En estas fechas, hace 500 años, Hernán Cortés mandó construir 13 barcos e inició el sitio de Tenochtitlan. Para entonces ya dominaba Texcoco, Tepeac, Tecamachlco, Iztapalapa, Chalco, Xaltocan, Azcapotzalco, Tacuba, Xochimilco, Cuauhnahuac (Cuernavaca) y Coyoacán.
Los invasores y sus aliados destruyeron el acueducto que abastecía de agua a Tenochtitlan y cerró todas las calzadas para impedir que ingresara ayuda y alimentos. Además, cundió la viruela entre los sitiados.
Hernán Cortés contaba con gran número de aliados indígenas. Estos buscaban en la alianza con los españoles contra la triple alianza (México, Tacuba, Texcoco) establecer una nueva hegemonía, otra alianza que dominara el Anáhuac. Nunca pensaron que una vez ganadores, Hernán Cortés los traicionaría, se adueñaría del triunfo colectivo y destruiría completamente la civilización en el Anáhuac, para imponer el colonialismo y el dominio europeo.
Tenochtitlan no cayó a la primera semana, ni al primer mes, la resistencia fue heroica. Luchaban día y noche, casa por casa. Presas de hambre, sed y enfermedades como la viruela que los diezmaba, seguían resistiendo. No había alimentos. Dice el poema en náhuatl traducido por Garibay: “Hemos comido palos de coloría/ hemos masticado grama salitrosa/ piedras de adobe/ lagartijas/ ratones/ tierra en polvo/ gusanos”. En ese extremo de necesidad no comieron carne humana, no era su costumbre ni siquiera en esa hora extrema.
Lucharon niños, jóvenes, mujeres, ancianos, todos. A pesar de este esfuerzo sobrenatural, a causa de las grandes bajas sufridas, los combatientes comenzaron a escasear. Enfrentando la terrible situación, el 12 de agosto el Tlahtocan dio a conocer, a través de Cuauhtémoc, su último mensaje.
“Nuestro sol se ocultó
Nuestro sol se perdió de vista
Y en completa obscuridad nos ha dejado
Pero sabemos que otra vez volverá
Y nuevamente nos alumbrará
Pero mientras allá esté en la mansión del silencio
Muy prontamente reunámonos, estrechémonos
Y en el centro de nuestro ser ocultemos
Todo lo que nuestro corazón ama
Y sabemos que es gran tesoro.
Destruyamos nuestros recintos al principio creador
Nuestras escuelas, nuestros campos de pelota
Nuestros recintos para la juventud
Nuestras casas para el canto y el juego.
Que solos queden nuestros caminos
Y que nuestros hogares nos encierren
Hasta cuando salga nuestro nuevo sol.
Los papacitos y las mamacitas
Que nunca olviden conducir a los jóvenes
Y enseñarles a sus hijos mientras vivan
Cuan buena ha sido
Hasta ahora nuestra amada patria Anáhuac
Al amparo y protección de nuestros destinos
Por nuestro gran respeto y buen comportamiento
Que recibieron nuestros antepasados
Y que nuestros papacitos muy entusiastamente
Sembraron en nuestro ser.
Ahora nosotros ordenaremos a nuestros hijos.
No olviden informar a sus hijos
Cuán buena será
Cómo se levantará y alcanzará fuerza
Y cuán bien realizará su gran destino
Esta nuestra amada madre tierra Anáhuac.”
Este mismo mensaje se ha encontrado traducido a 13 distintas lenguas indígenas y resuena hasta nuestros días en el Anáhuac, dándole fuerza y esperanza a los mexicanos. Los mexihkas veían venir un ciclo negativo, el de los nueve señores de la noche, que duraría 468 antes de que volviera a salir el Sol en el Anáhuac. Ese ciclo ya se ha cumplido.
Los mexicas se replegaron a Tlatelolco, donde libran la última batalla. Cuauhtémoc se dirige a enfrentar a Hernán Cortés. Iba en su acalli (lancha) acompañado de Tecuixpo, pero es rodeado por una fuerza superior y capturado. Iba a enfrentar a Cortés acompañado por Tetlepanquetzal, tlahtoani de Tacuba, y Coannacoch, tlahtoani de Texcoco. Es decir, iban las cabezas de la triple alianza a cumplir la misión. Ya estando frente a Cortés sacó su puñal y se lo dio al español: mátame con él, le dice… si puedes… retándolo a combate singular para decidir de esta manera la contienda, pues esta era la costumbre mexica en casos similares. No se estaba rindiendo, como inventó Bernal Díaz del Castillo, sino que daba la última pelea.
En garras de los invasores, el valiente Cuauhtémoc fue brutalmente torturado junto a Tetlepanquetzal para que informara dónde estaba el tesoro. Pero el joven guerrero guardó un silencio absoluto a pesar de que le quemaron los pies con aceite hirviendo y los brazos también.
Al no tener ya alternativa alguna y para evitar más destrucción y muerte, el 13 de agosto de 1521 se rindió México Tenochtitlan, luego de 80 días de feroz resistencia.
Las figuras y el ejemplo de los defensores del Anáhuac: Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc al frente de un pueblo indoblegable siempre seguirán siendo ejemplo en las luchas que hoy libra el pueblo de México contra los nuevos colonialistas. Nuestros héroes nunca serán olvidados.
