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[bctt tweet=”Crónica: Cuando el pueblo rebasó al Estado #Sismo #México” username=”contralinea”]
Los edificios se derrumbaron. La tierra dejó de moverse. Y llegaron. Decenas, cientos, miles de voluntarios se acercaron a levantar piedras, remover escombros y buscar oquedades entre las ruinas. Por ellas ingresaron y liberaron personas atrapadas y rescataron cuerpos.
Una de las primeras en llegar a la esquina de Gabriel Mancera y Escocia, en la Colonia del Valle, fue Eglex Espinosa. No lo dudó. Se sobrepuso al pánico y automáticamente se dirigió adonde creyó que alguien podría necesitar ayuda.
El edificio en el que vive soportó el sacudimiento de las placas tectónicas; pero desde ahí pudo observar cómo se hacían polvo otras construcciones. Hacia allá encaminó sus pasos.
Tres horas después descansaba de pie, recargada en una pala. Un polvo fino había teñido de gris sus pestañas, cabello, rostro y ropas. Había recuperado dos cuerpos del interior de uno de los inmuebles caídos. Y había acarreado cientos de fragmentos de concreto y piedras.
“En principio empecé a colaborar dando agua y luego sacando cascajos. Cuando quitamos unos escombros vimos una máquina grande, la levantamos y debajo de ella había dos personas muertas: una señora y una muchacha.”
Eglex cuenta 33 años, vive en México y es venezolana. “Con mucho amor estoy ayudando porque es lo que me han enseñado aquí en este país que quiero”.
Los testimonios fluyen mientras algunos voluntarios toman un respiro. “Soy de la colonia, aquí vivo y aquí voy a estar ayudando. Y no son las únicas calles con edificios derrumbados; en esta misma colonia hay más”, dice Juan Hernández, de 35 años.
Cubierto de polvo, el pantalón se le ha rasgado y una pequeña herida sangrante se asoma a la altura de la rodilla. Dice que no es nada y no quiere perder tiempo con los auxilios que le ofrecen los estudiantes de medicina que se le acercan. Quiere incursionar de nuevo en una de las oquedades con la esperanza de ayudar a alguien con vida.
Evelyn Santa Rosa quita piedras y llora. No sabe nada de sus familiares. Había salido a hacer unas compras. El terremoto la sorprendió en el supermercado. Cuando quiso llegar a su hogar, se encontró con el edificio derrumbado.
Escucha que le gritan y vuelve el rostro con desesperación. Corre a abrazarse con uno de sus hermanos. Él le tiene noticias. Muy malas. Luego, un grito de dolor entristece a todos. “¡Cómo que Miguel no alcanzó a salir!” “¡No me digas eso!”
Al final de la jornada del mismo 19 de septiembre, sumaban 17 cuerpos recuperados del edificio que se encontraba en la esquina de Edimburgo y Escocia, a unos pasos del otro derrumbe de Gabriel Mancera y Escocia.
La tragedia lleva del dolor a la alegría, como cuando los camilleros trasladan a un sobreviviente que ante los aplausos sólo levanta un poco el brazo derecho. O a la ternura, cuando de entre los escombros otro voluntario sale cubierto de polvo con un perro entre los brazos.
Soldados, marinos, policías federales, apenas atinan a dar unas cuantas órdenes. La multitud los rebasa. Y la multitud no quiere las máquinas, pues con ellas ya no se saca a nadie con vida.
Los líderes espontáneos poco a poco se van coordinando. En el lugar se regalan cubrebocas y botellas con agua. Las manos se levantan para pasar, de persona en persona, botes vacíos. La hilera es conformada por mujeres y adultos mayores. Va de un camión de volteo hasta uno de los edificios derrumbados. La fila de enfrente la formaron hombres y mujeres. Trabajosamente regresan de mano en mano los botes llenos del escombro que depositarán en el camión. Otras cuatro hileras se arman en segundos.
