Durante la noche del 30 de junio al 1º de julio de 1520, el hueyi tlahtoani Moctezuma Xocoyotzin fue asesinado por los invasores. Luego de darle muerte física comenzó a ser calumniado por la Historia oficial a lo largo del colonialismo y el neocolonialismo. Es necesario reevaluar la figura de quién –siendo gobernante de la Triple Alianza que ejercía su poder sobre el valle de México– comenzó la resistencia contra el asedio español.
En Tenochtitlan, durante la dirección de Moctezuma Xocoyotzin se desarrolló la arquitectura y la ingeniería. La comunicación, el comercio y el intercambio entre los Altepetls era incesante. Había educación general y gratuita. Ahí, se concentraron muchos de los grandes avances de su época. Fue un gran gobernante.
En 1502, logró que los funcionarios fueran electos por sus méritos –lo que el maestro Miguel León Portilla llamó como “meritocracia”–. Promovió el pleno empleo. Construyó jardines y zoológicos. Así como un hospital para ancianos en Culhuacán –la atención a la salud era gratuita–. Cuidó a las personas de capacidad diferente. Erigió almacenes para alimentar al pueblo en tiempos de necesidad. Fue un gran urbanista que planificó la ciudad y edificó sobre plataformas para evitar inundaciones. Además, dirigió la construcción del teokalli a Ehecatl.
Moctezuma fue electo por el Tlahtocan o Supremo Consejo como tlahtoani que significa “el que habla” en nahuatl. Las decisiones eran tomadas por el Consejo, el cual era el supremo gobierno. Funcionaba de esta manera: tras largas deliberaciones en búsqueda de consenso, hablaban uno a uno en sentido contrario a las manecillas del reloj. Una vez llegado a un acuerdo, el tlahtoani retomaba y hacía efectiva la decisión. No fue un emperador autoritario como mintieron los invasores españoles.
Obedecía y tenía a un par. El Consejo elegía tanto a su vocero –tlahtoani– como también a su dualidad: el administrador –cihuacoatl–. Ambos se encargaban del gobierno interior. Este duplo era la máxima responsable de aplicar las decisiones. En tiempos de Moctezuma Xocoyotzin, fue Tlilpotonkatzin –que significa polvo negro–. No fue un monarca y estaba sujeto a las decisiones del Tlahtocan.
El 9 de noviembre de 1519, cuando se presentó en Mexico-Tenochtitlan Hernán Cortés como embajador de un rey de lejanas tierras, el Tlahtocan decidió seguir su costumbre ancestral y recibir a los visitantes –como siempre lo hacían– para entablar pláticas.
Los huéspedes fueron alojados muy propiamente en el palacio de Axayacatl. En cuanto pudieron y aprovechando la amabilidad de sus anfitriones desarmados, los españoles hicieron prisionero a Moctezuma y a los principales dirigentes. Los tomaron como sus rehenes. Y el tlahtoani prisionero fue encadenado.
Hernán Cortés llegó –huyendo de Cuba– a “conquistar” sin permiso del rey. Acción penada con la muerte por la ley de las Siete Partidas de Alfonso X, “El Sabio” del siglo XIII. Cortés y los cronistas militares ignoraron no sólo ésta, sino también, la de “la Guerra Justa”. Tuvieron que inventar que fue “voluntariamente” que Moctezuma les entregó el “reino”. Así ocultaron su crimen y salvaron la cabeza ante un juicio de residencia en España.
Los españoles tenían sus técnicas bélicas. A dónde llegaban –Cuba, Perú, La Española–, su método era acercarse al principal, secuestrarlo, tenerlo como rehén para pedir rescate en oro y evitar que los pobladores los atacaran. Así lo hicieron aquí, según relata Bartolomé de las Casas en su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias.
Otro método y práctica de terror era llevar a cabo matanzas para atemorizar y paralizar a la población. El 22 de mayo de 1520, realizaron la espantosa masacre de la fiesta de Toxcatl, en la cual robaron las joyas antes de asesinar a miles de jóvenes que practicaban la danza.
Tras enterrar a sus muertos, el pueblo mexica optó por dejar de mandar alimento a los españoles y, por ende, a sus dirigentes, quienes aún eran retenidos. A las pocas semanas, comenzaron a padecer hambre. Cortés le ordenó a Moctezuma: “Perro…haz que traigan abasto”. El tlahtoani le respondió que esa orden tenía que darla él o un enviado suyo. Sin embargo, no lo iban a dejar ir.
El Consejo o Tlahtocan –cuyos miembros también estaban prisioneros– decidió aprovechar la situación para que saliera libre el medio hermano del tlahtoani, Cuitlahuac. Sin embargo, no para pedir alimentos, sino para comenzar la guerra a muerte, costara lo que costara. Moctezuma promovió su liberación ante Cortés y le transmitió la orden de salir y atacar sin importar que los prisioneros fueran sacrificados.
Cuitlahuac salió con el corazón roto. Sabía que no volvería a ver a sus queridos parientes, pero estaba decidido a obedecer la orden: atacar y vencer. De inmediato, puso sitio al palacio de Axayacatl. Así, comenzó un combate feroz.
Los españoles no comprendían la razón de tan feroz ofensiva, aunque tuviesen de rehén a quien consideraban el “emperador” Moctezuma –junto con los principales dirigentes–. En medio del ataque, sacaron al hueyi tlahtoani –encadenado y amenazado con puñales– a la azotea. Con la esperanza de que, al ver al secuestrado, la población cesara el combate por completo.
Si le tocó una piedra fue por la lluvia de flechas, piedras, lanzas. No iban dirigidas en contra de él. Sin embargo, la orden era clara: dar guerra a muerte a los invasores. Nada los iba a parar.
