Sus captores le decían que se encontraba en el infierno. Fue sometido a intensas torturas durante 6 días. El viejo método del policía bueno y el policía malo se le aplicó de inmediato: a las sesiones de tormentos seguían las palabras amables para delatar a sus compañeros
Parte X
“¿Sabes en dónde estás?”. Jacobo Silva Nogales ni siquiera tenía oportunidad de responder. “Estás en el infierno”, le decían. Era cierto. No había sido presentado ante autoridad judicial alguna. Formalmente no había sido detenido y, en la vulnerabilidad absoluta, estaba siendo sometido a un “interrogatorio” violento. Durante 6 días su condición social fue de “desaparecido”. Asegura que 4 días estuvo en un hangar del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y casi 2 en el Campo Militar Número 1 del Ejército Mexicano.
Por única vez en la serie de entrevistas con Contralínea, Jacobo Silva Nogales se nota perturbado. La voz, a punto de quebrarse. Respira. Habla pausadamente: “Tengo un escrito en el que describo la tortura que sufrí y de ella me es difícil todavía hablar. Me costó mucho trabajo escribir esa experiencia y no me es fácil hablar de ella…”.
—Cómo supiste que estabas en el aeropuerto.
—Lo ubiqué perfectamente por el ruido de los aviones. Cualquiera lo identifica. Y además yo había vivido a unas cuantas cuadras. No tuve duda del lugar en que me encontraba. Recuerdo cómo se cimbraba el hangar. Ahí, en un cuarto, fue en donde ocurrió parte de la tortura.
—¿Pensaste cómo enfrentarías la situación en la que te encontrabas?
—De entrada tuve que remar contra la corriente: ellos ya sabían que no nada más era un guerrillero, sino que sabían quién era ese guerrillero; me di cuenta pronto que era inútil tratar de ocultarlo. Después de un rato de tortura, alguien dice: “Ya viene ahí”. Nunca lo vi, pues yo estaba esposado, con las manos atrás, con los ojos vendados y después de una golpiza. Pero escuché que le dijeron “coronel”.
El viejo método del policía bueno y el policía malo estaba en marcha. El turno era ahora del bueno. Jacobo recrea el primer encuentro con ese funcionario, de quien nunca vio su rostro, pero de quien nunca olvidará su voz. La mente de Jacobo no cesaba de conjeturar ni de buscar una salida para ocultar su identidad.
—Así que ya te tenemos –le habría dicho el bueno–. ¿Y cómo quieres que te digamos?
—Me llamo Fermín Cegueda Martínez –habría respondido con seguridad Jacobo. Ése era uno de los nombres que utilizaba y, al momento de su detención, portaba una identificación con ese seudónimo.
—No te hagas el tonto. Cómo quieres que te digamos. ¿Comandante Antonio? O cuál otro.
—Soy Fermín Cegueda Martínez.
—Eres Antonio. Mira, ya estás perdido. Y todo tu grupo también…
Jacobo recordó que antes de que lo detuvieran llevaba consigo una carta en la que se identificaba como
Comandante Antonio, jefe militar de Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). Estaba dirigida a otro movimiento armado del Norte de la República con el que exploraba la posibilidad de establecer una alianza.
Sabía que le esperaba una serie de interrogatorios alternados entre el “amable” –que utilizaba técnicas sicológicas– y el malo –que utilizaba el terror–. Supo que no tenía caso seguir negando su condición de guerrillero. Tomó una decisión que lo llevaría a la cárcel y, años después, lo sacaría de ella: se asumió rebelde y cabeza de un movimiento insurreccional. Sí, era el Comandante Antonio del ERPI, pero no tenía nada más que decir. Había que proteger información y entonces soportar la tortura.
“Me decían –relata Jacobo– que ya tenían a Santiago (el otro comandante del ERPI quien, junto con Emiliano, se quedarían en la Dirección Nacional de la guerrilla), a fulano y a zutano. Decían que así como en ese momento me tenían a mí, tenían a los demás. Pero me preguntaban por ellos, con lo que me daba cuenta de que no era cierto que los tuvieran detenidos. Y también querían saber con quién me iba a reunir después… Así que fueron muchos días entre golpes, descargas eléctricas, asfixia, objetos pesados sobre los hombros, golpes con las palmas de las manos en ambos oídos… Fue una tortura física bastante intensa.
—¿Cuánto tiempo te mantuvieron en el hangar?
—Cinco días: desde el 19 [de octubre de 1999], como a las 4 y media de la tarde que me detuvieron (llegaríamos como a las 5 de la tarde), hasta el 24, pero no sé a qué hora. Debió de haber sido en la mañana. Se pierde la noción del tiempo, aunque más o menos me orientaba si era de noche o de día por el flujo de vuelos.
—¿Tuviste contacto con algún otro detenido?
—En absoluto. Pero sí detecté que en el hangar, en el lugar donde me torturaban, había 14 personas más.
Jacobo explica que además de escuchar las voces de otras personas retenidas, también escuchó una corta conversación de quienes los cuidaban: “son 15”, habría escuchado decir a un guardia para informar a otro que se incorporaba en nuevo turno. Sobre los otros retenidos, Jacobo recuerda: “La mayoría eran hombres; pero sí había una voz de mujer; y se escuchaba que las voces eran de gente joven. La voz más vieja que escuché en ese tiempo fue la del coronel que hacía del policía bueno. Y no escuché ninguna tortura ni interrogatorio”.
—¿Consideras que estuviste en manos de militares? ¿O fueron civiles los que te detuvieron y te interrogaron?
—Lo que es un hecho es que cuando me trasladaron al Campo Militar Número 1, los que me torturaron ahí, durante 2 noches seguidas, fueron militares. Los que me detuvieron y me torturaron en el hangar dijeron a los de la policía del Agrupamiento Zorros que eran federales. Luego en una caseta también escuché que decían que eran federales; pero en otra caseta y a la entrada al Campo Militar dijeron que eran de la Judicial Militar. Con seguridad, ahí sí eran militares. Recuerdo cómo detenían la tortura diciéndose entre ellos: “ya amaneció”.
⇒ Parte X: Jacobo Silva Nogales: los días en el infierno
Fuente: Contralínea 333 / mayo 2013