El ingreso del fentanilo al mercado mexicano es un ejemplo más de cómo las redes criminales en el país han lograron entender los cambios en los flujos de droga alrededor del mundo y adaptarse a las mismas situaciones, asegura expertos Carlos Pérez-Ricard y Arantxa Ibarrola García. En su análisis La transición hacia el fentanilo, señalan que el boom del fentanilo se da en el contexto de la apertura del mercado interno de marihuana medicinal y recreativa en Estados Unidos, donde ya es legal en 17 de los 50 estados que componen la Unión Americana.
“Es pronto para saber el impacto real de este fenómeno en el campo mexicano, pero es posible señalar con certeza que el negocio es relativamente menos relevante en el conjunto del narcotráfico en México”, advierten. La mejor métrica para sustentar esta afirmación es la cantidad de marihuana confiscada por autoridades mexicanas: en 2010 se aseguraron 34 mil 880 toneladas de marihuana, mientras que en 2022 sólo fueron 244 toneladas.
El análisis publicado en la Revista de Ciencias Sociales, de la Universidad de la Republica de Uruguay, señala que el crecimiento en la demanda de opiáceos sintéticos en Estados Unidos provocó que en la última década se redujera la demanda de heroína y opio crudo de México.
Las primeras señales de que México comenzaba a involucrarse en el negocio del fentanilo datan de 2016. Ese año la Sedena confiscó 15 kilogramos de fentanilo. Entre 2017 y 2019 el crecimiento fue importante, pero fue en el periodo 2020-2022 cuando aumentaron exponencialmente las confiscaciones de fentanilo.
En febrero de 2023, en una sola operación, el Ejército Mexicano y la Guardia Nacional decomisaron 530 mil pastillas de fentanilo, 150 kilogramos de precursores químicos (acetaminofén) y 30 kilogramos de fentanilo en polvo; más de lo confiscado en todo el periodo 2016-1019.
Según los autores del análisis, hay al menos dos grandes organizaciones de tráfico de drogas inmersas en el tráfico de fentanilo: el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). “En ninguno de los casos se trata de organizaciones jerárquicas, sino que mantienen un funcionamiento de red. Aun así, estos grupos conservan la capacidad necesaria para invertir en la construcción laboratorios clandestinos”.
Hacia 2023, tanto el Cártel de Sinaloa como el CJNG experimentan ya con más de 50 sustancias químicas que buscan los mismos efectos que el fentanilo. A pesar de que el CJNG y Sinaloa son preponderantes en el mercado, la base de datos del Monitor-PDD, Monitor de Fuentes Abiertas del Programa de Política de Drogas, del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), da cuenta de decenas de organizaciones que, al menos en 2022, ya participaban en el mercado de fentanilo y otros opiáceos sintéticos.
La zona de operación de las organizaciones no varía demasiado de los lugares que históricamente han sido centro de cultivo de marihuana y opio. De los 40 eventos relevantes –grandes confiscaciones y detenciones relacionadas con el fentanilo– registrados en los informes de labores de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) e informes de seguridad pública, 21 han ocurrido en Sonora, 13 en Baja California y cuatro en Sinaloa.
En Sonora, estos hechos han ocurrido en los municipios de Opodepe, San Luis Río Colorado y Nogales. En Baja California, se han dado en Tijuana, Tecate y San Quintín. Entre diciembre de 2019 y marzo de 2023 el Ejército Mexicano ha desmantelado 1 mil 206 laboratorios clandestinos. De ese total, 1 mil 71 se han localizado en el estado de Sinaloa. Esto es, el 88.81 por ciento de todos los laboratorios desmantelados se localizan en una misma entidad de la República.
Informes de la DEA y del gobierno federal dan cuenta de que la mayor parte de los precursores químicos de China y otros países asiáticos llegan a los puertos de Manzanillo (Colima) y Lázaro Cárdenas (Michoacán), en el Pacífico mexicano. Hay una concentración de mercancías en unos pocos puntos. Esto contrasta con la cocaína proveniente de América del Sur, cuyas zonas de llegada son más diversas.
En su análisis La transición hacia el fentanilo, los investigadores plantean tres hipótesis: la fragmentación y reducción en el tamaño de las organizaciones, la atracción de cuadros profesionalmente especializados para el trabajo dentro de los laboratorios y la desvinculación de las organizaciones con la sociedad al descolocar su anclaje territorial por ser independientes a la dinámica de cultivos.
Las organizaciones criminales se han fragmentado y reducido su tamaño, han migrado al mercado de fentanilo o que han hecho de este parte fundamental de su modelo de negocio suelen ser más pequeñas que sus predecesoras. Por lo general, son organizaciones más compactas y que dependen de menor número de nodos para llevar a cabo sus operaciones. Esto ha permitido también su proliferación.
La proliferación y fragmentación de organizaciones era ya una dinámica observada en el panorama mexicano desde la segunda década de este siglo. El mecanismo causal no tenía que ver con el tipo de producto que comerciaban, sino con la política antinarcóticos del Estado mexicano, enfocada en el descabezamiento de organizaciones criminales, la así llamada Kingpin Strategy.
Hacia 2020, el mapa criminal en México estaba compuesto por dos organizaciones con presencia nacional, el Cártel de Sinaloa y el CJNG, además de decenas de escisiones provenientes de cuatro grupos hoy desarticulados: los Zetas, el Cártel del Golfo, los Beltrán Leyva y la Familia Michoacana. El mapa lo completaban grupos regionales o locales que no tenían relación directa con los antes mencionados.
