Como ha sucedido de manera recurrente en las intervenciones armadas y agresiones bélicas de las grandes potenciales contra países tasados en simples piezas de ajedrez en la nueva conformación geopolítica del mundo, la administración de Donald Trump –apoyada por los gobiernos de Reino Unido y Francia– tomó por excusa un supuesto ataque con armas químicas contra civiles, ejecutado por el gobierno del presidente de Siria, Bashar Al Asad, para lanzar una brutal operación bélica contra su territorio en la madrugada del pasado 14 de abril, dejando un panorama de muerte y desolación entre los habitantes de las cercanías a Damasco.
La defensa de los derechos humanos sirvió una vez más como pretexto para encubrir los verdaderos motivos de la nación norteamericana y sus aliados para atentar contra el pequeño país enclavado en la zona de guerra del Oriente Medio: la intención de apropiarse de sus ricos yacimientos de gas y petróleo, colocando en medio del conflicto internacional a Rusia, aliado del gobierno Sirio, no menos interesado en obtener beneficios de sus abundantes hidrocarburos.
Lo acontecido pone de relieve que en el actual contexto del capitalismo global, para las influyentes multinacionales y las grandes potencias antes que el valor de la vida humana está el interés por despojar a las nacionales débiles de sus riquezas naturales. Todo aquel gobierno que osa desafiar los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) y los organismos financieros mundiales sabe que deberá atenerse a las consecuencias ante la pasividad que ha mostrado la Asamblea General de las Nacionales Unidas, que como en otras ocasiones no autorizó el ataque por carecer de fundamentales reales, y ni siquiera se le tomó parecer. El organismo es un cero a la izquierda en la solución o mediación de los conflictos globales.
Lo que menos importó al gobierno de Trump fue contar con las pruebas fehacientes del aún dudoso ataque del ejército Sirio contra blancos humanos, mediante el uso de armas químicas; de hecho, un día antes de la agresión contra bases militares de esa nación, habían llegado a Siria expertos que determinarían la veracidad de la acusación empleada por el gobierno estadunidense para confundir a la opinión pública internacional.
En la feroz lucha por la nueva conformación geopolítica del mundo, las grandes potencias como Estados Unidos han empleado la distorsión mediática e histórica de los hechos y la realidad para justificar la violación de la soberanía de infinidad de estados. ¿Acaso no fueron los gobiernos estadunidenses los que autorizaron el uso de armas químicas en sus guerras contra Corea y Vietnam? ¿Ya olvidaron la utilización de bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, durante la Segunda Guerra Mundial?
La administración de Trump justificó el ataque por la defensa de los derechos humanos de la sociedad civil siria, pero valdría que respondiera ante la comunidad internacional en dónde quedan los derechos humanos de los migrantes mexicanos y centroamericanos a los que agrede de manera sistemática. Si Salvador, Honduras y Guatemala tuvieran petróleo seguramente estarían condenados a correr la misma suerte que Siria o las agresiones que enfrenta Venezuela.
No pocos analistas internacionales coinciden en afirmar que al presidente estadunidense poco le importó el costo de vidas humanas en Siria a cambio de obtener beneficios políticos en favor de su desgastada popularidad e ineficaz gobierno que no ha tenido un solo logro en el Congreso de su país, a favor de sus reformas. La misma prensa ese país habló en las últimas semanas de una caída en 36 por ciento de la aprobación a su gobierno.
En México esta estrategia de terror y sangre quedó plasmada en el gobierno de Felipe Calderón durante su fallida guerra contra el narcotráfico que dejó regados por todo el territorio más de 100 mil cadáveres. Con tal de no caer del pedestal del poder, los políticos son capaces de todo. Y Donald Trump no ha sido la excepción, sobre todo si se considera que tras la agresión bélica también busca exorcizar al fantasma de la presunta intervención del gobierno ruso en su triunfo electoral contra Hillary Clinton que hasta la fecha lo tiene sentado en el banquillo de los acusados y al borde de la detención a muchos de sus cercanos colaboradores.
Es importante que la comunidad internacional recuerde que las potencias que ahora agredieron a Siria fueron las mismas que en la década de 1980 brindaron su apoyo al régimen de Saddam Hussein en su guerra contra Irán, que dejó un saldo de 1 millón de personas muertas. El dictador empleó armas químicas para desaparecer a miles de iraníes pero también de poblaciones kurdas y otros pueblos de la región. Entonces nada dijeron del tema por así convenir a sus intereses.
En otra de sus evidentes contradicciones las potenciales occidentales que califican de tirano a Bashar Al Asad –término endilgado de igual manera al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro–, han ayudado a que Arabia Saudita se rija por una teocracia absolutista con un poderoso arsenal, financiado a grupos terroristas como Al Qaeda, el mismo del que tanto ha hablado la prensa occidental.
Como dato adicional y no menos importante en este contexto de reacomodos por el control del mundo, Siria es de las contadas naciones que no mantiene deudas con el Fondo Monetario Internacional (FMI), estando a salvo del yugo de la usurera banca mundial. Su gobierno ha tenido la precaución cerrar la puerta a las semillas y alimentos transgénicos controlados por la trasnacional Mosanto, manteniendo como una estrategia vital para su soberanía nacional, su soberanía alimentaria; situación contraria a la de otros países del medio oriente como Irak que tras la invasión de los Estados Unidos ordenó a sus granjeros sólo utilizar semillas producidas por el gigante de los transgénicos.
Además de la resistencia del gobierno Sirio para no permitir una abierta intromisión norteamericana en su política interna y en el manejo de sus riquezas petroleras, su lucha representa un peligra bandera de resistencia en el contexto global para aquellas naciones que están bregando por no ceder el control de sus economías y el bienestar social de sus habitantes a los intereses de las poderosas multinacionales en favor del salvaje y desatado colonialismo del nuevo milenio.