Han pasado 500 años del asesinato de Moctezuma y todavía hay historiadores que niegan este crimen. Incluso durante la Colonia prohibieron investigar y divulgar la historia y costumbres del Anáhuac.
La mayoría de los historiadores se basa en los documentos coloniales, en los que se impuso la versión más favorable a los españoles, siempre bajo la más estrecha censura de la Corona y de la Inquisición.
Recordemos el castigo que Zumárraga infligió al nieto de Nezahualcóyotl, Carlos Ometochtzin, en 1539 por difundir ideas diferentes a las que imponían los españoles. De modo que las fuentes coloniales son absolutamente desconfiables.
Tras 200 años de vida independiente se siguen difundiendo las mentiras coloniales y dando como ciertas fuentes que distorsionan la historia y sus personajes y que buscaron mantener a un pueblo sometido, desmoralizado y con ideas falsas sobre sí mismo y sus principales dirigentes. Imponiendo el eurocentrismo, es decir, el culto a la superioridad europea y la negación de nuestra raíz e historia.
Aun así, sobre la muerte de Moctezuma, los cronistas religiosos que no fueron cómplices del crimen afirman que fue asesinado por la gente de Hernán Cortés. Fray Diego Durán, Joseph Acosta, Fray Juan de Torquemada, Juan de Tovar, en el Códice Ramírez, dicen que lo apuñalaron los españoles. Fray Torquemada narra que le “dieron garrote” para matarlo junto a Itzquauhtzin, tlahtoani de Tlatelolco.
Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a pesar de ser aliado de Cortés, dice que lo mataron metiéndole una espada. Fernando Alvarado Tezozómoc también afirma que lo mataron los españoles, junto a Itzquauhtzin y Cacama. Francisco de Chimalpahin sostiene que lo estrangularon los españoles. El Lienzo de Tlaxcala indica que los invasores, para distraer al pueblo, le dieron muerte a él y a los otros presos. Por su parte, el Códice Ramírez dice que lo mataron a puñaladas.
En el siglo XX, grandes historiadores como Salvador Toscano y Alfonso Toro afirman que fue asesinado. E investigaciones muy profundas del doctor Ignacio Romero Vargas, Eulalia Guzmán y Carlos Romero Giordano lo explican a detalle sin dejar lugar a dudas. Otros historiadores como Jorge Gurría Lacroix y Carlos Pereyra recuerdan que los indígenas han sostenido que murió asesinado por los españoles.
Es claro que los cronistas militares, mismos que lo asesinaron, buscaron justificarse y lavarse las manos: Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Bernardino Vázquez de Tapia, así como Francisco de Aguilar, refieren que murió de una pedrada que le lanzó su propio pueblo, aunque se contradicen entre sí en muchos puntos de su relato. Los cronistas reales Pedro Mártir de Angelaría, Francisco López de Gómara (amanuense de Cortés) y Antonio de Solís reprodujeron el dicho de Hernán Cortés de que murió apedreado por su pueblo. En el siglo XIX historiadores conservadores como Lucas Alamán siguieron repitiendo el cuento y en el siglo XX Octavio Paz llega a afirmar que Moctezuma se sintió “extrañamente” fascinado por los españoles.
Numerosas crónicas coinciden en el hecho de que su pueblo le lloró y le preparó ceremonias fúnebres, muestra del respeto y amor que le tenían. Lo que contradice el dicho de que su pueblo lo apedreó y lo mató.
De hecho, el plan de sus asesinos fue aprovechar estos momentos mientras el pueblo le hacía honras fúnebres para huir aprovechando el desconcierto de los mexicas. En el siglo XIX el gran historiador Manuel Orozco y Berra afirmó que al observar que tras la matanza de la fiesta de Tóxcatl los mexicas suspendieron la guerra mientras duraron las exequias de los dirigentes asesinados, pensaron hacer lo mismo con Moctezuma y demás presos para poder escapar. Y así, habiendo elaborando este plan para salvarse del levantamiento, asesinaron al tlahtoani a garrote vil y aventaron su cadáver fuera del Palacio de Axayácatl para que el pueblo lo recogiera y lo velara.
Moctezuma fue asesinado junto a todos los prisioneros. Mataron a 13 hijos varones y si tres se salvaron, fue porque los habían llevado lejos a esconder. En numerosas narraciones se reconoce que mataron a sus presos, junto a los asistentes a la fiesta de Tóxcatl y miles más. En medio de la matanza sólo tres hijas sobrevivieron.
En todo momento, el Huey Tlahtoani Moctezuma Xocoyotzin fue un símbolo y una autoridad moral que los españoles buscaron desprestigiar y luego de darle muerte física le dieron muerte civil, acusándolo de cobarde, entreguista y traidor.
Quinientos años de resistencia: el asesinato de Moctezuma forma parte de la persecución, el genocidio, la calumnia y el memoricidio contra la cultura del Anáhuac, perpetrados desde hace 500 años por los colonialistas invasores de nuestras tierras. ¡Vamos al rescate de nuestra cultura, memoria e historia! Es hora que las mentiras basadas en la historia que escribió Hernán Cortés se desmientan.
Pablo Moctezuma Barragán/Segunda y última parte
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