Semana

Mujeres zapatistas, a 30 años del levantamiento armado

Publicado por
Darren García

El levantamiento armado del EZLN contra el gobierno mexicano hace tres décadas no sólo exigía acabar con el maltrato a los indígenas, sino sobre todo acabar con un sistema que oprime e invisibiliza a los pueblos originarios. Desde aquel entonces, al interior del movimiento también ocurría una revolución feminista alejada del movimiento occidental: se discutió y peleó por el lugar de las mujeres en el zapatismo. Las zapatistas, mujeres indígenas, consagraron sus derechos humanos y políticos, accediendo a cargos de todos niveles, incluida la dirigencia. A 31 años, especialistas en el tema destacan la participación de ellas, de sus teorías y sus formas de vida

Negro. Todo negro. Un pasamontaña cubre el total de su cabeza. Sólo una pequeña abertura a nivel de los ojos, esos ojos frente a un Zócalo capitalino repleto de gente que escuchaba con atención el discurso de una mujer indígena, que representa al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, levantado en armas contra el Estado mexicano dos años antes, el 1 de enero de 1994.

“Queremos un México que nos tome en cuenta como seres humanos, que nos respete y reconozca nuestra dignidad. Llegamos hasta aquí para gritar, junto con todos, los ya no, que nunca más un México sin nosotros”, retumbaba en la plaza el discurso de la comandanta Ramona, una de las mujeres más conocidas del zapatismo, movimiento que, incluso antes de su exhibición pública, ya había configurado el lugar que iban a ocupar las mujeres, materializado en la Ley Revolucionaria de Mujeres, explica Sylvia Marcos, post-doctora en psicología y sociología de las religiones por la Universidad de Harvard.

A 31 años del levantamiento armado del EZLN, el movimiento –al interior– de mujeres “no ha dejado de desarrollarse”, visualiza Márgara Millán, doctora en antropología por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. “Las mujeres que han crecido en el zapatismo son mujeres mucho más libres y que pueden desarrollarse en un conjunto mucho más amplio de tareas que, de hecho, están compelidas por el mismo movimiento a desarrollarse en muchísimas otras tareas. […] O sea, hay una revolución al interior de las comunidades zapatistas en torno a lo que hoy pueden y quieren hacer las mujeres”.

No hay un número exacto sobre la cantidad de mujeres integradas hoy en día al movimiento zapatista, pero sí sobre las pocas que eran en un principio, cuando la comandanta Ramona y la mayor insurgente, Ana María, entraron y “apenas eran nueve en total”, como escribe la doctora en ciencias sociales por la UNAM, Lourdes Consuelo Pacheco Ladrón de Guevara, en la revista Trayectorias Humanas Transcontinentales. Son ellas quienes enarbolan unas de las prácticas y teorías más influyentes a nivel mundial.

Lo anterior, parte de las ideas que se han pensado y difundido desde el zapatismo, que se configura actualmente, a 31 años de su levantamiento armado, como un “proyecto colectivo basado en prácticas cotidianas de auto sustentabilidad en todos los ámbitos”, continúa la doctora Márgara Millán, quien subraya que, a partir del incumplimiento del Estado mexicano sobre los Acuerdos de San Andrés, el movimiento “empezó a desarrollar un proyecto propio –podemos decir, incluso, una propia nación– sin sustento en el gobierno, en ningún tipo de gobierno, y esto dio origen a los que se conoce como autonomías zapatistas”.

FOTO: ISABEL MATEOS/CUARTOSCURO.COM

Ley Revolucionaria de Mujeres

Plática y escucha, así fue como se juntaron las opiniones de las mujeres de cada comunidad indígena en Chiapas, base del EZLN. Los problemas que enfrentaban en su vida diaria se materializaron en una Ley que buscaba “transformar la realidad de las mujeres indígenas”, describe la doctora Lourdes Pacheco. “Es más que una ley feminista; es una propuesta política para transformar las relaciones entre mujeres y hombres”.

Es así como, desde antes del levantamiento armado del EZLN, las mujeres oficialmente estaban incorporadas, “sin importar su raza, credo, color o filiación política, con el único requisito de hacer suyas las demandas del pueblo explotado”. Y en sus 10 artículos se les reconoce el derecho a “participar en la lucha revolucionaria en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen”.

Y añade que “es trascendente para las mujeres indígenas porque alude a realidades que todas ellas viven cotidianamente […], con las relaciones en las que han estado atrapadas por cientos de años”. Así lo expresan sus demás artículos: decidir sobre el número de hijos que quieren tener (tercero); participar en la comunidad y poseer cargos si son elegidas (cuarto); tener atención de salud y alimentación (quinto); recibir educación (sexto); elegir a su pareja y no ser maltratadas (séptimo y octavo).

Fue el primero de los pasos que constituyeron un logro en esas comunidades zapatistas, y que actualmente ha detonado “una serie de prácticas en las que las mujeres ocupan de manera distinta el espacio público” para el “establecimiento de una nueva relación comunitaria”, construcción simbólica y la “modificación de las pautas de convivencia étnico-grupales”, como describía la doctora y especialista en estudios de género María del Pilar Padierna Jiménez, en un artículo de la revista Argumentos de 2013.

FOTO: ISABEL MATEOS/CUARTOSCURO.COM

Mujeres que luchan

Respecto a la lucha por sus derechos, las mujeres indígenas zapatistas lo hacen fuera del feminismo occidental, ya que la genealogía es distinta, explica la doctora Márgara Millán en entrevista para Contralínea. Se reconocen como “mujeres que somos, en la categoría de mujeres que luchan”.

