Somos el producto de todas las civilizaciones humanas, puesto a vivir, con malestar y náusea consiguientes, en una civilización rudimentaria. El choque es enorme; y nuestra tarea es equilibrar los elementos
José Martí, 1885
Ciudad de Panamá, Panamá. La crisis que aqueja al sistema mundial –“civilizatoria”, la llaman algunos– no se reduce al conflicto entre Estados Unidos frente a Rusia y China, aun cuando ese conflicto sea, de momento, su aspecto principal. La contradicción principal que genera la crisis se ubica en otro nivel de complejidad, que incluye –sin reducirse a ellas– las dificultades que encaran el mercado mundial y el sistema internacional creado tras la Segunda Guerra Mundial para gestionar las contradicciones y conflictos que genera su desarrollo.
En ese plano, plantea John Bellamy Foster, ese mercado estaría siendo afectado por una “sobreacumulación de la capacidad productiva en relación con la demanda y a la concentración del excedente en la cúpula de la sociedad”, con lo cual la sobre concentración de la riqueza y los ingresos en la parte superior “se convierte en sí misma en una barrera para la acumulación de capital.” Así, la crisis no se origina en “problemas en la generación de excedente económico”, sino “en su absorción a través de la inversión y el consumo”.
Esto, añade, crea una circunstancia en la cual “el desperdicio económico (y ecológico)” resulta funcional “para el sistema en su conjunto”, dando lugar a “un énfasis en formas de consumo y uso derrochadoras”, encaminado a mantener la economía en marcha “mientras las necesidades más básicas de gran parte de la población (alimentación, atención médica, vivienda) no se satisfacen o son sumamente inadecuadas”.
El gasto militar hace parte de esa dinámica de despilfarro. En efecto, tras el desarrollo del complejo militar-industrial a partir de la Gran Guerra de 1914-1945, ese sector ha adquirido un peso cada vez mayor en las economías más desarrolladas del planeta. Ese factor se expresa por ejemplo en las enormes sumas de recursos destinados por los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la guerra (aún) no declarada que libra contra Rusia en Ucrania, incluyendo en ese conflicto la destrucción de infraestructura de importancia crítica para los propios países europeos, como el gasoducto Nordstream 2, en el mar Báltico, el 26 de septiembre de 2022.
En este caso, por ejemplo, el 21 de febrero pasado- a pocos días de que el periodista Seymour Hersh señalara a Estados Unidos como el responsable del sabotaje del gasoducto-, el conocido economista Jeffrey Sachs brindó testimonio ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en relación a ese hecho. Allí, tras presentarse a sí mismo como profesor en la Universidad de Columbia y especialista en la economía global, en áreas como “comercio global, finanzas, infraestructura y política económica estatal”, indicó que acudía al Consejo por su propia voluntad y que el testimonio que ofrecería no representaba “a ningún gobierno u organización”.
En lo más esencial, Sachs definió la destrucción del gasoducto como “un acto de terrorismo internacional” que representaba “una amenaza para la paz”. En ese sentido, añadió, “es responsabilidad del Consejo de Seguridad de la ONU [Organización de las Naciones Unidas] encarar el problema de quién podría haber llevado a cabo ese acto, para llevar al perpetrador ante la justicia internacional, buscar que se compense a las partes afectadas, y prevenir futuras acciones como ésta”.
La amenaza global a que se refiere Sachs tiene especial importancia para un país como Panamá, cuya economía depende en un 80 por ciento de los servicios que ofrece a la circulación de mercancías, capitales y personas en el mercado mundial. Al decir de Sachs, en efecto, las consecuencias de la destrucción del Nordstream 2 son “enormes”, pues incluyen no solo las grandes pérdidas económicas relacionadas con las propias tuberías y uso futuro potencial, sino además el incremento en la amenaza a la infraestructura internacional de todo tipo: cables submarinos de internet, ductos internacionales de gas y de hidrógeno, interconexiones internacionales de energía eléctrica, parques eólicos en mar abierto, y demás.
