El cáncer político que el neoliberalismo inoculó desde hace seis sexenios en partidos como el PRI, llegó el pasado 5 de junio a su fase terminal, con la derrota del otrora partido oficial en cuatro de los seis estados donde estaban en juego igual número de gubernaturas.
Tras ser la dictadura perfecta gracias a los equilibrios que desde el poder mantuvo por décadas con los diversos sectores sociales, el PRI comenzó a echar por la borda todo su bagaje nacionalista de conquistas sociales, a la llegada a la Presidencia del tecnócrata Miguel de la Madrid, quien inició el desmantelamiento de las empresas públicas, propiedad del pueblo de México, bajo la tesis de que el Estado debía sacar las manos de toda actividad económica, incluso de las áreas estratégicas, para dar paso a las reglas del libre mercado, favoreciendo en todos los sentidos a la clase empresarial y siguiendo al pie de la letra los dictados de los organismos financieros internacionales.
La adopción del neoliberalismo legitimó sus cartas de naturalización en México con el relevo en el poder de Carlos Salinas de Gortari, quien consumó la obra de privatización iniciada por De la Madrid al entregar al capital privado los bancos, las minas, la telefonía y toda serie de empresas y actividades económicas altamente rentables.
Con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Salinas tuvo el pretexto ideal para iniciar la privatización y desmantelamiento del sector energético al otorgar los primeros permisos de generación de electricidad a particulares y fraccionar a Petróleos Mexicanos (Pemex) en cuatro subsidiarias donde dejaron de ser prioritarias para el desarrollo nacional la Refinación y la Petroquímica.
Dos años antes de la llegada al poder de Salinas de Gortari, algunos priístas como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, iniciaron la llamada Corriente Democrática buscando que su partido colocara un dique a lo que se avizoraba como una política contraria al espíritu nacionalista de los expresidentes Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos, que en su momento consumaron la expropiación petrolera y la nacionalización de la industria eléctrica.
El intento de los entonces disidentes tricolores falló y decidieron abandonar su partido buscando concretar una gran alianza política y de movimientos sociales que terminaron agrupados en el Frente Democrático Nacional (FDN), postulando a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato a la Presidencia de la República.
El fraude electoral de 1988, consumado de manera vergonzosa por el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, con la famosa “Caída del Sistema”, fue la oportunidad para que naciera el maridaje entre el partido de la derecha, el PAN, con su antagónico enemigo electoral, el PRI. Juntos y en común acuerdo, acordaron desaparecer los paquetes electorales para evitar un posible recuento que seguramente hubiera demostrado que el ganador no fue Salinas sino Cárdenas.
A cambio de su apoyo y ya sentado en la silla presidencial, Carlos Salinas entregó en las llamadas “concertaciones”, las gubernaturas de Baja California y Guanajuato a Acción Nacional. De nada valieron los berrinches y reclamos de los sectores priístas conscientes de que en el estado del Bajío, su partido había ganado a la buena. De ser oposición, Acción Nacional pasó a ser socio de los tecnócratas priístas.
Esta alianza entre un PRI cada vez más derechizado, permitió la alternancia del 2000, al reconocer el triunfo del panista Vicente Fox. De esta forma el binomio del PRIAN, unido por el neoliberalismo, jugó a prestarse el poder con el fin común de proseguir con la entrega de la soberanía energética del país a empresas extranjeras, privatizar la educación, aniquilar el ejido en las zonas rurales, minar la seguridad social, así como el sistema pensionario, como ocurrió en el gobierno de Ernesto Zedillo con la reforma a la Ley del IMSS que mutó las pensiones solidarias a cuentas individuales con el surgimiento de las Administradoras de los Fondos para el Retiro (Afores).
Con Calderón, la clase trabajadora fue seriamente agredida en sus derechos y sus empleos con el cierre de Mexicana de Aviación y Luz y Fuerza del Centro. A pesar de que organizaciones independientes, como el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), denunciaron la estrategia de desmantelamiento de la industria eléctrica nacional y del sector energético que estaba echando a andar el PAN, los priístas hicieron oídos sordos para asumir su defensa.
Y cómo hacerlo si el propio Felipe Calderón en su libro Decisiones Difíciles, desnuda la podredumbre que ocultó el cierre de Luz y Fuerza en octubre del 2009, donde el narcopresidente panista contó con el apoyo de los propios legisladores y gobernadores prístas.
Al retornar a la presidencia con Enrique Peña Nieto, el PRI agregó a su sociedad con el PAN al PRD y juntos consumaron en su Pacto por México, una de las peores traiciones a la patria con la aprobación de la Reforma Energética que borró de los Artículos 25, 27 y 28 Constitucionales la rectoría del Estado sobre este sector y de nuestros recursos y riquezas naturales.
A lo largo de los seis sexenios en que se fue tejiendo la paulatina entrega del país al capital extranjero, la huella neoliberal dejó como deleznable saldo la caída en el nivel de vida de millones de mexicanos, al grado de que al concluir el sexenio de Peña Nieto, uno de cada dos habitantes era pobre y unos 15 millones se situaban en el rango de la pobreza extrema.
Los efectos de haber mantenido por décadas una política de contención salarial bajo el pretexto de no disparar la inflación, fueron brutales pues mientras el número de multimillonarios mexicanos en la lista de Forbes aumentó, producto de la desproporcionada distribución de la riqueza, la clase trabajadora se ubicó entre las peores pagadas de América Latina, según los propios estándares de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Por eso, la lectura del derrumbe priísta y de sus partidos coaligados en las recientes elecciones, muestra que su perversa alianza afianzada durante el periodo neoliberal no pasó desapercibida para el pueblo de México, sobre todo al reafirmar su posición antinacionalista al dinamitar en el Congreso la aprobación de la Reforma Eléctrica enviada por el Ejecutivo, que buscaba precisamente resarcir los daños causados a la Constitución por la Reforma Energética de Peña Nieto, devolviendo al Estado su rectoría sobre la electricidad y el petróleo, frenando el proceso de privatización iniciado desde Salinas de Gortari.
El cáncer terminal producto de tres décadas de neoliberalismo terminó por minar el agonizante nacionalismo tricolor, pero también golpeó a sus ahora quebrados socios y aliados, aunque no debe ignorarse que en muchos estados como Oaxaca y Quintana Roo el gran vencedor fue el abstencionismo, lo que habla que el reciclamiento de algunos candidatos con trayectorias en los partidos tradicionales no cubrieron la expectativas y confianza de los ciudadanos, recelosos de que con estos personajes puedan darse cambios importantes.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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