Casi se cumplen 500 años del asesinato del ueyi tlahtoani Cuauhtemotzin, en Teotilac, cerca de Izcancanac, hoy estado de Tabasco. Hernán Cortés no podía matarlo en México-Tenochtitlan; tenía que cometer su crimen en un lugar aislado, en medio de la selva.
El pretexto fue llevarlo a las Hibueras en persecución de Cristóbal de Olid. Sin embargo, éste ya había sido asesinado por Francisco de las Casas, en el momento en el cual la expedición de Cortés se dirigía a lo que hoy es Honduras.
Asesinaron a Cuauhtémoc a traición, a sangre fría. Y no sólo a él, sino también a los otros tlahtoanis integrantes de la Triple Alianza: Coanacoch de Texcoco y a Tetepanquetzal de Tacuba. También, dieron muerte a fray Juan de Tecto, pues Cortés temía que hiciera saber al rey sobre sus trasgresiones.
Después de este crimen, el cuerpo del ueyi tlahtoani fue conducido por Tzilacatzin con una treintena de valientes guerreros. Fue llevado a Ixcateopan, porque era su lugar de nacimiento.
Está documentado que los restos que permanecen en Ixcateopan pertenecen a Cuauhtémoc. Fueron descubiertos por Motolinia en la casa grande de su familia. Más tarde, los enterró en otro lugar para salvaguardarlos mejor.
En el sitio, construyeron un momoxtle, luego una capilla y luego la Iglesia de Santa María de la Asunción. Para identificarlos, colocó en la tumba un medallón de cobre con la siguiente inscripción: “1525-1529 Rey e S Coaotemo”.
Además, escribió y firmó un documento para que quedara memoria del sitio del entierro. El documento pasó de generación en generación durante siglos. Al desgastarse el papel, se hicieron copias del documento original.
El doctor Salvador Rodríguez Juárez, depositario de los documentos secretos, los dio a conocer en febrero de 1949; y esto ocasionó revuelo nacional. Por tal motivo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) mandó a la mejor paleógrafa de México, Eulalia Guzmán, a investigar y verificar los documentos.
Ella llegó a Ixcateopan y constató que son copias de un documento auténtico. Y, no conforme con eso, convoca a los ancianos de alrededor de 90 años para cerciorarse de que la historia oral corresponde con lo escrito.
Se tenía el dato exacto del entierro. Ante estos hechos, Eulalia Guzmán se dispuso a realizar la excavación. El INAH adujo falta de presupuesto, pero con el apoyo del gobernador de Guerrero, Baltazar Leyva, se financió el trabajo. Al no llegar oportunamente el arqueólogo del instituto, Carlos Margaín, el gobernado presionó, con el objetivo de iniciar la excavación.
Luego de días de trabajo, llegó el momento clave. El 26 de septiembre de 1949, debajo de una laja de piedra, apareció una placa de cobre con la inscripción: “1525-1529 Rey e S Coatemo”, y un entierro que tenía 400 años, dado que la Iglesia se construyó en la primera mitad del siglo XVI.
La placa iba acompañada de una punta de lanza de cobre nativo; las cuentas de jade que revelaban la edad de Cuauhtémoc al ser asesinado; dos anillos que acreditaban su egreso del calmécac y su exaltación como hueyi tlahtoani; un fragmento de cristal de roca, y restos óseos calcinados (Mendoza, 2003).
El 85 por ciento pertenecía a un solo individuo. El atlas mostró que era masculino, lo que se determinó con la técnica told y por las características del fragmento del hueso ilíaco. Además de las dimensiones, proporciones e inserciones musculares observadas en huesos, como el fémur, el húmero y la clavícula.
Una cuestión importante: tenía el tercer metatarsiano del pie derecho quemado. Asimismo, se determinó una edad de alrededor de 25-30 años; alto, de alrededor de 1 metro 80 centímetros, y atlético. Eran huesos antiguos y en proceso de descomposición. Y, como es frecuente en entierros secundarios, también se encontraron otros restos.
¡Eran los huesos de Cuauhtémoc en el preciso lugar señalado por los documentos y la historia oral! ¡Además, constataron que tenían las mismas características correspondientes al tlahtoani!
Y se encontraron en Ixcateopan, ni más ni menos, porque ahí nació, porque hubo un pueblo que recibió su cuerpo sacrificado y durante siglos guardó tanto sus restos como el secreto.
Al descubrirse dónde descansaba Cuauhtémoc, hubo una explosión nacional de júbilo, de esperanza, de seguridad de ver renacer nuestro México, soberano libre de dominio extranjero. Esto preocupó a los proyanquis y prohispanistas, quienes han luchado por destruir nuestra cultura ancestral.
Para negar el hallazgo del último tlahtoani, divulgaron la versión de Fernando de Alva Ixtlixóchitl, de que había sido nativo de Tlatelolco; es la única fuente que afirma esto. Esta misma versión fue repetida por Luis González Obregón, Salvador Toscano y Alfonso Caso.
Incluso Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo dieron testimonio que Cuauhtémoc era originario de Ixcateopan; en aquel entonces, era llamado Zompancuahuithli.
