En la meseta purépecha el trabajo escaseó desde hace años. Y a la falta de éste se le unió la carencia de alimentos. En Uruapan, Michoacán, 147 mil 431 personas viven en situación de pobreza y pobreza extrema, según el Coneval. Aunado a ello, tampoco las clínicas se dan abasto para atender todas las necesidades de las comunidades. Estos y otros elementos han orillado a los indígenas a migrar a otras entidades o a Estados Unidos en busca de oportunidades, como le ocurrió a la familia de Isidro Constancio, quien ahora se gana la vida en el Estado de México
Pequeñas partículas vuelan en el aire. Flotan un rato hasta que terminan en el suelo, donde se forma una especie de dunas de arena hechas de aserrín. El piso es de cemento; las paredes, de lona; la vista, una carretera, cuyo ruido se combina con el que proviene de la cortadora; a unos metros hay un faro, pero no hay mar. Adentro, Isidro Constancio manipula un rectángulo de madera sobre una mesa metálica.
En el pueblo del que es originario, la carpintería es una tradición, un oficio que se enseña de generación en generación. Mientras él trabaja ese fragmento de lo que alguna vez fue un árbol, Silvia Calixto –su esposa– pone a calentar agua en una cubeta con la que después se bañará. Acaban de regresar de su natal Capacuaro, comunidad purépecha ubicada en Uruapan, Michoacán.
Isidro cuenta que ya hace 12 años que la escasez de trabajo y alimento los obligó a salir de allí y buscar una mejor vida en el municipio mexiquense de Melchor Ocampo, al cual llegaron gracias al apoyo de unos familiares que vivían en Santiago Teyahualco, Tultepec.
Afuera del lugar donde está trabajando, en la banqueta, armarios, percheros, tocadores y cabeceras modelan ante la mirada de las personas que pasan. Un auto se estaciona y la mujer que viaja en él pregunta precios: las líneas y los círculos impresos en la madera de forma natural parecen haberla hipnotizado.
“Aquí es mejor, porque allá [los muebles] se vendían regular, porque casi toda la gente trabaja esto”, explica Isidro al referirse a su proceso de migración. También expone que antes de abandonar su tierra, intentó dedicarse a otras cosas: tocó el bajo en un grupo musical norteño; laboró de comerciante y, además, se dedicó un tiempo en el campo. No obstante, dice, “hay muy pocas posibilidades de atender el cultivo. O sea, lo que plantábamos nomás lo dejábamos que creciera. Sin abono. Sin nada para ayudarlo. Y se daba poco”.
Si bien en Uruapan se ha observado una disminución en los niveles de pobreza: 52.4 por ciento en 2010; 51.4 por ciento en 2015, y 42.1 por ciento en 2020, durante este último año, este municipio fue el segundo con mayor número de personas en esa condición, con 147 mil 431, de acuerdo con Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Alondra Servín Velázquez, licenciada en derecho, declara que “las posibilidades laborales en las comunidades [purépechas] son muy complicadas. Los trabajos son muy precarios. Yo creo que, principalmente, tiene que ver con cuestiones de desigualdades sociales y esta falta de atención y de políticas públicas para que las comunidades puedan desarrollarse”.
Desde que Isidro y Silvia migraron, las circunstancias de su pueblo no han cambiado. Gerardo González Tapia, profesor de educación indígena en Capacuaro lo confirma: “su principal problema es la fuente de trabajo. Por trabajo, la gente tiene que migrar a las ciudades a vender y comprar madera. Es que no hay mercado y la consecuencia de esto es la inseguridad”.
El profesor asegura que ya no hay materia prima para la fabricación de muebles, puesto que los bosques se acabaron. “No hubo una organización para explotar el bosque, porque hubo mucha inversión del comercio”.
Las localidades de Capacuaro, San Felipe, San Lorenzo y Santa Cruz han sido, históricamente, señaladas como depredadoras de los bosques, escribió la antropóloga Giovanna Gasparello, en su Análisis del conflicto y de la violencia en Cherán, Michoacán.
En realidad, la deforestación se amplía por la meseta purépecha. Esta problemática se remonta al periodo del Porfiriato, cuando grandes compañías iniciaron la explotación intensiva de la madera para construir las líneas del ferrocarril; después, a partir de la década de 1970, se instalaron en casi todas las comunidades grandes y pequeños aserraderos, algunos comunales, pero en su mayoría privados, detalló Gasparello en su escrito. Esta práctica se incrementó a partir de la década de 1980, cuando empezaron a abundar las herramientas profesionales: las motosierras y las camionetas que se difundieron en el mercado nacional a precios accesibles, indica el artículo.
Al respecto, Gerardo González denuncia que con la llegada de esa maquinaria “en un día tumbaban varios pinos y eso aceleró mucho más la situación del bosque, dejándolo totalmente en ruinas y bosques en proceso de erosión”.
