El presidente electo siguió el ritual. No chocó con las tradiciones militares para nombrar a quienes encabezarán las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y de Marina (Semar) durante su gobierno, que –parece necesario aclararlo– inicia formalmente hasta el 1 de diciembre próximo.
Los nombramientos le cambian la jugada a los actuales mandos superiores de las dos secretarías y las tres Fuerzas Armadas: Ejército Mexicano, Fuerza Aérea Mexicana y Armada de México. Tendrán que rehacer las listas de quienes alcazarán los niveles jerárquicos más altos de la milicia y que se anunciarán el próximo 20 de noviembre (a 108 años de la Revolución Mexicana): generales de división y almirantes. Y tendrán que acordar dichas listas con los próximos secretarios, además de hacerlas un poco más extensas.
Sobre todo en el caso de la fuerza terrestre, los nombramientos implicarán necesariamente una renovación: varias generaciones tendrán que pasar a retiro y, por lo tanto, deberán ser nombrados nuevos generales, tanto para las comandancias de regiones y zonas como para quienes realizan labores administrativas.
El actual general secretario, Salvador Cienfuegos Zepeda, ingresó al Heroico Colegio Militar en 1964. El próximo titular de la Sedena lo hizo 15 años después. Ascendido a general de división en noviembre pasado, Luis Cresencio Sandoval González es generación 1979.
“¿Qué significa esto?”, se pregunta Garduño Valero, doctor en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), especialista en América Latina por la Universidad de Pittsburgh. El también conferencista en el Centro de Estudios Superiores Navales y el Colegio de la Defensa Nacional se responde: “Que ya no le tocó el 68 ni participación en la Guerra Sucia”. Considera que se trata de una condición que pudo haber sido decisiva en el nombramiento.
Pero la juventud del próximo general secretario desencadenará también una renovación de mandos. La designación de Luis Cresencio Sandoval González significa “que prácticamente toda la vieja generación de las décadas de 1950 y 1960 se va a retiro necesario. Y, por tanto, vienen a ser desplazados todos los viejos mandos”. Señala que el siguiente general de cuatro estrellas “es un hombre que solamente tiene 39 años de servicio” y, por ello, veremos un profundo cambio generacional.
A esta situación se suma la decisión, ya en proceso de ejecutarse, de desaparecer el Estado Mayor Presidencial. Este cuerpo castrense era la última condición que subsistía del viejo pacto entre civiles y militares que le dio establidad política al país por varias décadas.
Guillermo Garduño explica que cuando los militares fueron desplazados de la Presidencia de la República en 1946, quedaron establecidos tres compromisos. El primero de ellos fue precisamente la creación del Estado Mayor Presidencial “como un elemento auxiliar directo y próximo al poder presidencial”.
El segundo fue que el partido oficial (entonces el Revolucionario Institucional, PRI) quedaría en manos de los militares. Así ocurrió hasta mediados de la década de 1960. Desde entonces los dirigentes del PRI son civiles.
Y el tercer compromiso era mantener una cuota de gobernadores y de legisladores de carácter militar. Esa cuota se eliminó a partir del año 2000, cuando el panista Vicente Fox asumió la Presidencia de la República.
Con el anuncio de la desaparición del Estado Mayor Presidencial, “lo que ha hecho Andrés Manuel ha sido eliminar el último compromiso. Claro, data de hace muchos años, otra época y otro contexto. Pero va a resentirse en el ámbito de lo que es el poder militar”.
Con respecto del nombramiento en la Semar, Garduño señala que esta secretaría tiene una tradición “absolutamente diferente”.
Explica que entre los marinos “existe una figura que no es un grado, pero sí es un sistema de reconocimiento. La Marina actúa mucho en términos de un criterio de prestigio por antigüedad y por tipo de servicio”. Quien reúne estos elementos es conocido familiarmente entre ellos como el “comodoro”. No es un grado, insistimos. Es generalmente el más antiguo y al mismo tiempo el que mayor reconocimiento tiene.
El almirante José Rafael Ojeda Durán era uno de los que podrían considerarse “comodoros”: está por cumplir los 45 años de servicio (a punto de que se fuera a retiro), es experto en operaciones navales y ha ocupado cargos tanto operativos como administrativos.
Además de que cumplía con “la tradición”, dos factores debieron haber sido muy significativos para el presidente electo: “Uno de ellos es que su tesis de maestría en el Centro Superior de Estudios Navales versó sobre corrupción; y la segunda, que era el contralor de la Armada de México: el hombre que vigila el movimiento de los fondos y recursos”.
¿Qué pondría sobre la mesa el hasta el lunes pasado inspector y contralor general de Marina? ¿Cuánto sabe de malversación de fondos y otros tipos de corrupción que le puedan interesar al adalid de la austeridad?
Dice Garduño: “ambos casos [soldados y marinos] nos muestran que va a haber cambios muy significativos en el personal militar. Por supuesto tendrán que haber promociones nuevas”.
Con las designaciones, los militares no pueden reprocharle nada a López Obrador. Incluso, aunque no estén de acuerdo con ellas y les haya generado cambios de planes. Hasta los amanuenses de las Fuerzas Armadas han dado su bendición. Los nombramientos se hicieron dentro de los márgenes marcados por las estructuras militares; si se quiere, en los extremos de esos márgenes. Fue una operación con pinzas. Veremos si es el comienzo de una serie de cambios que ahora sí trastoquen las estructuras de las milicias mexicanas.
De entrada, parece que se buscará inaugurar una nueva relación entre el poder militar y el poder civil. Se le dio la puntilla a los viejos pactos. Será muy interesante saber sobre qué se fundarán los nuevos.
Zósimo Camacho
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