Bernal narró que en Mataltzingo y Tulapa, jurisdicción de Ixcateopan, Cuauhtémoc (a quien llamaba Guatemuz) tenía muchos parientes por parte de la madre. Se juntaron en un ejército para apoyar en la defensa de Tenochtitlan (Díaz del Castillo, 1955, p. 414).
Su pueblo natal no iba a abandonar a Cuauhtémoc (Cortés, 1963, p. 126). También, estaban esperando el socorro de Mataltzingo. Pero los refuerzos fueron atajados por el ejército invasor. Finalmente, el Códice Tlapa de 1576, interpretado por Saturnino Téllez Reyes, reafirmó la información de que el ueyi tlahtoani nació en Ixcateopan.
Además de falsa, la versión del tataranieto de Ixtlixóchitl proviene de un descendiente del máximo traidor del Anáhuac y cómplice de los invasores españoles: Ixtlixóchitl, quien dio la espalda a su familia, a su pueblo de Texcoco y a la Triple Alianza, a la cual pertenecía. Se convirtió en un instrumento del invasor Hernán Cortés.
Una Comisión Oficial, encargada por el presidente Miguel Alemán y Washington, negó la autenticidad del hallazgo que le llevó siete meses de arduo trabajo a Eulalia.
El instrumento fue el querido maestro e íntimo colaborador del entonces primer mandatario, Alfonso Caso, quien recién había sido su secretario de Bienes Nacionales, después de ser el primer director del INAH. Más tarde, heredó el puesto a su discípulo, Ignacio Marquina.
El gobierno de Alemán, a través de su secretario de Educación Pública, Manuel Gual Vidal, formó la primera comisión Marquina-Zavala, con la consigna de negar el hallazgo.
En esa comisión, no integran a Eulalia Guzmán, sino a Silvio Zavala, colaborador del Centro de Estudios Históricos de Madrid, y a otros. “Al vapor”, negaron el hallazgo tras haber estado menos de un día en Ixcateopan.
Estalló un escándalo nacional, el pueblo no aceptó el dictamen y el presidente Alemán, asustado, anunció “nuevas investigaciones”. Ante esa situación, Eulalia Guzmán se apoya en los científicos más connotados del país.
Pidió el auxilio del Banco de México, el cual mandó al mejor criminólogo del país, Alfonso Quiroz Cuarón. Luego de un intenso trabajo, este experto entregó varios estudios, dictámenes al presidente Miguel Alemán, el 23 de noviembre. Sin lugar a dudas, autenticó el hallazgo, a través de estudios científicos.
Para lavarse las manos, al mes y medio, Alemán anunció la creación de una nueva comisión, la llamada Gran Comisión. Ésta comenzó sus trabajos el 6 de enero de 1950, organizada por Alfonso Caso. El encargado de llevar las actas fue Wigberto Jiménez Moreno, otro hispanista discípulo del primero.
En febrero de 1951, dieron a conocer otro dictamen negativo. Sin embargo, la Comisión se dividió. El gran peritólogo, José Gómez Robleda, se opuso y demostró punto por punto su falsedad. Y así quedó la cosa, las dos comisiones dijeron que “no podían comprobar que los restos eran de Cuauhtémoc”, sin negarlo explícitamente.
Eulalia reunió un equipo de los científicos más reconocidos de México: Alfonso Quiroz Cuarón, el mejor antropólogo físico de América Latina, y José Gómez Robledo, iniciador de los estudios periciales de la Procuraduría General de Justicia.
El ingeniero José Cuevas realizó estudios de mecánica de suelos. Con éstos, demostró que las rocas y tierra, las cuales cubrían la tumba y en las que se asentaba el altar sin cimientos, permanecieron intocadas desde antes de 1539.
Luis Chávez Orozco, gran historiador, demostró que Florencio Juárez no pudo haber inventado la Tradición de Ixcateopan y simulado el entierro, como argumentaron los detractores.
Los ingenieros Ignacio Diez de Urdanivia y Rafael Illescas hicieron estudios químicos que demostraron la antigüedad de los objetos de cobre hallados en la tumba, de la placa y de las letras inscritas.
La especialista Ana María Herrera concluyó que la inscripción fue grabada en el siglo XVI. Por su parte, Ezequiel Ordoñez, geólogo, constató la oxidación y antigüedad de la placa y los huesos.
Alejandro von Wuthenau estudió el templo y constató que fue construido en 1539. De igual manera, Liborio Martínez, ilustre anatomista, realizó estudios osteológicos. Y el biólogo Isaac Ochoterena avaló la solvencia científica de Eulalia Guzmán.
De 1949 a 1951, se realizaron más de 20 estudios científicos que corroboraron la autenticidad de los restos (Quiroz Cuarón, 1973). Así se comprobó que los restos de Cuauhtémoc en Ixcateopan son auténticos.
Pablo Moctezuma Barragán/Primera parte*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
Te puede interesar
Brasil y Colombia: ¿Las potencias emergentes de la energía eólica marina?