo hechos de violencia. No obstante, y como era de esperarse, la oposición desconoció los resultados, intentó llamar a un golpe de Estado (apoyado por otros gobiernos como el de Javier Milei) y ha tratado de generar un clima de inestabilidad político-social. Ello, acompañado por el despliegue del aparato mediático, que presenta los hechos sobre Venezuela de una forma distorsionada.
Sin embargo, el objetivo golpista de la oposición venezolana enfrenta una serie de dificultades internas y externas que, afortunadamente, dificulta su plena realización. Y esto es así porque el nivel de descontento social contra el gobierno de Maduro dentro del país sudamericano parece ser mucho menor que en otros años: no se ven protestas tan extendidas e intensas en todo el país. Si bien ha habido casos puntuales de violencia, éstos no son generalizados y no están quedando impunes. El gobierno venezolano está realizando una detención selectiva de personajes que han realizado actos criminales, para garantizar el orden y la paz social.
Dicen algunos observadores, periodistas y analistas que están haciendo reportajes en Venezuela, en territorio, que se percibe a la gente con un ánimo de trabajar y de vivir en paz [1]. Una sociedad tan desgastada por discursos de odio de la oposición ahora no les está respaldando. Sobre todo, cuando ya se ha visto que la oposición venezolana actual es la misma que intentó de golpe de Estado en 2002, realizó guarimbas violentas bajo el liderazgo infame de Leopoldo López (hoy exiliado en España), que también generó un gobierno usurpador que fracasó y que es ya un símbolo de la banca rota política y moral: Juan Guaidó.
La recuperación económica de Venezuela, que es la economía que más está creciendo en América Latina en 2024 –según el FMI y la estabilidad político-social que se ha generado en años recientes– hace que una sociedad como la venezolana quiera la paz, y no tenga tanto hartazgo que pueda ser capitalizado por los discursos de odio de la oposición.
El gobierno de Estados Unidos, a su vez, tiene una serie de problemas internos y externos que no le permite dar un apoyo tan contundente a la oposición venezolana, tal y como hicieron en otros años. Los problemas internos de Estados Unidos tienen que ver con una polarización interna tan terrible, que es más probable que haya una guerra civil en Estados Unidos que en Venezuela, por las tensiones que hay entre trumpistas y antitrumpistas y que se expresó en un intento de magnicidio contra Donald Trump.
La política exterior e imperialista estadunidense, con el senil Joe Biden a la cabeza, está demasiado concentrada en evitar su declive hegemónico confrontándose con otras potencias, como la Rusia de Vladimir Putin (mediante el apoyo al cada vez más desgastado gobierno ucraniano, de Volodimir Zelensky), la guerra tecnológica y económica que Estados Unidos está perdiendo contra la China –encabezada por Xi Jinping–, así como también el conflicto con Irán, mediante el apoyo al gobierno genocida de Israel encabezado por el criminal Benjamín Netanyahu, y las tensiones bélicas que se están generando en el Medio Oriente.
Son demasiados frentes –internos y externos– que está asumiendo el imperialismo estadunidense. Todo ello supone menos apoyo económico, político, cultural y hasta militar a una oposición venezolana cada vez más desgastada política y moralmente. La única opción política viable que tiene la oposición venezolana pasa por el cambio de sus liderazgos más golpistas y reaccionarios (como es el de María Corina Machado), por otros más moderados y democráticos. Y también pasa por cambiar su estrategia política, para dejar de ser una oposición violenta. Se requiere que sean más institucionales, para fortalecer la paz y la estabilidad en Venezuela.
El gobierno de Nicolás Maduro, a su vez, logró una reelección que muestra que su hegemonía no está minada, porque este tiene un enorme respaldo popular que se expresó en poco más del 51 por ciento de votos, el apoyo y fidelidad del Ejército bolivariano y el reconocimiento de 40 países en el mundo (entre ellos, potencias como China, Rusia, India, Irán, entre otros miembros del BRICS). Ya sólo queda pendiente que el Consejo Nacional Electoral termine de hacer su trabajo para luego publicar sus actas y con ello terminar de construir legitimidad global. Esto en un mundo cada vez más multipolar y adverso a la oposición venezolana pro-estadunidense. La siguiente tarea que vendrá para el gobierno de Maduro es avanzar en la resolución de las contradicciones internas que se han ido gestando durante todos estos años de revolución bolivariana.
Referencia
[1] Recomiendo ver el trabajo que ha realizado Orlenys Ortiz, Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en Venezuela, que puede consultarse aquí: https://x.com/OrlenysOV
Josafat Hernández*
*Profesor investigador de la División de Estudios Multidisciplinarios del Centro de Investigación y Docencia Económicas
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