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Taskent se vuelve hacia Moscú: Uzbekistán no tiene más alternativa

Publicado por
Red Voltaire

Islam Karimov, el divino líder uzbeko, había logrado mantenerse durante años a la misma distancia del Kremlin que de la Casa Blanca sin dejar de coquetear con éste o de disputarse con el otro y viceversa. Pero el proyecto estadunidense de desestabilización de Asia central, que incluye poner nuevamente a los talibanes en el poder en Afganistán, ya no le deja otra opción: Uzbekistán se pone del lado de Moscú

Lev Vershinine/Red Voltaire
Moscú, Rusia. A finales de marzo de 2013 se podía ver en internet una noticia según la cual Islam Karimov había sufrido un grave infarto y estaba casi muerto. En ausencia de un desmentido de los grandes medios de prensa, se levantó una gran algarabía. La oposición basada en el exterior afirmaba que el presidente ya no se levantaría más de la cama. Las fuentes oficiales respondían, al contrario, que Islam Karimov estaba en perfecto estado de salud, pero no parecían muy convincentes, como si hubiera algo raro. Cuando la propia hija mayor del presidente, Gulnara –más que activa en el plano político y con planes a muy largo plazo–, también declaró lo mismo fueron pocos los que lo creyeron. Incluso aparecieron rumores de que Gulnara abandonaría probablemente sus responsabilidades como embajadora de Uzbekistán ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para prepararse “para un papel político mucho más importante en su país”.
Las discusiones sobre ese tema no tenían para cuando acabar ya que diariamente se destilaban en Taskent “informaciones de fuentes seguras” y “testimonios de personas bien informadas”. Después, como de costumbre, aparecían numerosas reflexiones y análisis sobre el tema: “¿qué va a pasar ahora?”, “¿quién va a reemplazarlo?”, y una interrogante que tampoco podía faltar “¿Será todo un engaño?”.
Aquello duró por algún tiempo, hasta que un día apareció un decreto del presidente uzbeko anunciando la nominación del general de la policía Ahmad Usmanov a un puesto clave: hakim (gobernador) de la región de Taskent. La noticia dejó sin palabras a todos los profetas.
En efecto, el general Usmanov es un hombre del entorno más cercano del presidente. No es un cortesano sino, por el contrario, un hombre de terreno, en el sentido más literal de la expresión, totalmente dedicado al presidente y tan firme que todos los clanes de la elite uzbeka, incluso los propios partidarios del presidente, se oponían a su ascenso a la cúpula del poder político. Y se oponían a él con tanto encono que tenía que ser el propio representante de Dios en la tierra quien le diera su apoyo. Es por eso que esa simple nominación puso los puntos sobre las íes. Es que nadie podía dar aquella orden que incomodaba a todo el mundo… nadie que no fuera el propio presidente y, además, en plena forma.
En efecto, el golpe fue inesperado y singularmente duro. Comparado con el ajedrez, podría decirse que la jugada recuerda las de Anatoly Karpov en su época de despegue. Rompió todos los equilibrios. La fuerte imagen de “hombre sencillo” del general Usmanov, sin vínculos con ningún clan, ascendió a las más altas esferas políticas de un país donde desde hace mucho todo se mantiene estable e indestructible y donde todos los clanes, que aparentemente están de rodillas ante el shah, se habían puesto en posición de combate, preparándose –por si acaso– a repartirse la herencia, para lo cual buscaban los consejos necesarios. Se trata de un hombre ascendido por el Señor en persona, cuyos intereses defiende como si fueran los suyos propios, capaz de desbaratar cualquier maniobra, pero que también busca –en definitiva es humano– crear su propio clan.
Todos estos secretos e intrigas de la corte de Taskent no serían por sí solos tan interesantes –o lo serían únicamente para los especialistas– si el tema no tuviera otra faceta. Según gente que conoce la situación, y no sólo a través de rumores, el general Usmanov es entre otras cosas un decidido enemigo del “Islam político” y considera que ese tipo de tendencia debe ser destruida sin tener en cuenta “la opinión del extranjero”. Y lo demostró cuando fue hakim de Andijan, donde había logrado que los extremistas religiosos entendieran que si no se portaban bien la iban a pasar muy mal. Por el momento –y así lo reconocen hasta los especialistas del Pentágono– la oposición de los “barbudos” en el valle de Ferganá, donde aún subsiste la tensión, está reducida al mínimo. Este general no es ciertamente un amigo de la democracia. Por eso es que Occidente no lo encuentra simpático, lo cual es en realidad un eufemismo. Lo peor es que Usmanov incluso estima –como presagian las propias circunstancias– que Taskent no podrá parar la ofensiva islamista sin colaborar con Rusia.
Finalmente, Islam Karimov apareció en público. Se le vio muy concentrado, en buena forma y –cosa muy importante– se fue rápidamente en visita oficial a Moscú, donde conversó largamente con su homólogo ruso sobre Afganistán y sobre las posibilidades de su país de unirse a la Unión Aduanera. Después de aquella conversación, muchos postulados que hasta entonces parecían indestructibles se han vuelto obsoletos.