Agrega que “la madera es materia prima para muchos comuneros, pero ya no existe prácticamente en Capacuaro. Entonces, ante esta necesidad, mucha gente anda en las comunidades, en algunas ocasiones (la mayoría de veces), clandestinamente y, en algunas otras, con consentimiento de las comunidades que les venden trozos”.
Un estudio publicado por el Journal of Sustainable Forestry dio a conocer que, a finales de 2021, en México, existen 122 zonas críticas forestales por distintos ilícitos que se han identificados en 20 estados de la República, como tala clandestina, lavado de madera, extracción de madera sana, sobreexplotación de los recursos forestales, incumplimiento de programas de manejo, cambio de uso de suelo, incendios forestales provocados y delincuencia organizada.
Al preguntarle al profesor de educación indígena si se había realizado alguna acción para reforestar Capacuaro, menciona que en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador llegó el programa de Sembrando Vida. “Yo pienso que ese programa es el único que puede salvar, en un futuro, los bosques de Capacuaro, porque dentro de ese programa está lo que es reforestar los bosques y ahí los grupos de Sembrando Vida tienen viveros, donde producen árboles de pinos y árboles frutales”.
Falta de trabajo
Otra de las problemáticas existentes en la meseta purépecha es el cambio de suelo, el cual es provocado por la siembra de, principalmente, aguacate y frutos rojos, comenta la también maestra en derecho y ciencias políticas, Alondra Servín. Para ella, estas industrias “han traído muchos empleos, pero empleos donde están buscando mano de obra barata, donde emplean a integrantes de comunidades indígenas bajo situaciones muy precarizadas (en muchas ocasiones) sin seguridad social y exponiéndolos, por ejemplo, a agroquímicos o a otras sustancias que resultan perjudiciales para su salud”.
Michoacán destinó 164 mil 877 hectáreas para el cultivo de aguacate; 11 mil 104 para el cultivo de fresa; 10 mil 757 para el cultivo de zarzamora, y 2 mil 742 para el cultivo de arándano, de acuerdo con el Censo Agropecuario 2022, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Tal estadística mostró que el área total del territorio michoacano que se utilizó para la siembra fue de 1 millón 62 mil 71 hectáreas.
Trabajar en estas plantaciones sólo te da para “malvivir”, pues sólo te alcanza para lo básico, expresa Ana Lilia Nazario Alonso, integrante del Consejo Nacional Indígena (CNI) y habitante del municipio michoacano Tangancicuaro.
La falta de trabajo afecta, entre otras cosas, la posibilidad de acceder a una vivienda, explica la también doctorante en ciencias políticas y sociales. “Sigue siendo muy complicado tener una vivienda propia a una edad temprana, a menos de que sea un terreno que te hayan heredado tus padres, tus abuelos o que haya sido por herencia. Porque están estos salarios que son muy precarizados, entonces, cubre tus necesidades básicas de alimentación”.
No obstante, para Ana Lilia Nazario el principal problema que vive su comunidad no es el trabajo, sino la salud. Denuncia que donde vive existe un problema muy grave de embarazos adolescentes, quienes no son atendidas de forma adecuada en las clínicas cercanas, lo cual ha llegado a provocar la muerte de las mujeres junto a sus recién nacidos.
Por su parte, el profesor Gerardo González Tapia manifiesta que la clínica ubicada en Capacuaro no se da abasto para atender a la gente: “dan como unas 20 fichas nada más y la población está ya grande”. Por esta razón, cuenta, se termina acudiendo a otras localidades a buscar el servicio de salud.
En Uruapan, en 2020, 143 mil 71 personas carecen de afiliación a servicios de salud, lo cual representa el 40.1 por ciento de la población, de acuerdo con Plan Municipal de Desarrollo Uruapan 2021-2024. De igual forma, el documento determina que se cuenta con un promedio de 1.7 médicos por cada mil habitantes, mientras que el promedio nacional es de 2.44 por igual número de habitantes.
“La infraestructura de salud también está muy por debajo de la media nacional, pues Uruapan cuenta con 0.9 camas de hospital por cada mil habitantes, cifra que el país, en promedio, tenía en 1990 (actualmente hay 1.7 camas/1000 habitantes en México) y que se encentra a enorme distancia de las referencias de la OMS [Organización Mundial de la Salud], que sugieren disponer de entre 8 y 10 camas por cada millar de habitantes”, señala el informe.
Alondra Servín, quien también es habitante del municipio de Nahuatzen, Michoacán, refiere que esta precaria situación se vive en toda la meseta purépecha. “Las clínicas se encuentran saturadas. Sólo atienden a un número específico de personas. Entonces, por ejemplo, si no alcanzaste ficha ese día que tú te sientes mal, pues te tienes que esperar a, ya sea, el turno de la tarde o el turno del día siguiente para que puedas ser atendida o atendido”.