Si bien es temprano para consolidar evidencia determinante, a partir del análisis hemerográfico y de informes oficiales, Pérez-Ricard e Ibarrola García proponen que el impacto del fentanilo y las drogas sintéticas en el mercado ha profundizado el fenómeno de la fragmentación de las organizaciones criminales.
Estas redes funcionan, además, de manera más horizontal. En los últimos dos años cada vez es más frecuente la mención a grupos otrora inexistentes y es menos claro –incluso para la autoridad– establecer relaciones entre estas redes criminales y el CJNG y el Cártel de Sinaloa.
En un mercado dinámico y flexible, los vínculos entre los grupos semiautónomos y las grandes organizaciones están siempre sujetos al cambio. Sin embargo, queda claro que la perfecta organización vertical de la cadena de producción y distribución es más una quimera que una realidad.
Esta dinámica no es lineal ni vale para toda la cadena de narcotráfico. Un informe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de finales de 2022 da cuenta de la concentración del mercado de suministro de químicos para la producción de fentanilo.
Según este reporte, tres empresas legalmente constituidas en México (Corporativo y Enlace Ram, Corporativo Escomexa y Grupo Pochteca) abastecían sin distinción tanto al CJNG como al Cártel de Sinaloa de precursores como nitrógeno no proteico (NNP), anilina, cloruro de propionilo y 4-anilino-N-fenetilpiperidina (ANPP).
El hecho de que las mismas empresas sean proveedoras de dos grupos criminales rivales indica que, mientras la cadena de producción y distribución de opiáceos sintéticos tiende a la fragmentación, el mercado de suministros químicos continúa reducido a unos pocos actores.
Los expertos señalan que las organizaciones tienden hacia la profesionalización de sus cuadros. “Del mismo modo que el mapa criminal se vuelve más fragmentado y las organizaciones tienden a ser más pequeñas, los datos arrojan una tendencia hacia la especialización de ciertos cuadros profesionales”.
La necesidad de sinterizar fentanilo o de buscar precursores adecuados ha llevado a que las organizaciones busquen colaboradores con perfiles especializados.
En los últimos dos años se ha multiplicado la evidencia de grupos criminales que patrocinan a sus integrantes estudios de carreras de química farmacéutica, para adquirir conocimientos especializados en la materia que les permitan elaborar ilegalmente fentanilo, así como la contratación de ingenieros egresados de importantes universidades.
Pérez-Ricard e Ibarra García sostienen que, a diferencia del cultivo de amapola y marihuana, para la síntesis de opioides sintéticos no es necesario contar con presencia territorial a la usanza de los cultivos tradicionales de marihuana y amapola, entendida como la operación física en amplias zonas.
Hoy, el fentanilo es la principal causa de muertes de personas entre 18 y 49 años en Estados Unidos. Las sobredosis como consecuencia del consumo de fentanilo generan más muertos que los suicidios, los disparos con armas de fuego o los accidentes automovilísticos.
La crisis de fallecimientos por sobredosis de consumo de opioides en Estados Unidos ha revivido el pánico moral que suscitaron otras sustancias a mediados del siglo pasado en ese país. En 2021, murieron 107 mil 622 de sobredosis, 94 por ciento más que en 2019. De ese total, el 82.3 por ciento de los casos involucró opioides sintéticos (CDC). Los números aumentan cada año y es previsible que no hayamos llegado todavía a la cresta de la ola.
Según datos del gobierno federal de Estados Unidos, en 2020 más de nueve millones de personas hicieron uso indebido de esta sustancia. Además, al consumir opiáceos sintéticos hay otros riesgos de salud, tales como la proliferación de casos de enfermedades infecciosas, trastornos mentales, hepatitis C y VIH.
Fueron dos factores los que habilitaron que los grupos criminales mexicanos entraran de lleno al negocio del fentanilo. Por un lado, las cada vez mayores restricciones que comenzaron a implementar el gobierno chino y la comunidad internacional para impedir el comercio del opiáceo; por otro lado, la Covid-19 y la disrupción que este fenómeno provocó en las cadenas de suministros en el comercio global. Los grupos mexicanos entendieron que era su momento. El nearshoring llegó.
Durante décadas, el papel de México en el escenario internacional se limitó al cultivo y la exportación de opio crudo (y la heroína, su derivado) y marihuana. A pesar de que hay al menos una docena de regiones donde se ha cultivado (y se cultiva) opio y marihuana, en todo el territorio nacional sobresalen dos.
En primer lugar, el así llamado Triángulo Dorado, compuesto por la zona montañosa que reúne las fronteras de los estados de Chihuahua, Sinaloa y Durango. Es en esa serranía, de difícil o imposible acceso, en donde comenzó a cultivarse, ya a escala masiva, amapola en la década de 1940.
Es también ese el epicentro de las tareas de erradicación dirigidas por el Ejército Mexicano y agentes estadunidenses al menos desde 1939. La falta de estatalidad en la región –otra constante a través del tiempo– ha provocado que el Triángulo Dorado continúe siendo zona ideal para el cultivo de ambas plantas, pero también para el funcionamiento de laboratorios clandestinos en los que se sintetiza el opio en heroína. Esa infraestructura mínima será muy útil para el fentanilo.
La otra zona que históricamente ha sido relevante para el cultivo de amapola y marihuana es el estado de Guerrero. Sobresalen dos espacios: por un lado, la región occidental del estado, en donde convergen la Costa Grande y Tierra Caliente, y, del lado oriental, la región de la Montaña, en la colindancia de Guerrero con el estado de Oaxaca y Puebla.
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