En primer lugar, es evidente que el acercamiento de Taskent a Occidente ha terminado. Esa tendencia había comenzado el 4 de julio de 2012, cuando Uzbekistán anunció su salida de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, a raíz de un encuentro probablemente poco feliz con Rusia. En aquel momento escribí sobre el tema que Islam Karimov había hecho suya la frase que dice “Después de mí… el diluvio”. Con ello quería decir que, por temor a la “revolución” anaranjada rayada de verde que Occidente era muy capaz de organizarle, Karimov estaba preparándose para meter su país bajo el paraguas estadunidense, obtener así una garantía de seguridad mientras él mismo estuviera en el poder, es decir, de por vida, y hacerlo aceptando que trajeran después a algún Saakashvili uzbeko llamado a desestabilizar Asia central, el punto vulnerable de Rusia.
Pero el hombre propone y Dios dispone. Es difícil decir qué fue lo que decidió a Estados Unidos a renunciar a un plan ya trazado. Según el diario alemán Suddeutsche Zeitung, el presidente afgano Hamid Karzai –entrevistado por esa publicación durante su visita a Catar, donde discutió con el emir diabético sobre la apertura de una embajada de los talibanes en Doha– estima que “el mollah Omar tiene derecho a presentarse como candidato en las próximas elecciones presidenciales en Afganistán y el actual gobierno no se opone a ello”.
Hay que recordar que este mollah Omar es el ideólogo del ala extremista de los talibanes, emir del Emirato Islámico de Afganistán, y enemigo jurado de los estadunidenses, supuestamente asesinado varias veces y que ahora reaparece más vivo que nunca. También hay que recordar que se dijo en una época que el mollah Omar estaba en la lista de los 10 terroristas más buscados por Estados Unidos, que incluso ofrecía por su cabeza una recompensa de 10 millones de dólares.
En realidad, como ya sabemos, el mollah Omar vive tranquilamente en Karachi, donde hasta dispone de un importante ejército que mantiene no se sabe con qué dinero y que, en todo caso, dispone de grandes medios. Mejor todavía, la estadunidense Oficina Federal de Investigación declaró en 2011, luego de 10 años de injerencia estadunidense en Afganistán, que el mollah Omar nunca estuvo en ninguna “lista negra”. Posteriormente, en febrero de 2012, el mollah Omar hasta se dio el lujo de enviar una carta a Obama –de igual a igual– proponiéndole el inicio de negociaciones de paz.
Desde entonces, se ha sabido esporádicamente de diversos encuentros, en diferentes lugares, entre los representantes oficiosos de los talibanes y los también representantes –oficiales– del Departamento de Estado. Y ahora, como podemos ver, se produce la declaración de Karzai. Visiblemente, las partes han llegado a un acuerdo.
Es interesante el resultado de todo esto. No hay que dudar que el “jefe militar, jefe de la resistencia y líder de los talibanes”, cuyos fervor religioso, desinterés por el dinero, equidad y aversión por el ilimitado desorden del feudalismo son bien conocidos, llegue a ganar las elecciones si se presenta como candidato contra Karzai, corrupto a más no poder y cuya sumisión a Estados Unidos es más que notoria. Tampoco es de dudar que “la segunda llegada de los talibanes a la tierra” contaría con la protección de Catar.
Serían por lo tanto este último país y Estados Unidos quienes planificarían a su antojo los próximos acontecimientos en Afganistán… y también en Asia central, ya sea creando un foco de tensión en la retaguardia de Irán o desestabilizando las repúblicas exsoviéticas, lo cual obligaría a Rusia a desviar su atención hacia el frente de Asia central. De no hacerlo así, la ola inundaría Uzbekistán, Kirguistán y Kazajstán, donde –al tener en cuenta que Nazarbayev no es inmortal– hay fuertes posibilidades de que las llagas comiencen a supurar. Y la ola acabaría llegando hasta Rusia.
China también enfrentaría serios problemas. Pero –al contrario de Rusia– China no pretende dárselas de “civilizada” y no estaría por lo tanto limitada en cuanto a los medios a utilizar para defenderse.
En realidad, mucho de lo que acabamos de escribir ya se sabía. La propia retirada estadunidense de Afganistán (¿y qué pasa con eso?, ¡tenían derecho a retirarse!) implica para Rusia toda una serie de problemas que no puede darse el lujo de ignorar. En ese plano, es indudable que Estados Unidos le ha jugado una mala pasada.
Pero para los khans, los emires, los padishahs y otros dirigentes folklóricos postsoviéticos, este viraje de 180 grados es 10 veces más desagradable. De hecho, se han quedado sin margen para las negociaciones y regateos habituales y ahora se ven obligados a decidir entre dos únicas opciones: mantener el rumbo poniéndose bajo la bota de Occidente en espera de la llegada de los talibanes o volverse hacia el Norte y ofrecer garantías de obediencia. Como solía decirse antes, no hay otra posibilidad.
Fuente: Contralínea 338 / junio 2013

 

 

 

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