Quito, Ecuador. En la opinión general, suele creerse que la historia y la economía son ciencias “hermanas”. Si no hay datos para comprobar los hechos, la realidad se ha sustituido por la imaginación y la palabrería.
En buena parte, hay razón. No se puede hacer historia ni economía sin datos concretos, existentes y verificables en fuentes. Por algo se sostiene que estas dos son las ciencias sociales más “empíricas”.
Pero, al mismo tiempo, creer que en los “datos” está la verdad es un asunto que los filósofos griegos ya esclarecieron en la Antigüedad. Mientras que los pensadores de la Ilustración refutaron esta idea desde el siglo XVIII. Hay que examinar multitud de datos y hechos para tener seguridad en el análisis, sin embargo, atrás de ellos se esconden los mil y un factores que los originan y que el investigador debe poner en claro.
Los ilustrados consideraron que los historiadores no eran los llamados a conocer el mundo, sino a brindar los datos y hechos para conocerlo, lo cual correspondía a los filósofos, los únicos capaces de buscar las razones que están escondidas atrás de los acontecimientos. Entender el sentido, la racionalidad y la finalidad de los hechos históricos correspondía a la que pasó a denominarse como “filosofía de la historia”.
En 1820, el filósofo idealista alemán G.W.F. Hegel (1770-1831) dictó unas famosas conferencias que recién fueron publicadas en 1837. Las mismas han sido traducidas y editadas en español con el título Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Para Hegel, “la razón rige el mundo”, lo cual significa que los acontecimientos tienen una razón de ser, una obra interna escondida en la historia universal y que hay que demostrarlo.
Con una erudición impresionante, recorrió las cuatro épocas en las que comprendió la historia universal: el mundo oriental –China, India, Persia, Asia Occidental y Egipto–; el mundo griego; el mundo romano, y el mundo germánico, con Bizancio, Edad Media y Edad Contemporánea que desemboca en la Alemania de su tiempo.
Entre las pasiones, guerras, avances, infamias, altruismos, bondades o maldades, la Historia universal se mueve –dialéctica– a un final: conseguir la libertad del espíritu. No es la que piensan los liberales, ni tampoco la individual –los “individuos históricos” son víctimas de la astucia de la razón, la cual los moviliza como su instrumento–.
Es la libertad del espíritu general. Pasa desde la conciencia familiar a la sociedad civil y culmina en el Estado. No en cualquiera, sino en lo que Hegel llama “Estado de Derecho”. Ese camino a la libertad tampoco es el que –tergiversando a Hegel– proclamó, con enorme publicidad mediática, Francis Fukuyama como Fin de la historia y el último hombre (1992).
Este politólogo sostuvo que, con el derrumbe del socialismo en la Unión Soviética (URSS), el mundo entraba a una era general, en la cual triunfan la economía de libre empresa/mercado y la democracia occidental. Una idea de la cual, años más tarde, tuvo que retractarse ante el fracaso histórico del neoliberalismo.
En ese recorrido hegeliano que va de Oriente a Occidente, América no forma parte de la Historia “universal”. Aquí, el espíritu universal no se realiza. América es pura geografía que impide la autoconciencia de la libertad. Incluso en Norteamérica, el Estado es sólo protector de la propiedad.
Por tanto, tampoco entra en el Estado de la libertad que concibe Hegel. América se halla en la “prehistoria” de la humanidad. Lo que allí ocurre, no es más que “eco del Viejo mundo” y “reflejo de vida ajena”. Para Hegel, “en tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur”.
El filósofo argentino/mexicano, Enrique Dussel (24/12/1934-5/11/2023) –quien falleció hace pocos días y es uno de los pensadores más sólidos de la región, reconocido y recordado–, conocía a fondo la filosofía de Hegel. Con una erudición fundamentada, cuestionó la visión occidentalista y europeísta. En sus numerosos estudios, reivindicó las culturas de la Mesopotamia y el Medio Oriente, así como las del Asia y África. Pero prestó especial atención a la Historia de los pueblos originarios de América.
Comprendió que no servía el esquema de división histórica en Prehistoria y Edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea, del cual se había valido Hegel. América Latina no tiene que ver con la Prehistoria de la humanidad en los términos aplicados al origen y primeras formaciones sociales. Tampoco es parte de la Antigüedad, ni de la Edad Media. Durante milenios, en América se desarrollaron culturas autónomas y las grandes civilizaciones de mayas, aztecas e incas fueron fruto de la evolución social anterior. Esas sociedades forman parte de la cultura universal.
Llegaron a desarrollos y conocimientos poderosos. Y esta Historia es la menos conocida, a menudo disminuida en las Historias oficiales de los distintos países y relegada en las visiones europeístas y occidentalistas. Sin embargo, los avances americanos fueron destruidos a partir de la conquista, invasión y colonización por las potencias mercantilistas de Europa.
De manera que América Latina entró a formar parte de la Historia “universal” sólo a partir de la Edad Moderna, pero en calidad de región sometida y dominada por el colonialismo. Gracias a las independencias, la región asumió las riendas de su propia construcción. De modo que lo que cabe es distinguir la América precolombina, la América ibérica –o hispanoamérica en su mayor parte– y la América Latina.
Dussel buscó esclarecer el carácter propio de la historia latinoamericana. Y comprendió muy bien que –en su dialéctica– la región asumió el camino por la libertad entendida, además, como eje de la liberación social por una parte, y de la liberación frente al colonialismo, el capitalismo y el imperialismo, por otra. Por eso, fue un intelectual marxista comprometido con las causas de los pueblos latinoamericanos, con los movimientos sociales, la Revolución Cubana, el bolivarianismo y los ideales de las izquierdas en el mundo.
Desde la reflexión filosófica e histórica, fundamentó el pensamiento o filosofía de la liberación latinoamericana. Una visión que se aleja de la filosofía hegeliana. No concluye en un ideal Estado encarnador de la libertad del espíritu –como lo hizo Hegel–, sino en la investigación de la realidad, sobre la base de su conocimiento histórico.
De esta manera, comprendió que en América Latina, la libertad es, al mismo tiempo, un proceso real en la liberación social frente a los sistemas de opresión y explotación internas y externas. Es un movimiento de la historia que no podrá detenerse.
Juan J Paz-y-Miño Cepeda/Prensa Latina*
*Historiador y analista ecuatoriano
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