El asesinato de un supuesto periodista en la ciudad de Homs deja al descubierto un operativo de la inteligencia francesa, que buscaba intervenir en el rescate de ingenieros iraníes secuestrados en Siria. A pesar de los esfuerzos del gobierno francés por ocultar los hechos, el gobierno de Bashar al-Assad presenta pruebas del intervencionismo
Boris V/Red Voltaire-New Orient News
El periodista francés Gilles Jacquier resultó muerto el 11 de enero pasado, durante la realización de un reportaje en Homs, Siria. Jacquier estaba cubriendo los acontecimientos en la ciudad para el programa Envoyé Spécial.
Convencido de que en Siria no había grupos terroristas sino una revolución que estaba siendo reprimida de forma sangrienta, había rechazado la protección de los servicios de seguridad y no portaba casco ni chaleco antibalas. Él y otros colegas que compartían su opinión habían alquilado tres minibuses y estaban en contacto con personas del lugar que podían ayudarlos a concertar encuentros y que, además, les servían como traductores.
Todos juntos habían solicitado reunirse con representantes alauitas antes de visitar los barrios sublevados de Bab Amr y Bab Sbaa. Al llegar al hotel As-Safir (en Homs), se habían encontrado por casualidad con un capitán que les propuso acompañarlos junto a su destacamento hasta el barrio alauita de Najha, donde los esperaba una asistente del gobernador de Homs. Con su ayuda, los periodistas lograron reunirse con varias personalidades e interrogar a los transeúntes.
A las 14:45 horas, la representante del gobernador les pidió que abandonaran el lugar lo más pronto posible ya que el cese del fuego de facto se termina, todos los días, a las 15:00 horas. Pero como los periodistas de la Vlaamse Radio- Televisieomroep (radiodifusora pública de radio y televisión, en Flandes, al Norte de Bélgica) se habían aventurado más lejos –hasta el barrio de Akrama– el grupo no se movió con suficiente rapidez. Integrantes de la Asociación de Víctimas del Terrorismo que habían planeado realizar una manifestación ante un autobús alquilado por el Ministerio de Información para unos 40 periodistas anglosajones, a los que no encontraron, quisieron dejar, de todas formas, constancia de su opinión ante varias cámaras al corear consignas de apoyo al actual presidente de Siria, Bashar al-Assad.
A las 15:00 horas, como a diario sucede, se reanudó la batalla en Homs. Un proyectil explotó en la azotea de un inmueble, destruyó un tanque de combustible. Otro cayó en una escuela y un tercero entre los manifestantes que expresaban su respaldo al presidente, mató a dos de ellos. Los periodistas subieron a una azotea para filmar los daños. Se produjo entonces un momento de calma. Jacquier pensó que el incidente había terminado y bajó con su camarógrafo para filmar los cadáveres de los manifestantes. Al llegar a la puerta del inmueble resultó muerto, junto a seis personas que apoyaban a Al-Assad, por una cuarta explosión que lo lanzó contra una joven, también integrante de su equipo (la joven resultó herida en ambas piernas).
En medio de la confusión, el cadáver de Jacquier y la joven herida fueron evacuados en automóvil hacia hospitales. Este incidente en particular dejó nueve muertos y 25 heridos. La batalla en Homs prosiguió con muchos más incidentes durante toda la tarde y noche.
A primera vista todo parece muy claro: la muerte se debió a la casualidad. Se hallaba en el lugar y en el momento equivocados. Lo más importante es que su visión personal sobre la naturaleza de los acontecimientos en Siria le llevó a creer que sólo tenía que temer al comportamiento de las fuerzas gubernamentales y que, por consiguiente, no habría peligro al cubrir una manifestación que no tuviera un carácter antigubernamental. Así que rechazó que lo acompañara una escolta, no llevaba casco ni un chaleco antibalas y no respetó el horario de fin del cese del fuego. Es decir que no supo evaluar la situación porque fue víctima de la diferencia entre la propaganda de sus colegas y la realidad que él negaba.
Resulta difícil de entender, en esas circunstancias, por qué, después de una primera reacción cortés, Francia, que de manera justificada ya había exigido una investigación sobre la muerte de su ciudadano, insinuó súbitamente que Jacquier fue asesinado por los sirios y se negó a que se hiciera en Siria una autopsia en presencia de sus expertos (de Francia). Estas acusaciones fueron expresadas de forma pública por Jacques Duplessy, uno de los periodistas que acompañaba a Jacquier.
