Los adultos mayores que padecen sida se encuentran más vulnerables que los jóvenes; pero no se trata sólo de la edad. La mayoría de los programas médicos e informativos sólo se dirigen a personas de entre 18 y 50 años de edad. A pesar de que la ciencia ha logrado que quienes portan el VIH vivan por décadas, la asistencia médica e informativa se interrumpe abruptamente para los viejos
Matthew Cardinale/IPS
Atlanta, Estados Unidos. Cuando en la década de 1980 surgió el virus de inmunodeficiencia humana/síndrome de inmunodeficiencia adquirida (VIH/sida), el estereotipo de una persona que vivía con esta enfermedad en Estados Unidos era un hombre blanco, joven o de mediana edad y homosexual. El estigma persistió durante décadas, aunque hoy incluye a personas de otras etnias.
Pero en realidad, casi la mayoría de quienes viven con VIH –causante del sida– en Estados Unidos son mucho más viejos. Entre ellos se encuentran quienes llevan 20 o 30 años conviviendo con la enfermedad, quienes la contrajeron a una edad avanzada, y quienes pueden haberla tenido por bastante tiempo sin saberlo.
Nuevos estudios muestran que más de la mitad de los habitantes de Estados Unidos con VIH o con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida tendrán 50 años o más para 2015.
“Tantos esfuerzos tradicionales de prevención del VIH están dirigidos a jóvenes y adolescentes”, porque las personas de más edad “pueden creer que no corren riesgo aunque estén sexualmente activas”, dice a Inter Press Service (IPS) el director ejecutivo de Georgia Equality, Jeff Graham.
Varios factores contribuyeron a este cambio demográfico: las mejoras en las terapias contra el sida que permiten vivir más tiempo, el avance de las medidas educativas y de prevención dirigidas a los más jóvenes, así como la difusión del uso de condones o el envejecimiento de la población estadunidense en general.
“En ciertas zonas [del suroriental estado] de Florida se registró un aumento de personas jubiladas con VIH positivo por primera vez o que no pensaban que podían estar en riesgo de contraer cualquier clase de enfermedad de transmisión sexual o VIH”, dice Jeff Graham.
Un estudio en 2006 sobre 1 mil personas cerca de los 50 años de edad que vivían con VIH en la ciudad de Nueva York ayudó a inspirar el proyecto artístico The graying of aids (El envejecimiento del sida), que expone, mediante fotografías y entrevistas, relatos en primera persona de adultos mayores.
El proyecto se inició como un ensayo de Katja Heinemann en la revista Time, y luego se convirtió en un página virtual en internet y una exhibición en la última conferencia mundial sobre VIH/sida realizada en Washington. Naomi Schegloff es su actual codirectora.
Un motivo por el que los ancianos tienden a no verse en riesgo es que muchas campañas de salud pública están dirigidas a personas más jóvenes tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, señala Naomi Schegloff a IPS.
“En muchas culturas, la gente no quiere admitir que los adultos mayores tienen sexo”, explica.
La tendencia hacia la invisibilidad de los adultos mayores que viven con VIH se refleja incluso en la manera en que se recaban datos estadísticos en todo el mundo.
“Es muy desigual la forma en que se registra el espectro de edades. En muchos lugares las estadísticas sólo llegan hasta los 49 años.
“Es verdad que al inicio de la epidemia nadie hubiera soñado que las personas [infectadas] vivirían tanto, que pasarían 30 años y envejecerían con el VIH”, plantea.
Esas personas “están viviendo mucho más y eso es maravilloso. Algunas con las que hemos hablado han tenido VIH desde casi el comienzo”, agrega.
Uno de los desafíos únicos de los adultos mayores con VIH/sida es que también pueden estar medicados para otras enfermedades, a menudo asociadas con la edad.
“Muchos estudios sobre medicaciones se basan en [la premisa de] que ésa es la única medicina que toman”, dice Schegloff.
Según Jeff Graham, “uno de los problemas a los que se enfrentan las personas mayores que viven con VIH es que tienen más probabilidades de padecer otras enfermedades –diabetes, problemas cardiacos, pulmonares– que tienden a afectar mayoritariamente a los ancianos. Eso significa más medicamentos que tomar y la necesidad de estar al tanto de los efectos secundarios y de las interacciones de los diferentes fármacos”.
No se han hecho muchos estudios sobre el tema, añade, y quienes brindan atención médica y “tienen experiencia con pacientes ancianos pueden no tenerla en VIH”.
También puede ocurrir que “uno viva en algún tipo de comunidad para personas retiradas y se sienta adicionalmente aislado y estigmatizado por tener VIH. No hay el mismo tipo de redes de apoyo disponibles para los adultos mayores que para los de mediana edad o los jóvenes”, dice Graham.
Puede ocurrir que los médicos que atienden a pacientes ancianos ni siquiera piensen en realizarles análisis de VIH, aunque tengan síntomas que en alguien más joven indicarían la aplicación de ese tipo de exámenes.
Si una mujer mayor de 50 años se queja de fatiga y calores, el médico puede considerar que probablemente se deba a la menopausia.
También hay grupos de adultos mayores que no practican sexo seguro. Consideran que si ya no hay riesgo de embarazo no es necesario usar condones, dice Schegloff. De hecho, las mujeres negras son uno de los grupos con más rápido aumento en la portación del VIH en territorio estadunidense.
Otro factor que contribuye al envejecimiento del sida son los ancianos homosexuales, que durante muchos años usaron preservativos y terminan cansándose de utilizarlos, destaca Schegloff.
Un tema que salió a la luz a través de los proyectos artísticos es el temor a morir en soledad y cómo se exacerba el sentimiento con el VIH/sida si la pareja o los amigos han fallecido por esa enfermedad.
Muchos adultos mayores en Estados Unidos carecen de recursos financieros para sobrellevar bien el padecimiento, pues dependen de la seguridad social y tienen pocos o ningún ahorro.
Ante la pregunta de qué debería hacerse para abordar el envejecimiento del sida, Naomi Schegloff responde: “eliminar el tope de edad para la educación y los análisis.
“Me encantaría que hubiera más educación de los proveedores de atención de salud y servicios sociales sobre el estigma asociado con el VIH y el envejecimiento, puesto que la gente envía constantemente mensajes que pueden ser hirientes para los adultos mayores”.
Fuente: Contralínea 316 / enero de 2013