A esto, añadió Sachs, se agregaba el hecho de que la transformación global a la energía verde demandará “una infraestructura internacional considerable, incluso en aguas internacionales”. Por ello, ante esta situación los países “necesitan tener plena confianza en que su infraestructura no será destruida por terceros”, incluyendo a algunos países europeos que han expresado recientemente “preocupación por su infraestructura en aguas abiertas”.
En lo que hace a la responsabilidad por lo ocurrido, aún no establecida de manera directa ante múltiples factores de resistencia a la investigación del hecho, Sachs recordó las declaraciones hechas por importantes funcionarios del gobierno de los Estados Unidos antes y después del sabotaje. Así, el 27 de enero de 2022 la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, emitió un trino señalando que, de ocurrir una invasión rusa a Ucrania, el Nordstream 2 se vería paralizado “de una manera u otra”. El 7 de febrero siguiente el presidente Joe Biden declaró que de producirse la invasión rusa a Ucrania “pondremos fin” al gasoducto, y una vez ocurrido el hecho, el Secretario de Estado Antony Blinken declaró que este abría “una tremenda oportunidad para eliminar de una vez por todas la dependencia [de Europa] y privar así a Vladimir Putin del uso militar de la energía para lograr sus designios imperiales”.
Ante una situación tal, dijo Sachs, el mundo “depende como nunca de que el Consejo de Seguridad de la ONU haga su trabajo para detener la escalada hacia una nueva Guerra Mundial”. El mundo, añadió, “sólo estará seguro cuando los miembros permanentes [del Consejo de Seguridad] trabajen de manera diplomática para resolver crisis globales”, como las que presentan “la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones en Asia Oriental”. El Consejo, añadió, “constituye la única instancia global para ese trabajo de consolidación de la paz. Más que nunca, necesitamos un Consejo de Seguridad de la ONU sano y funcional, que lleve a cabo la misión que le asignó a Carta de las Naciones Unidas”.
El planteamiento de Sachs, razonable en sí mismo, apunta al propio tiempo hacia un problema mayor. El sistema internacional, en efecto, ha venido mostrando una eficacia decreciente en la gestión de los conflictos que atraviesan al sistema mundial desde mucho antes de que estallara el actual en Ucrania. Eso se agrava hoy, ante la incapacidad de las Naciones Unidas para facilitar la gestión de un acuerdo de paz en Ucrania, en lo mayor, o para organizar la investigación del sabotaje al gasoducto, en lo inmediato.
Esto, a su vez, permite entrever que la crisis generada por el agotamiento del sistema internacional y la transición hacia una nueva modalidad de organización del mercado mundial está en vías de superar la capacidad de ese sistema para gestionar las contradicciones generadas por su propio desarrollo. Visto así, el sabotaje al Nordstream 2 bien podría equivaler a la mano que menciona el Libro de Daniel (5:23-28), que en el festín del rey Belsasar escribiera en la pared del palacio aquel MENÉ, MENÉ, TEKEL y PARSÍN, que el profeta tradujo como “medido, pesado, juzgado”, anunciando el fin del rey y de su reino.
Una crisis de tal alcance en el sistema internacional tendría terribles consecuencias. Ante ese riesgo, cabe entender la importancia de la postura adoptada por gobiernos como los de México y Brasil de no alinearse con las partes en el conflicto, y procurar en cambio mantener abiertos espacios para el diálogo en busca de una paz negociada.
Nuestra América no puede ni debe ser mera espectadora ante la crisis global, ni mucho menos parte alineada en las confrontaciones que van marcando su desarrollo. Para nosotros ha llegado la hora, una vez más, de luchar por el equilibrio del mundo, promoviendo la transparencia en las relaciones internacionales sin la cual ninguna colaboración es posible ante los terribles problemas del hambre, la pobreza y el deterioro ambiental que amenazan hoy a la Humanidad entera.
Será por esa lucha que seremos medidos, pesados y juzgados en nuestro propio tiempo. Nos toca encararla de modo que nuestra fe sincera en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud se vea confirmada en los hechos por la fuerza de la razón, que derrote finalmente a la razón de la fuerza que hoy busca imperar en la comunidad de los humanos.
Guillermo Castro H/Prensa Latina
*Ensayista, investigador y ambientalista panameño.
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