Claudia se colgó de una estrella, dice Sara Dulché, y Xóchitl, no. Así justifica la avasallante victoria de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) con el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Partido del Trabajo (PT) por casi 19 millones de votos sobre el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Más de 16 millones obtuvo Xóchitl Gálvez, pero nosotros le dimos más de 36 millones a Claudia Sheinbaum. Dulché se refiere a que esa estrella es Andrés Manuel López Obrador , y que los líderes de los partidos dirigidos por Claudio X González no lo son; menos este último.
Lo dice ante una mesa de “análisis”, atónita y derrotada, integrada por Carlos Alasraki, Pedro Ferriz de Con y Beatriz Pagés; entre otros personajes menores de la derecha, quienes, entre el desconsuelo, lamentos y enojo, no encuentran una respuesta para la paliza que recibieron en las urnas el 2 de junio.
Esos comentaristas culpan a los partidos de Fuerza y Corazón por México de la derrota. También, se lavan las manos, como si no hubieran participado en la guerra sucia, muy sucia, planeada por Jorge Castañeda y Raymundo Riva Palacio.
No lo entienden, y tampoco lo capta Denise Dresser, quien asegura que nos quitó las cadenas y nosotros nos las volvimos a poner. Y no lo comprenden los “analistas” de Televisa, de TV Azteca, ni los de Radio Fórmula, o los 250 “intelectualoides”, quienes pidieron el voto por Xóchitl.
Esa mafia es liderada por los capos Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze y Roger Bartra. Asimismo, está integrada por soldaditos de ficción, como Enrique Serna y Xavier Velasco, entre otros “eruditos” irrelevantes en la vida política del país. No, ninguno de ellos tiene una respuesta para su debacle electoral.
Lo que Dulché no quiere entender es que Andrés Manuel López Obrador es una estrella. En 2018, se colgó de una Vía Láctea que 30 millones de mexicanos le conferimos con el poder político para gobernar. El desempeño de su administración amplió esa avenida estelar con más de 6 millones de sufragios el pasado 2 de junio.
Por lo menos, en su estrés postraumático, la señora reconoce el tamaño del presidente López Obrador, aunque divaga entre pensamientos autocomplacientes, como el de que esos 36 millones de votantes no son representativos de la sociedad mexicana. Así, niega nuestra democracia.
El primer mandatario ya tenía avanzado un proyecto de nación para el proceso electoral de 2006, cuando el PRIAN cometió un fraude electoral, el cual marcó el destino de México.
Entonces, acumulaba el de Macuspana, las experiencias de la incipiente izquierda que, en 1988, 1994 y 2000, no pudo vencer a la derecha entre fraudes y marrullerías políticas. El fraude del 2006 llevó a López Obrador a integrar ese proyecto previo con amplios sectores de la base social, durante los siguientes dos sexenios, pues no ganó la presidencia de la República en 2012, ante el PRI de Enrique Peña Nieto.
El proyecto de nación de la cuarta transformación no nació en la antesala de las elecciones federales de 2018. Tuvo sus inicios decenios atrás, inclusive en los movimientos guerrilleros de las décadas de 1960 y 1970, en el movimiento estudiantil de 1968, y en la brutal represión que los regímenes priistas aplicaron a los estudiantes, además de cada protesta o disidencia en adelante. Ese proyecto se fue conformando con las luchas políticas y sociales que se libraron desde 1988.
Tras el 2006 y hasta el 2018, el presidente López Obrador pidió, a ras de tierra y pueblo por pueblo, la ayuda y la comprensión de los mexicanos para no claudicar ante la represión del régimen prianista y construir el movimiento social más grande de México, el cual derivó en la cuarta transformación. Es el único político que ha ido a los 2 mil 38 municipios de régimen de partido y a los 418 indígenas de usos y costumbres de Oaxaca, en los cuales celebró asambleas populares.
Con ese conocimiento territorial y el contacto personal con la gente, con los de abajo y los marginados, con los indígenas, con las clases rurales y obreras, y también con las clases medias, López Obrador generó un diagnóstico amplio de la situación nacional para el primer cuarto del siglo XXI.
Esto, aunado a su profundo conocimiento de la historia de México y de Latinoamérica, le permitió concretar un proyecto de renovación de la República, finalmente integrado en la ideología y los estatutos de Morena, movimiento político, con el cual ganó la presidencia en 2018, así como un gran número de gubernaturas y curules en las cámaras de diputados y senadores.