Para la prensa francesa los hechos no son tan evidentes como parece y afirma que subsisten dudas sobre la identidad de los proyectiles mortales. De acuerdo con la mayoría de los reporteros fueron disparos de mortero. El Ejército sirio confirma que ese tipo de arma se utiliza de forma cotidiana por los terroristas en Homs. Pero, conforme algunos testigos, fueron proyectiles disparados con un lanzacohetes portátil, y la televisión privada siria Ad-Dunia mostró aletas de cohete. Varios foros debaten con pasión el tema, no sin segundas intenciones. En Francia, los detractores de Al-Assad creen en la tesis del mortero y acusan al Ejército de ser el autor de los disparos. Mientras tanto, los que defienden a Al-Assad creen en la del lanzacohetes y acusan a los terroristas. Se trata, en definitiva, de un detalle que nada prueba. Es cierto que el Ejército sirio utiliza morteros, pero no son de ese calibre, y los grupos armados utilizan lanzacohetes, pero nada impide que cada bando utilice otro tipo de armamento.
En todo caso, si fueron disparos de mortero, los dos primeros permitieron precisar el ángulo de tiro para que el tercero y el cuarto cayeran entre los manifestantes, que eran el blanco de la agresión. Pero, si fueron disparos de cohetes, sus autores tuvieron la oportunidad de apuntar con mucha más precisión para matar a una persona en particular. Esto último llevaría entonces a la tesis del asesinato.
El análisis de las imágenes y videos muestra que los cuerpos de las víctimas no están ensangrentados ni acribillados por impactos de fragmentos, como sucede en la explosión de un obús de fragmentación. Los cuerpos se ven, por el contrario, intactos. Según los casos, la sangre brota por la nariz o los oídos, como sucede en la explosión de un cohete termobárico, cuya onda expansiva comprime los órganos, lo que provoca hemorragias internas. Tampoco los puntos de impacto en la acera no muestran indicios de fragmentación.
Varios testigos afirman que fueron granadas, lo cual no contribuye a mejorar la comprensión de los hechos ya que existen las de tipo ofensiva (que producen daños por la onda expansiva) y las de fragmentación. En definitiva, sólo la hipótesis de una granada propulsada por cohete (lanzacohetes) resulta compatible con los elementos médico-legales manifiestos en las fotografías y videos. A su llegada al lugar de los hechos, investigadores sirios y observadores de la Liga Árabe encontraron dos colas de obuses de mortero de 82 milímetros y una de cohete de fabricación israelí.
Por lo tanto, las autoridades francesas tienen razón en considerar la posibilidad del asesinato, aunque su objetivo sea utilizar un drama para justificar sus propósitos bélicos en contra de Siria. Sin embargo, si bien los diplomáticos galos tienen la orden de encontrar la verdad, al parecer también han recibido órdenes de garantizar que los sirios no logren descubrirla. Así que impidieron que cualquier francófono se acercara a la fotógrafa Caroline Poiron, la compañera sentimental de Jacquier, quien se mantuvo en vela junto al cadáver durante toda la noche. La joven, quien se encontraba en un estado de shock, estaba fuera de control y hubiese podido hablar de más. Después prohibieron que se realizara la autopsia en Siria y se apresuraron a repatriar el cuerpo lo más pronto posible. ¿Cuál es entonces la hipótesis que Francia quiere verificar por sí misma y sin embargo ocultar al público?
Es aquí donde empieza nuestra inmersión en el mundo de los servicios especiales occidentales que están realizando en Siria una “guerra de baja intensidad”, comparable a las organizadas en Centroamérica durante la década de 1980 o, más recientemente, en Libia para preparar y justificar la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Jacquier era un reportero que gozaba de la estima de sus colegas y que había recibido diferentes reconocimientos en el campo profesional (Premio Albert Londres, Premio de los Corresponsales de Guerra, etcétera). Pero su actividad no se limitaba al periodismo.
