Ochenta y cinco de 600 trabajadores despedidos por Pepsico, en Argentina, se mantienen en resistencia para recuperar sus empleos. La trasnacional tomó la decisión de echarlos en junio pasado, por “reestructura” de su negocio. De los afectados, 490 eran de planta y el resto, subcontratados
Buenos Aires, Argentina. Olga Arce custodia con amor la carpa blanca levantada –desde julio pasado– frente al Congreso por trabajadores argentinos como ella despedidos de Pepsico, quienes siguen en lucha a la espera de que la multinacional les devuelva sus plazas.
Hace sol fuerte y dentro de la carpa el calor se siente. Olga está junto a otros dos compañeros de los 85 negados a un acuerdo con la subsede de la localidad bonaerense de Pepsico en Vicente López, que a finales de junio último despidió a casi 600 empleados, de los cuales 490 eran de plantilla fija y el resto tercerizados.
Llevaba 18 años dentro de la fábrica, toda una vida, subraya en entrevista exclusiva con Prensa Latina esta mujer que muy joven llegó desde Río Negro, en la Patagonia argentina, y decidió emprender su trayectoria laboral en la provincia de Buenos Aires. Desde entonces trabajaba para la multinacional dedicada a alimentos y bebidas.
Aún hay compañeros a quienes no les han pagado nada, los echaron y ni el sueldo les dieron, dice esta exempleada, cuyo rostro denota la situación que atraviesa, pero aún así se muestra optimista.
Recuerda los momentos sufridos en junio cuando se encontró con la triste noticia de los despidos, en un episodio que incluso terminó con represión por parte de las fuerzas de seguridad ante la negativa de los trabajadores a abandonar la fábrica.
Mi sensación fue como que estaba dentro de un globo; ganaba bien, tenía mis horarios y salario fijo, y de un día para otro ese globo se pinchó y di contra el asfalto, subraya Arce tras agregar que los 85 que no aceptaron el acuerdo se encuentran en un proceso de juicio contra la empresa por la reincorporación y reinstalación del local.
“Si bien nos quisieron indemnizar al 200 por ciento, 85 personas no quisimos porque valoramos más nuestro trabajo, porque la plata [dinero] va y viene”, manifiesta a Prensa Latina mientras relata que se alistan para un festival que encabezarán contra la reforma laboral impulsada por el gobierno.
Olga entró en octubre de 1999 a la fábrica y era una operaria que empaquetaba los snacks. Su vida se volcó al trabajo para salir adelante. “Nos echaron el 20 de junio y el telegrama llegó el 10 de julio. Estuve más de 10 días afuera de la fábrica siendo empleada de Pepsico, después cobramos el aguinaldo y ahora estamos con el fondo de desempleo”.
Cuando llegó a la zona bonaerense, rl primer lugar donde encontró laburo (como dicen en esta nación austral al trabajo) fue precisamente en Pepsico y allí se mantuvo por 18 años. Vivía en la localidad de Moreno y viajaba 2 horas y media de un lado a otro cada día, dice.
“Le di 18 años de mi vida a la empresa. Es cierto que me lo pagaban, sí, pero no era un contrato de poner paqueticos en una caja y te vas, siempre estaba el por favor ven el fin de semana, por favor ven en Navidad en la noche.
Me lo pagaban, pero yo perdí tiempo; entré joven al lugar y en esos años falleció mi papá, mi mamá se enfermó y no pude estar”, subraya.
“Tengo compañeros que entraron jóvenes, tuvieron hijos, es una vida, y que de un día para otro te dejen en la calle no es justo. Yo soy un ser humano, no un código de barra; soy una trabajadora, no una mesa que se rompió la pata y traes otra”, remarca Arce, quien no pierde la fe.
Según apuntó en un comunicado Pepsico, con motivo del cese de operaciones de la planta de Florida, en Vicente López, y la relocalización de su producción en otro establecimiento, el personal quedaba transitoriamente liberado de prestar servicios.
La empresa, dedicada a la producción de alimentos y bebidas con varias gamas de productos que van desde galletas y aperitivos hasta gaseosas, justificó la decisión de cerrar esa fábrica por “los obstáculos inherentes a la ubicación de la planta en un área mayormente residencial, su compleja estructura de costos y extensos requerimientos logísticos”.
Fue ahí cuando comenzó la angustia de los 600 trabajadores y finalmente 85 siguen hoy en pie de lucha.
No cruzarse de brazos
Dentro de la carpa blanca situada frente al Congreso, los 85 se turnan para mantenerla. Hoy son días más tranquilos pero vivieron duras jornadas cuando intentaban instalarla, hasta que finalmente los dejaron.
En ella hay tambores, banderas, carteles y fotos de las marchas y personas que los han acompañado en la lucha. También en las afueras, a la vista de los transeúntes, enarbolan banderas, una de ellas con el rostro de Santiago Maldonado, el joven hallado muerto tras 78 días de búsqueda, luego de los hechos registrados contra la comunidad mapuche Pu Lof en Resistencia, Cushamen, en la provincia del Chubut.
A unos pasos de donde se sitúan, hay otras dos pequeñas casas de campaña con carteles de los pueblos originarios que hasta hace pocos días reclamaban la extensión de la ley de emergencia territorial, finalmente aprobada por el Congreso.
Cada cierto tiempo hacemos algo para que vean que acá estamos todavía. Hace poco realizamos una charla con especialistas sobre cómo enfrentar la reforma laboral en camino, pues si bien hoy estoy despedida, en algún momento volveré a trabajar y esto me afectará, dice.
Sobre la situación en el país y los que han quedado en la calle por cierre de fábricas, Olga manifiesta que siempre tiene expectativas positivas, pero siente que las cosas van mal para su clase social.
“Tengo 42 años, soy joven para jubilarme, pero ya estoy pensando que dentro de 30 años no voy a tener para comer, porque lo que tienen previsto para los jubilados es algo similar”, remarca.
Pero, agrega, no pueden perderse las esperanzas: “Hay que luchar y no cruzarse de brazos. No me rindo tan fácil pese a que estoy decepcionada porque cuando pasó lo de Pepsico estábamos en campaña política, tuvimos apoyo de varios partidos, pero todo ha quedado ahí”.
Con la esperanza de un futuro mejor, Olga agradece a aquellos que estuvieron desde un inicio solidarizándose con su lucha y la de sus compañeros.
“Sabemos que esta situación va a ser más grave. A toda esa gente quiero agradecerles porque el día que nos reprimieron éramos 85, pero aparecieron 2 mil compañeros de otra fábrica que no conocíamos, que salieron de la nada a apoyarnos.
“También le doy gracias a todos los que han pasado por este lugar y nos dan fuerzas y ánimos para seguir luchando, porque saben que la situación está difícil”, resalta.
Maylín Vidal/Prensa Latina
[LÍNEA GLOBAL]