Expone que no hay medicamentos que respondan a la alta demanda, ni infraestructura necesaria para realizar estudios, por lo que “se tienen que estar vinculando a otras clínicas”. No obstante, declara, esto último se vuelve un problema para aquellas personas que no tengan los recursos necesarios para trasladarse a los hospitales donde sí se realizan, por ejemplo, radiografías.
“En temas de rehabilitación (cuando sufres algún accidente), tampoco existen muchos lugares a los que puedas acudir. También, en cuestión de embarazos, tienes las revisiones de tu médico, pero, por ejemplo, si un embarazo se complica, pues ahí es muy difícil tener una atención rápida”. Por estas razones, considera que “el acceso a la salud, desgraciadamente, sigue siendo un privilegio para las personas que tienen la posibilidad de pagar por una buena atención médica”.
Además, comenta: “no digo que el sector salud no sea una buena atención, sino que creo que no está con la suficiente infraestructura y, también, con el suficiente personal para brindar las atenciones que se deberían brindar y abastecer las necesidades de la población de las comunidades purépechas”.
En entrevista, Yaneth Cruz Gómez, coordinadora del CNPI, declara que una de las dificultades que todos los pueblos indígenas transitan tiene que ver con el tema de la salud, ya que en el modelo actual no se toman en cuenta cuestiones como las lenguas originarias, las dificultades de comunicación, la contratación de intérpretes o de médicos bilingües.
De igual forma, Cruz Gómez manifiesta que muchas comunidades aún no tienen servicios como luz, agua y caminos. En el país, muchas de las comunidades están todavía aisladas y no tienen caminos para poder transitar y acceder a los servicios en cabeceras municipales”.
Durante este gobierno, admite, existieron posibilidades de atención, en general, a estas necesidades básicas: “En seis años, hemos tenido esa posibilidad de tener un gobierno distinto que ha focalizado la atención de nuestros pueblos indígenas”.
En este sentido, la coordinadora del CNPI reconoce que uno de los ejercicios y modelos más importantes que ha realizado el gobierno son los Planes de Justicia para los pueblos originarios. Estos, cuenta, consisten en convocar a los habitantes y, de esta manera, escuchar cuáles son las necesidades básicas de la región; posteriormente se gestiona la forma en la que las instituciones, transversalmente, resolverán las exigencias.
“No decir qué necesitan los pueblos, sino, desde ellos, ver qué necesitan, cómo lo plantean y cómo ellos requieren ser atendidos. Creo que desde ahí tiene que ser el planteamiento de la atención de nuestros y nuestras comunidades”.
Por su parte, Cruz Gómez afirma: “estamos viendo mucha inmigración, sobre todo a Estados Unidos y a Canadá, de compañeros indígenas que, están en búsqueda de mejores condiciones de vida”.
Para Alondra Servín, “desde hace muchísimos años, las personas de las comunidades se han visto en esa necesidad de salir para obtener un mejor trabajo y que sus familias tengan una mejor calidad de vida”. Muestra de ello son las localidades de Cherán, Nahuatzen, Arantepacua, San Isidro, Sevina, Carapan y Capacuaro, las cuales, dice, tienen mucha comunidad migrante, sobre todo, en Estados Unidos.
“Por ejemplo, hay muchos matrimonios jóvenes y, ¿qué sucede en varios casos? Que ven que la situación es muy complicada y, entonces, optan por migrar. Dejan a la esposa, a las hijas y a los hijos en la comunidad, y los hombres, generalmente, son los que salen y se van de migrantes, en muchas ocasiones, de manera ilegal. Estando allá, mandan dinero a sus familias para que estas puedan ir construyendo un patrimonio”, narra.
“Muchas de las familias que pudieron hacer sus casas propias, fue gracias a que los que, en su mayoría, son hombres, los padres de familia, migraron allá, obtuvieron un trabajo y pudieron enviar dinero acá a México, para que la familia pudiera tener una mejor calidad de vida”, finaliza.
Isidro cuenta que, cuando migró al Estado de México, lo que más le entristeció fue la división que su familia sufrió, ya que tenía dos hijos estudiando en Capacuaro, a los cuales les mandaba dinero para que siguieran en la escuela. Así también lo expresa Silvia Calixto: “a veces sí extraño, porque tengo ahí a mis hijos, a dos: a una hija y a un hijo. Y cuando estoy aquí, me acuerdo de ellos”.
Hoy en día se les puede ver enfrente de la calle Centenario Himno Nacional, muy cerca de la presidencia municipal. En la entrada, Silvia se encuentra sentada bordando, mientras que varios gatos pasean por los distintos muebles.
“Aquí mejora la alimentación, el vestido, todo, todo es diferente”, concluye Isidro.