Al ver que el prisionero ya no les servía de nada, decidieron matarlo y aventar su cadáver. Entonces, aprovechar el momento en que le harían solemnes honras fúnebres y escapar. También asesinaron a los demás rehenes. Eliminaron al cihuacoatl Tzihuacpopocatzin, a Cacama –que era tlahtoani de Texcoco–, a Cuauhpopoca –el tlahtoani de Coyoacan–, al tlahtoani de Xochimilco y 38 tlahtoanis más de la confederación de pueblos aliados. Ejecutaron a nueve esposas de Moctezuma y a varias de sus hijas, a quienes Cortés ya había bautizado con nombres españoles: Ana, Inés y Juana. También asesinaron al tlacochcalcatl Itzquautzin y a muchos más.
Tecuixpo Izkaxochitl –luego llamada Isabel Moctezuma– no murió en la matanza porque logró esconderse en un canasto. A los hijos varones del tlahtoani trataron de aniquilarlos por completo. Sin embargo, sobrevivió Tlacahuepantzin, el cual estaba con su mamá, Miahuasuchitl, en Tula. Los españoles lo bautizaron como Pedro y enviaron a su familia a España. Para que –el que según ellos podía ser heredero– no estuviera en estas tierras.
Sobre Moctezuma, los cronistas religiosos –quienes no fueron cómplices del crimen– afirman que fue asesinado por la gente de Hernán Cortés. Fray Diego Durán, Joseph Acosta, Fray Juan de Torquemada y Juan de Tovar dicen que fue apuñalado por ellos. Fray Torquemada narra que le “dieron garrote” para matarlo junto a Itzquauhtzin, tlahtoani de Tlatelolco.
Fernando de Alva Ixtlixochitl –a pesar de ser aliado de Cortés– dijo que los indígenas afirmaron que lo mataron metiéndole una espada. Fernando Alvarado Tezozómoc también confirma que los españoles lo asesinaron junto a Itzquauhtzin y Cacama. Francisco de Chimalpahin sostiene que lo estrangularon. El Lienzo de Tlaxcala indica que los invasores le dieron muerte a él y a los otros presos para distraer al pueblo. Y por su parte, el Códice Ramírez dice que lo mataron a puñaladas.
En el siglo XX, grandes historiadores –como Salvador Toscano, Alfonso Toro, Salvador Novo– certifican que lo mataron. Investigaciones muy profundas del doctor Ignacio Romero Vargas, Eulalia Guzmán y Carlos Romero Giordano explican a detalle el crimen sin dejar lugar a dudas. Otros historiadores –como Jorge Gurría Lacroix y Carlos Pereyra– recuerdan que los indígenas han sostenido que fue asesinado por los españoles.
Es claro que los cronistas militares buscaban justificarse y lavarse las manos: Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Bernardino Vázquez de Tapia y Francisco de Aguilar refieren que murió de una pedrada que le lanzó su propio pueblo. Aunque se contradicen entre sí en muchos puntos de su relato. Los cronistas reales Pedro Mártir de Angelaría, Francisco López de Gómara –amanuense de Cortés– y Antonio de Solís reprodujeron lo dicho por Cortés sobre la pedrada. En el siglo XIX, historiadores conservadores como Lucas Alamán siguieron repitiendo el cuento. Y en el siglo XX, Octavio Paz llegó a afirmar que Moctezuma se sintió “extrañamente” fascinado por los españoles.
Numerosas crónicas coinciden en el hecho de que su pueblo lloró y preparó ceremonias fúnebres como muestra del respeto y amor que le tenían. Lo que contradice el dicho de que ellos mismos lo apedrearon y mataron.
Moctezuma tuvo un valor heroico. Preso, les declaró la guerra a los españoles. Lo hizo en los siguientes términos según Bernal Díaz del Castillo:
“La respuesta y mando que nuestros teules han dado a nuestros papas y a mí y a todos mis capitanes y es que os demos guerra y os matemos y os hagamos ir por la mar adelante, lo que he colegiado de ello y me parece que antes que comiencen la guerra, que luego salgaís de esta ciudad y no quede ninguno de vosotros aquí. Y esto, señor Malinche, os digo que hagaís de todas maneras que os conviene: si no mataros han y mirad que se os va la vida” (Bernal: Verdadera Historia p.625).
Sin embargo, los españoles no entendieron, pues nunca avisaban. Los mexicas tenían tres entrevistas antes de iniciar una batalla con un lapso de un mes –20 días– antes de atacar. En las batallas, no mataban y sólo tomaban prisioneros. En cambio, los españoles eran expertos en el ataque artero y sorpresivo.
Con gran habilidad el hueyi tlahtoani logró la liberación de Cuitláhuac. Le dio la orden de atacar el palacio de Axayacatl, aún a costa de la vida de los dirigentes presos, sus familias y la de él mismo: Moctezuma Xocoyotzin actuó como un héroe. Con él, se inició la resistencia que siguieron Cuitláhuac y Cuauhtémoc.
Es el gran calumniado de nuestra Historia porque así convino a los colonialistas y neocolonialistas. Es necesario dejar de repetir las mentiras de Cortés, de Bernal y de tantos otros. Mentiras que se hicieron oficiales durante el colonialismo porque así le convenía a la Corona que comenzó a recibir múltiples barcos llenos de oro. Hoy, al neocolonialismo le conviene continuar narrando estas falsedades para ocultar la resistencia que se registró en el Anahuac. Después de 500 años, es hora de que la verdad salga a la luz y Moctezuma Xocoyotzin ocupe el lugar de honor que tiene en la historia.
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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