En una carta que porta el membrete de France-Télévisions, fechada el 1 de diciembre de 2011, las redactoras-jefes de Envoyé Spécial (el programa político de más audiencia a nivel nacional en Francia) habían solicitado una visa al Ministerio de Información de Siria. Afirmaban que querían comprobar la versión siria de los hechos, de acuerdo con la cual “los soldados del Ejército sirio están siendo víctimas de emboscadas y de grupos armados que asolan el país”. Solicitaron que Jacquier fuese autorizado a observar la vida cotidiana de los soldados de la cuarta división blindada, bajo las órdenes del general Maher al-Assad (hermano del presidente) y de la décimo octava división blindada, comandada por el general Wajih Mahmud. Las autoridades sirias se sorprendieron ante la arrogancia de los franceses: por un lado dirigen los grupos armados que atacan a las tropas leales al gobierno sirio, y por el otro pretenden infiltrar entre éstas a un agente de la inteligencia militar para que informe a los grupos armados sobre los desplazamientos de dichas tropas. La solicitud no fue aceptada.
Jacquier buscó entonces otra vía. Recurrió a una religiosa de la iglesia católica griega, estimada y a veces temida por el poder, la madre Agnes-Mariam de la Croix, hegúmena (abad) del monasterio de Saint Jacques de l’Intercis. Quien fue la organizadora del primer viaje de prensa abierto a los periodistas occidentales desde el comienzo de los incidentes. La religiosa asedió al Ministerio de Información hasta obtener la visa para Jacquier y su camarógrafo.
Las cosas se precipitaron el 20 de diciembre de 2011. Otros medios de prensa imploraron a la madre que obtuviera para ellos el mismo favor. Por su parte, Jacquier solicitó otra visa para su pareja, Poiron, y para la reportera Flore Olive, ambas representantes del semanario Paris-Match. Sería, en total, un grupo de 15 periodistas de Francia, Bélgica, Holanda y Suiza. Todo indica que los franceses y el holandés eran en su mayoría, quizá todos, agentes de la Dirección General de la Seguridad Exterior de Francia. El tiempo apremiaba para la realización de su misión.
Al llegar a este punto de este trabajo se impone un rápido flash-back.
Los grupos armados de la OTAN están realizando diversas acciones de sabotaje para a debilitar a Siria. A pesar de que el centro histórico de la revuelta de la Hermandad Musulmana es la ciudad de Hama y que ésta sólo cuenta con el apoyo de dos barrios de Homs, la OTAN la ha seleccionado para concentrar sus acciones secretas. Homs se halla, en efecto, en el centro del país y constituye el principal nudo de comunicación y de abastecimiento. Sucesivamente, “revolucionarios” cortaron un oleoducto y, después, los ingenieros canadienses que dirigían la central eléctrica fueron retirados del país a petición de Estados Unidos. Finalmente, cinco ingenieros iraníes encargados de restablecer el funcionamiento de la central eléctrica fueron secuestrados el 20 de diciembre de 2011.
Los medios de prensa recibieron un comunicado en el que una misteriosa brigada contra la expansión chiíta en Siria reclamaba la autoría de ese último acto. La embajada de Irán confirmó después que ésta estaba negociando con los secuestradores. Éstos a su vez debían de presentar una “prueba de vida”, como una fotografía fechada que probara que los secuestrados estaban vivos y sanos. Contrariamente a lo esperado, dicha prueba no fue enviada directamente a la República Islámica sino publicada en Paris-Match (edición del 5 de enero pasado). Conforme se indicó, un fotógrafo del semanario había logrado entrar de manera clandestina en Siria, donde había tomado la fotografía. Es posible que los lectores franceses se hayan cuestionado la humanidad de ese reportero que fotografió a los rehenes sin tratar de ayudarlos. En todo caso, el mensaje era claro: los ingenieros están vivos y los secuestradores están bajo el control de los servicios franceses. No ha habido reacciones oficiales de ninguna de las partes, lo cual indica que continúan negociando.
A su llegada a Damasco, las autoridades alojaron a los enviados de los medios franceses y holandeses en hoteles diferentes, pero Jacquier los agrupó a todos inmediatamente en el Fardos Tower Hotel. Quien maneja ese hotel no es otra que Rulla Rikbi, la hermana de Bassma Kodmani, la portavoz del Consejo Nacional, con sede en París. El hotel sirve de base a los servicios secretos franceses.
