Semana

Mujeres exigen justicia y cese a la violencia feminicida

Publicado por
Nancy Flores

La voz de la lucha feminista resuena, se vuelve eco, se extiende de un contingente a otro: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”, “Hay que abortar, hay que abortar, hay que abortar a este sistema patriarcal”, “Mujer, escucha, ésta es tu lucha”, “Y la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía”, “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”, “Ni una menos”…

La marea violeta y verde desborda arterias de la capital. El punto de arranque más nutrido es la Ángela de la Independencia –como le llaman miles de mujeres en esta marcha–, en la avenida Reforma. Antes de las 3 de la tarde avanza el primer contingente. Entre gritos, consignas y cantos, las mujeres hacen suyas las calles del primer cuadro de la Ciudad de México.

Pieles morenas, cabellos negros, pieles trigueñas, cabellos castaños, pieles blancas, cabellos güeros; indígenas y mestizas; niñas, adolescentes, jóvenes, adultas, adultas mayores. La convocatoria es la misma: conmemorar el 8M en una jornada de exigencia para acabar con la violencia feminicida, la impunidad, la discriminación, la desigualdad… El sistema patriarcal.

“Estamos aquí por todas las que ya no están”, dice a Contralínea Catalina Alegría. Su exigencia en esta jornada de lucha feminista es “que haya más seguridad para las mujeres en las calles, en las escuelas y al interior de los hogares”.

La lucha es una, es la misma pero con distinto rostro, con distinta historia. “Vengo aquí como mujer indígena para que se vea que nosotras las mujeres indígenas nos enfrentamos a la doble o triple discriminación por el hecho de ser mujer y doblemente por ser indígena. Entonces vengo a manifestarme y a solidarizarme con las mujeres porque exigimos que se dé ese trato igual, porque tenemos ese derecho como mujeres, como personas a la igualdad”, narra Olga Santillán, tepehuana originaria  del estado de Durango y quien ha migrado a la capital en busca de oportunidades.

A la altura del Senado de la República, aproximadamente a las 15:10 horas, dos contingentes se encuentran: el procedente de la Ángela y el del monumento a la Revolución. Ambos vienen flanqueados por decenas de mujeres policías. Gritos y consignas suenan con mayor fuerza. Humos morados y verdes se alzan por los aires. Banderas violetas y verdes ondean sus consignas. Pancartas gritan dolores.

La marcha serpentea para llegar al monumento a la Revolución, desde donde se gritan más consignas. Vuelve a serpentear para llegar a la avenida Juárez: negocios, monumentos y el Palacio de Bellas Artes se aprecian detrás de las barreras de metal, para estos momentos ya cubiertas por graffitis. Estatuas, banquetas y paredes descubiertas son intervenidas una y otra vez: aerosoles van y vienen rayando frases, haciendo memoria: “Vivas nos queremos”, “Ni una menos”.

La marcha serpentea una vez más al llegar al Eje Central Lázaro Cárdenas y toma la calle 5 de Mayo. Edificios históricos resguardados por vallas metálicas que retumban por los martillos y mazazos propinados por las anarcofeministas.

Vestidas de negro, rostros cubiertos con pasamontañas o paliacates morados y verdes, van manifestando la rabia de un género sometido históricamente a la opresión machista. Una tienda de conveniencia ya fue vandalizada; paredes rotas; cortinas de metal abolladas. Golpes.

La marcha avanza. Mujeres por doquier se abren paso al Zócalo. Las vallas de metal que resguardan la Catedral y el Palacio Nacional nuevamente son objeto de patadas, martillazos, fuego, golpes con barras de metal.

Algunas lanzan botellas de plástico y residuos esperando que crucen con éxito esas fronteras. Mujeres alzan a otras mujeres para que lleguen al límite y desde ahí arrojen objetos a los policías que están detrás.

Más martillazos, más golpes, más gritos, más rabia. Los policías detrás de las vallas lanzan columnas de humo de sus extintores. Arde la piel, arden los ojos, lagrimean, hay flujo nasal, hay tos. Nada las detiene: más fuego, más martillazos, más golpes, más humo de los extintores, más consignas ahora acompañadas de insultos. Algunos hombres se entremezclan y llegan a esas vallas, las golpean, provocan más tensión.

A lo lejos en esa misma plancha del Zócalo, algunas observan, gritan, animan. Otras parecen más lejanas: bailan y cantan en círculos independientes. Otras lloran, se abrazan, recuerdan. Muchas se reencuentran con viejas amistades. Pero todas palpitan. Las mujeres en esta marea violeta y verde laten, se muestran vivas y en pie de lucha.

Nancy Flores/texto e imágenes

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