Este proyecto no fue elaborado sólo por él, pues durante estos años han participado en las versiones previas, y en la que hoy se aplica, varios personajes relevantes de la vida pública, laboral, académica y artística nacional, pero tomando en cuenta las demandas y propuestas ciudadanas recogidas en las asambleas populares.
El presidente puso en marcha ese proyecto de nación en 2018. No todo ha sido espectacular y benéfico. Se han tenido errores y tropiezos como el del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), al que se debió dar marcha atrás para integrar a los sectores de salud bajo la tutela del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
La violencia y la inseguridad han sido el tema más reclamado al obradorismo; y sí, no se han erradicado, pero la estrategia aplicada está dando resultados, aunque no tan rápido como quisiéramos.
La mayoría de los delitos de bajo y alto impacto lograron ser estabilizados en números estadísticos. También, han tenido una clara tendencia a la baja, incluido el homicidio. Otros han sido minimizados: el huachicoleo, el secuestro y la extorsión.
Pero, sin duda, aún falta mucho por hacer para extender y consolidar la paz y la seguridad en el territorio nacional. Es innegable que, en muchos aspectos, es necesario trabajar en perfeccionar las políticas sociales para llevar al siguiente nivel el bienestar de los mexicanos.
En el rubro económico, el país está mejor que antes, eso sin duda, a pesar de que, apenas un año y medio de que López Obrador tomara posesión de la presidencia, tuvo que enfrentar la peor conflagración económica y de salud de los últimos 100 años: la pandemia de la Covid-19. Esta crisis generó estragos a nivel mundial.
López Obrador no endeudó al país y lo sacó adelante. Más aún, lo llevó del lugar número 15 al 12 de las mejores economías del planeta, desplazando a naciones como España. Además de que sus políticas generaron una apreciación del peso frente al dólar nunca antes vista, poniendo a nuestra moneda entre las más fuertes ante la divisa estadunidense, a nivel mundial.
Es indudable que la economía mexicana, aún en tiempos convulsos, es estable y se fortalece cada día. Eso es posible por varias razones: el combate a la corrupción desde el gobierno y su política de austeridad, lo que ha contenido el despilfarro de los funcionarios públicos y el robo a las arcas nacionales, al cual estaban acostumbrados en las pasadas administraciones. Además de una mayor recaudación hacendaria, sobre todo entre los grandes evasores empresariales, a quienes otros gobiernos condonaban cientos de miles de millones de pesos en impuestos.
Esa economía estable y bien administrada ha permitido una más justa redistribución de la riqueza nacional, que aún no es suficiente, entre los estratos sociales más desprotegidos; ya sea mediante los programas sociales o con el inaudito aumento salarial de más del 100 por ciento, y lo más importante con una de las tasas más bajas de desempleo del mundo.
Todo lo anterior manteniendo la inflación en rangos controlados y aceptables que pueden ser afrontados por la población, debido al considerable incremento del poder adquisitivo.
Hay otros logros tangibles de la administración obradorista: infraestructura en transportes y telecomunicaciones, así como para la explotación de hidrocarburos y la generación de energía eléctrica; integración económica de las regiones más vulnerables, principalmente del sureste del país, con inversión extranjera directa e indirecta, así como con recursos gubernamentales, y lo mismo se ha hecho en otras regiones; entre otros logros para los cuales nos faltará espacio en este texto.
Sin embargo, hay otro beneficio y ese no es tangible; algo que López Obrador ha logrado con la constante y diaria comunicación con el pueblo o la mayor parte de éste, a aquellos que hemos estado dispuestos a escucharlo en las mañaneras.
Ha visibilizado, ante la nación, a los sectores que eran marginados por las autoridades o por los medios masivos de comunicación. Les ha dado voz y esperanza a las bases sociales y ha resignificado el valor de pertenecer y ser en la patria.
Igualmente, ha logrado desvanecer la imagen del mexicano dicharachero, parrandero, bravucón, mentiroso, huevón, vulgar, corrupto y solapador de la corrupción; esa imagen que encarna Xóchitl Gálvez a la perfección. También, esa imagen del ciudadano promedio la tienen sus patrones políticos; misma por la que postularon a Gálvez con la esperanza de que una inmensa mayoría nos identificamos con ella.
López Obrador ha dado una nueva identidad comunitaria e ideológica al mexicano de a pie. Ha instaurado el “humanismo mexicano” como filosofía política rectora de la cuarta transformación, en la economía y en la moral de la mayor parte de la sociedad.