“Pero tampoco es la propuesta zapatista una propuesta estrictamente feminista. Es una propuesta también política […] En las comunidades, las mujeres discuten, comparten, reformulan, combinan, cambian o usan estratégicamente los conceptos sociales sobre justicia y derechos de género”, con referencias nutridas en raíces milenarias, explicó Sylvia Marcos en su libro Mujeres indígenas rebeldes zapatistas.

Además, señaló la importancia de no haber un “concepto de individuo auto contenido ni para la mujer ni para el varón”, por lo que las mujeres indígenas zapatistas exigen “a la vez los derechos de las mujeres y los derechos colectivos de los pueblos […] No se organizan jerárquicamente”, y “no puede existir el uno sin estar incluido y modificado por el otro”. Y en 2009, el entonces subcomandante Marcos aseguraba que en el EZLN “no sostenemos que la lucha por la tierra es prioritaria sobre la lucha de género”.

En palabras de la doctora Márgara Millán, “la diferencia central de los planteamientos de las mujeres zapatistas tiene que ver con la noción de comunalidad; es decir, la noción de que las mujeres para avanzar en su libertad, se tiene que transformar el entorno tanto del estado-nación como el de las clases sociales, como el del racismo en México, como el del orden patriarcal adentro y afuera de sus comunidades, incluso adentro de la organización política, es decir, el EZLN”.

FOTO: ISABEL MATEOS/CUARTOSCURO.COM

Teoría descolonizada

En entrevista para Contralínea, la doctora Sylvia Marcos explica que el término más parecido en el zapatismo, basado en la descolonización, “se fundamenta en el concepto de género en fluidez: la construcción del género en categorías opuestas pero complementarias”. Destaca una frase de la comandanta Ramona –fallecida en 2006– que inspira sobre “nuevos caminos descolonizados en las luchas feministas”: “somos iguales porque somos diferentes”.

Lo que podría llamarse su ‘teoría feminista’, complementa en su libro, “se encuentran arraigadas en sus cuerpos y en la materia, materia que forma un conjunto inestable y fluido con la naturaleza y todos los seres que la integran”; una “teoría hablada, vivida, sentida, bailada, olida, tocada”, debido a que “el exterior y el interior no están separados por la barrera hermética de la piel […], existe un intercambio permanente y continuo” que “expresa conceptos profundos de interconexión de los cuerpos y del cosmos”.

Incluso ha relucido la expresión otroa compañeroa, que denota “la fluidez entre espacios, conductas y modos que rehacen las fronteras entre lo femenino y lo masculino tanto en la cotidianidad como en la lucha”, como ha escrito en la Revista de la Universidad de México. El pensamiento radical del zapatismo llama a cuestionar, añade, “que los hombres y las mujeres somos tajantemente diferentes”, pues “en realidad fluimos entre lo masculino y lo femenino”.

La académica y autora de diversas publicaciones acerca de las mujeres en el zapatismo considera que “el feminismo urbano debería inspirarse –cuando es posible– en esas raíces antiguas de nuestros ancestros, y seleccionando a fondo, ya que el sistema dominante está colonizado también e impone ese tipo de poderes masculinos.

Ver hacia adentro

“La presencia indígena se mantuvo marginada e invisibilizada tanto en el conjunto de la sociedad cuanto dentro del mismo movimiento de las mujeres” hasta el levantamiento armado en 1994, criticó la doctora Sylvia Marcos en su libro.

No obstante, la presencia de mujeres indígenas en las filas del EZLN “fue una incitación a recobrar y reafirmar el sentido político amplio de las luchas feministas” en México y el mundo. “Es toda una crítica radical al racismo, al patriarcalismo y al capitalismo”.

Como dijo la comandanta zapatista Everilda: “exigimos a todos los hombres del mundo que nos respeten […] porque un México sin mujeres no sería México y un mundo sin mujeres tampoco sería mundo”, retoma la especialista.

Por tales motivos, el “zapatismo ha sido un faro” para muchas comunidades indígenas y urbanas, puntualiza la doctora Márgara Millán, para entender que “la opresión de la mujer es el síntoma de la opresión de todos los sistemas que hoy componen la sociedad tal y como se reproduce actualmente”: la producción basada en ganancias y productividad; violencia estructural por el sistema capitalista y patriarcal “que implica no solo la desigualdad entre hombres y mujeres, sino la desvalorización total de las mujeres y de lo femenino”; así como el racismo y su visión colonialista de la nación y las clases sociales.

Y sintetiza: “entonces no hay una demanda esencialista que piense que las mujeres se liberan simplemente si el patriarcado no existe, porque se entiende que el patriarcado es parte fundamental del capitalismo, del sistema de opresión, del sistema racista también y colonialista, que se reproduce hoy en México”.

Todo ello con una participación destacada de las mujeres, quienes han podido ostentar cargos en todos los niveles de su organización: milicianas, insurgentas como Ana María, comandantas como Ramona, Ester, Susana o Yolanda; y que hoy en día continúan ese legado, con la adquisición de conocimientos que se dan año con año, como las “tercias compas, que son mujeres que conocen todo el asunto de la tecnología”, explica Márgara Millán.

La experiencia de las mujeres en el zapatismo, junto con su idea de emancipación colectiva puede llegar a los movimientos diversos de mujeres alrededor del mundo, concluye.

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