Todos saben que los puños en alto indican que se debe guardar absoluto silencio. Los rescatistas, desde el montículo de escombros, levantan los puños y la señal se va reproduciendo hasta las calles aledañas. El silencio se guarda escrupulosamente. Todos aguzan el oído y quisieran alcanzar a escuchar el llamado de auxilio de alguna persona atrapada o la comunicación entre los rescatistas que se encuentran al interior del derrumbe con sus compañeros de fuera.
Nada se escucha. Cuando los rescatistas bajan los brazos, la multitud vuelve a sus tareas: zapar, palear, acarrear en carretilla o en botes, desbastar, picar. Todo se reduce a sacar escombros; retirarlos con la esperanza de salvar vidas y rescatar cuerpos.
Lo que en esta zona de la Ciudad de México se derrumbó fueron dos torres de siete pisos y un edificio de dos niveles. Se declaró la conclusión de los trabajos la noche del miércoles 20. Se logró rescatar con vida sólo a tres personas y dos mascotas.
El número de edificios derrumbados de manera inmediata tras el terremoto o durante el mismo ascendió a 38. Dos ubicados en la delegación Álvaro Obregón; 11 en la Benito Juárez; cuatro en Coyoacán; 11 en la Cuauhtémoc; dos en la Gustavo a Madero; tres en Iztapalapa; tres en Tlalpan, y dos en Xochimilco.
Además, al cierre de edición, sumaban 302 los muertos en todo el país por el sismo de 19 de septiembre. El movimiento telúrico alcanzó una magnitud de 7.1 grados de la escala de Richter, con epicentro en Axochiapan, Morelos. Afectó a regiones de 10 entidades de la República. Alrededor de 12 millones de personas estuvieron expuestas al movimiento de tierra.
De acuerdo con información de protección civil, al menos 1 millón y medio de personas habían participado en las labores de rescate en las decenas de edificios derrumbados en la Ciudad de México. Otras 300 mil en el estado de Morelos. Y prácticamente en todas las demás las entidades afectadas se contó con pobladores dispuestos a colaborar en el rescate y la reconstrucción.
En el rescate de las calles Gabriel Mancera, Escocia y Edimburgo trabajaron codo con codo albañiles, oficinistas, barrenderos, bailarinas, obreros, contadores y probablemente los mejor capacitados de la sociedad civil: los topos. Silenciosos, serenos y meticulosos, integrantes de las brigadas Topos Tlatelolco y Topos Azteca organizaron y se coordinaron con los integrantes de las Fuerzas Armadas.
Un trascabo intentó arrasar con un montículo. Los voluntarios lo rechazaron. Integrantes del Ejército Mexicano buscaron hacer valer su orden. Tuvieron que negociar y los soldados trabajaron otras horas junto con la población.
“Tienen que entender que si vienen, es ayudar al barrio”, decía un voluntario venido de Ecatepec. Los roces entre autoridades y voluntarios ocurrieron en otros puntos de rescate. Casi siempre privaron la coordinación y el trabajo conjunto.
Generalmente, las confrontaciones ocurrieron porque las autoridades demandaban el retiro de los voluntarios de los edificios colapsados o de las zonas afectadas.
“México no es el gobierno; México somos todos”, fue el grito de Óscar Bulmaro, que pedían a los voluntarios seguir buscando con vida a su familiar y no atendieran las indicaciones de las autoridades de retirarse del lugar. “Desafortunadamente ya se rescataron todas personas con vida y también todos los cuerpos; ya no hay más que escombros aquí”, argumentaba el integrante de Protección Civil a cargo del rescate. Luego de una negociación y de otras dos horas de trabajos, se concluyó la búsqueda infructuosa.
Los voluntarios no se arredran. Toman sus herramientas y se dirigen a otra zona. No importa que les digan que ya no los necesitan y que se vayan a sus casas. A su manera, se han levantado.
Zósimo Camacho, texto y fotos
[BLOQUE: INVESTIGACIÓN][SECCIÓN: SOCIEDAD]
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