Renovó el orgullo nacionalista. Le dio más seguridad y valor al ciudadano, pero sobre todo al pobre y a las clases bajas y medias. Obrador convenció a las mayorías en 2018 que, con el voto, se tiene el mismo poder que detenta el hombre más rico del país y que con la participación política masiva la voluntad de la gente se cuenta y es más fuerte que cualquier fraude, que cualquier mafia en el poder. De nuevo, llevó con las mañaneras la palabra del cambio a todos los lugares recónditos, a los cuales ya había ido y a los que ha regresado durante su mandato.
Sin duda la reafirma y toma de nuevo notas de la situación nacional, como ha dejado constancia en su libro Gracias. Seguramente, durante este sexenio perfeccionó el proyecto de nacimiento, aprendió de los errores y ha hecho ajustes en los aspectos que deben profundizar o cambiarse.
En la etapa de transición con el gobierno de nuestra presidenta electa Claudia Sheinbaum, entre ambos alinearán y convendrán los ajustes necesarios para que el segundo piso de la Cuarta Transformación se construya más amplio, incluyente y justo que el primero.
Eso será posible con el respaldo de más de 36 millones de mexicanos que hemos puesto nuestra confianza y anhelos de justicia social en la doctora Sheinbaum, a quien le dimos las cámaras de diputados y de senadores, con la mayoría necesaria para lograr las reformas a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos planteadas por el presidente en el Plan C.
Sí, sin duda Claudia se colgó de una estrella, pero López Obrador está aún colgado de 36 millones de mexicanos, quienes, en esta elección democrática, no sólo elegimos a la presidenta, sino también ratificamos y ampliamos la aprobación del proyecto de nación, el cual empezó a renovar la vida pública en 2018.
La gente de derecha no logra asimilar por qué más de tres decenas de millones de mexicanos votamos por Claudia Sheinbaum y para seguir con la cuarta transformación. Además de que no han racionalizado que el PRIAN nunca tuvo un proyecto de nación. Sólo apelaron a una campaña electoral sucia y negativa, mentirosa y marrullera, vulgar e ignorante, bien representada por Xóchitl Gálvez.
Lo que no entienden los conservadores es que Andrés Manuel López Obrador causó la transformación de este país desde abajo, con la gente, en las calles, en los barrios y en los pueblos de cada rincón de México, y que, siendo presidente, lo siguió haciendo desde las mañaneras.
No comprenden que López Obrador estableció un diálogo con quienes lo quisimos escuchar, ya fuera en las plazas públicas o a través de la internet. Y, con ello, generó una revolución de las conciencias en una inmensa mayoría de los mexicanos.
La respuesta a lo que sucedió el pasado 2 de junio es muy evidente para nosotros; pero no para ellos, porque nos ven desde su mundo de fantasía basado en falsedades y datos pagados, como los de la “encuestadora” Massive Caller.
La respuesta es que López Obrador se colgó de millones de mexicanos para lograr su misión en la vida y no al revés. Él ha estado colgado de nosotros desde hace décadas, y lo ha dicho en varias ocasiones y en referencia a diferentes sucesos: “El pueblo es mucha pieza”, “el pueblo me ha salvado”, “el pueblo me sacó a flote”, y al que más se refiere es al del desafuero de 2005, cuando 1 millón y medio de personas protestamos en la capital del país para defenderlo.
La respuesta que busca la oposición puede ser de cinco palabras: amor con amor se paga. Y es que López Obrador se entregó a su pueblo y el pueblo le respondió. Ahora Claudia Sheinbaum queda frente a la inmensa responsabilidad de gobernar a México. Los retos no son menores, pero ya tiene el camino trazado, así como la experiencia del primer sexenio que enfrentó a los grupos oligarcas y mediáticos, todavía en desventaja.
Ella ya sabe que la comunicación con el pueblo es fundamental para la politización y para el combate a las mentiras de los medios masivos de comunicación. Ya encontrará la presidenta el formato de su mañanera y lo combinará con su experiencia como funcionaria pública en la Ciudad de México.
Una vez que López Obrador deje el cargo, entonces será Claudia Sheinbaum la que estará colgada de 36 millones de mexicanos y nosotros de ella, con la misión de llevar a cabo la consolidación de la cuarta transformación de México. Estaremos engarzados con ella para darle continuidad al legado de López Obrador, mientras la oposición lidia con el estrés postraumático.
Roberto Galindo*
*Escritor; maestro en Ciencias con especialidad en Exploración y Geofísica Marina; maestro en Apreciación y Creación Literaria; licenciado en Arqueología especializado en Contextos Sumergidos; licenciado en Letras Hispánicas; licenciado en Diseño Gráfico con diplomado en Museología