En resumen, un agente de la inteligencia militar cuya compañera sentimental es una fotógrafa que a su vez tiene un colega que estuvo en contacto con los rehenes iraníes, formó un grupo de “periodistas” a cargo de una misión vinculada a dichos rehenes, probablemente su entrega a los iraníes por parte de los franceses. Después de deshacerse de los servicios de seguridad todos se fueron a Homs, pero el jefe de la misión resultó muerto antes de lograr establecer el contacto previsto de antemano.
Resulta comprensible que, en esas condiciones, el embajador de Francia se haya puesto nervioso. Y está en su derecho de pensar que es posible que Jacquier haya sido asesinado por integrantes de los grupos armados, nerviosos por la interrupción de la alianza militar entre Francia y Turquía, y muy deseosos de provocar una intervención militar de la OTAN. Discrepantes a la negociación en desarrollo, es posible que estos elementos hayan decidido hacerla fracasar.
El embajador de Francia, sin tiempo para reconstruir los hechos, hizo entonces todo lo posible por impedir que los sirios pudiesen hacerlo. Contrariamente a lo previsto en las normas internacionales, se negó a que la autopsia se hiciera en Siria y en presencia de expertos franceses. Los sirios aceptaron no actuar conforme a las reglas pero pusieron como condición realizar previamente una radiografía del cuerpo. En realidad aprovecharon para fotografiarlo desde todos los ángulos posibles. De acuerdo con nuestras fuentes, el cuerpo presenta huellas de fragmentos de metralla en el pecho y cortes en la frente.
Después el embajador metió en sus automóviles blindados a los “periodistas” franceses, al holandés y el cuerpo del difunto. Y se fue con ellos acompañado de una fuerte escolta, dejando plantada a la estupefacta madre Agnes-Mariam de la Croix y a un periodista de la Agence France-Presse. El diplomático se llevó así a sus agentes y abandonó a los civiles. El convoy pasó por el hotel As-Safir de Homs para recoger los objetos personales de todos, siguió camino hasta la embajada francesa en Damasco, y llegó en un santiamén al aeropuerto, donde un avión especial alquilado por el ministerio de Defensa de Francia evacuó a los agentes hacia el aeropuerto parisino de Le Bourget. Los espías ya ni siquiera fingían estar haciendo reportajes en Siria, olvidaban que sus visas habían sido prorrogadas, y simplemente huyeron antes de que los sirios descubriesen la realidad de la frustrada operación. A su llegada a París, el cuerpo fue trasladado de inmediato al Instituto de Medicina Legal, donde se le realizó la autopsia sin esperar la llegada de los expertos enviados por Siria. En violación de los procedimientos penales, el gobierno francés invalidó el informe resultado de la autopsia, que tarde o temprano será rechazado por la justicia, y eliminó toda posibilidad de determinar la verdad.
Para impedir que los periodistas (los de verdad) inquieran el asunto, los periodistas (de mentira) que acompañaban a Jacquier, han hecho en Francia múltiples declaraciones contradictorias al mentir de forma descarada para crear confusión y ocultar lo evidente. Es así que, a pesar de que resultaron muertas ocho personas que se manifestaban a favor de Al-Assad, Jacques Duplessis denuncia “una trampa de las autoridades sirias” para eliminarlo a él y a sus colegas. Una verificación arrojó que Duplessis trabajó durante muchísimo tiempo para una organización no gubernamental muy conocida como pantalla… de la Dirección General de la Seguridad Exterior.
Para los iraníes y los sirios, la muerte de Jacquier constituye una calamidad. Al permitir los movimientos del grupo de espías franceses y vigilarlos discretamente esperaban descubrir a los secuestradores, liberar a los rehenes y arrestar a los criminales.
Hace un año que los servicios secretos militares de Francia están al servicio del imperialismo estadunidense. Organizaron una guerra civil en Costa de Marfil, África. Después manipularon el separatismo de la región libia de Cirenaica, Libia, para disfrazarlo de una revolución en contra del político libio, Muamar el-Gadafi, y así apoderarse de Libia. Ahora entrenan y dirigen a delincuentes reclutados en Catar y Arabia Saudita para sembrar el terror, acusar al gobierno sirio y amenazar con derrocarlo. Es probable que el pueblo francés se sienta orgulloso de enterarse que su presidente, Nicolas Sarkozy, ha rebajado al país a la categoría de un vulgar secuestrador de rehenes. Y no habrá de qué sorprenderse si un Estado que practica el terrorismo en otras tierras tiene que enfrentarlo algún día en su propio suelo.