Pareciera que la práctica educativa se reduce a metodologías, programas y sistematización de lo que se quiere o se necesita aprender. Sin embargo, como parte fundamental del sostenimiento de proyectos y rutas políticas, la construcción a partir del diálogo, clave de la experiencia formativa, se incrusta como parte de los sólidos pilares que posibilitan caminos. La exigencia va acompañada de la memoria y de reconocer(nos) sujetos no sólo de derecho sino de saberes y experiencias.
Ante un tiempo constante de incertidumbres provocado por una crisis que ya no sólo se vislumbra sanitaria sino también económica, social y política (y que ya había sido enunciada desde tiempo atrás), hacer referencia y poner atención a los procesos educativos nos recuerda la vitalidad que siempre han tenido; son parte del sostén que posibilita horizontes de transformación.
No podemos ignorar los innumerables movimientos sociales que apuestan por prácticas político-pedagógicas, reconociendo que en éstas se encuentra uno de los pilares fundamentales del seguir andando: la historia como memoria, como lucha y como conjunto de significaciones. Ejemplo de ello es el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MTS), en Brasil, donde se consolidó al interior de éste un sector específico de formación que busca desarrollar una praxis educativa que consolide la identidad Sin Tierra.
En México se narra una historia específica en relación con el presente. ¿Qué ha implicado la ausencia y el distanciamiento social en los procesos actuales de educación? Como primer momento evidenció una deficiencia institucional que para algunos sectores parecía ya no existir. Ante una propuesta formativa a distancia titulada “Aprende en Casa” que se sostiene principalmente en la transmisión por televisión de contenidos escolares según los grados de nivel básico educativo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) creyó resolver las circunstancias por las cuales se atravesaba mundialmente. Esta política parece no haber tenido lo necesario para solucionar una problemática de tal magnitud, empezando con que no existió una conexión con las diversas realidades en el país. Las programaciones, en algunos casos poco contexualizadas, no respondían siquiera a necesidades lingüísticas. Por tanto, a la par, se activaron las clases a distancia por medio de plataformas virtuales, situación que implicó retos diferentes.
La educación en el entorno urbano, que por excelencia se dibuja como el espacio con todo recurso, evidenció la desigualdad que un uniforme escolar trataba de desvanecer día a día; por ejemplo, que el acceso a internet es diferenciado de acuerdo con las colonias o barrios que conforman la urbe de la Ciudad de México e implicó para muchas familias buscar diferentes soluciones para acceder a dispositivos móviles, equipos de cómputo e inclusive a internet. Por otro lado, aquellas geografías distantes e históricamente marginadas evidenciaban otras realidades en las que la baja o nula estructura en telecomunicaciones impactaba en las actividades escolares. Tales aspectos fueron resaltados con algunas estadísticas como las que señalan que únicamente 44 por ciento de alumnos tienen computadora y el 52 por ciento cuenta con internet.
Sin embargo, de nuevo, las acciones y apuestas político-pedagógicas van resolviendo lo que en ya varios años un Estado deficiente y ausente sin necesidad de una pandemia no ha resuelto. Ahora se escucha más fuerte el andar de proyectos comunitarios que, desde el contexto de sus territorios, siguen sosteniendo procesos formativos sin dejar de dialogar con las crisis que se agregan. Estos proyectos no han nacido ahora ni para resolver un problema de contenidos, sino que también incluyen una apuesta política para un desarrollo desde y para sus contextos, atravesados incluso, por procesos de defensa de territorios.
Sin el objetivo de romantizar tales acciones, ya que también se enmarcan en una situación de precarización no resuelta por las instituciones, se activaron los cuidados colectivos para posibilitar espacios comunes que dieran continuidad a los procesos educativos e inclusive a los procesos organizativos en donde la compartición de saberes es actividad consciente y constante. Lo colectivo se transformó, reconociendo que las conexiones que posibilitan saberes estaban y deben estar aún durante la pandemia. Esto es la disputa por la vida desde la acción del cuidado, por la existencia de lo diverso y por las diversas voces que componen la lucha.
Reflexionar, por tanto, de lo político en lo educativo es identificar sobre qué tanto invisibilizamos en la acción de enseñar, compartir, y/o aprender los diversos significados de su significante: no es la acción de enunciar y privilegiar una sola voz, tampoco su espacio por excelencia es el aula de clases, ni tampoco es la ausencia de madurez respecto a la experiencia y el conocimiento. Lo educativo apuesta por vislumbrar los sentidos en las diferentes lecturas de la vida y en construir colectivamente apuestas para la transformación desde la memoria y la historia.
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Notas
[1] Pinheiro, B Lia (2015), Educación, resistencia, y movimientos sociales: la praxis educativo-política de los Sin Tierra y de los Zapatistas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 91.
[2] Redacción, “Sólo la mitad de los alumnos en México tienen acceso a internet”, Ángulo 7, en: https://www.angulo7.com.mx/2021/02/25/solo-la-mitad-de-alumnos-en-mexico-tienen-acceso-a-internet/. Visitado: febrero de 2021.
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