AMLO, líder de la revolución pasiva, ¿existe un proyecto nacional de la cuarta república?

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Jorge Retana Yarto**

Segunda parte. En el análisis de etapas diferentes del proceso histórico-político en México se ha utilizado antes la categoría analítica de revolución pasiva, aunque con diferencias de interpretación, en autores muy escasos. Por ejemplo: el doctor Ernesto Soto Reyes Garmendia, economista y analista, lo refiere así: una vez derrotada en México la revolución agraria y campesina-popular durante los años de 1910-1920, se produce un proceso de “revolución pasiva”: “ejecutado durante los gobiernos del llamado “Grupo Sonora” (Obregón, de la Huerta, Calles), del Maximato y durante el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, (es decir) entre 1920 y 1940 (dicho proceso) asimila a su antítesis para consolidar una República Federal. El período 1920-1940 se caracteriza por la asimilación de las demandas de las masas sublevadas al proyecto de las clases dominantes, como “revolución pasiva”, para establecer las bases y hegemonía del moderno Estado democrático burgués y de un nuevo loque histórico” en México.” (2016:13)

La tesis anterior puede no estar exenta de polémica, pero lo fundamental es la forma en que usa el concepto analíticamente: como un proceso de “asimilación de las demandas de las masas sublevadas al proyecto de las clases dominantes”, los auto-límites que la sublevación vencida tiene le dan contenido a una “revolución pasiva” en donde la acción de aquellas masas se circunscribe (en este caso) a apoyar la consolidación de un nuevo Estado y un nuevo régimen político y participar dentro de un bloque de poder en el que tenían un rol pasivo, subordinando, aunque se hayan asumido algunas de sus demandas fundamentales, especialmente, la reforma agraria, por el nuevo poder. La lucha por el predominio ya cesó, prevalecieron los agricultores prósperos del Grupo Sonora que tenían que hacer importantes concesiones para preservarse y retener el control del poder y el control social. Como decía Antonio Gramsci: “revolución sin revolución”. Consideramos muy clara su interpretación y aplicación conceptual en el autor citado.

El doctor Enrique Semo Calev procesa la categoría analítica de la siguiente forma: “El ejemplo específico de ello es que en la historia del país ha habido en tres ocasiones –al final de los siglos XVIII, XIX y XX– un fenómeno muy parecido: Gramsci lo llamó revolución pasiva, que es cuando una clase gobernante quiere transformar el país para modernizarlo. En ese plan de modernización puede haber muchos aspectos positivos, pero lo quieren hacer sin tomar en cuenta las necesidades, los sueños, la mentalidad del pueblo, incluso despreciando al pueblo. Eso son revoluciones pasivas y en la historia de México hay tres: una se dio con las reformas borbónicas, a finales del siglo XVIII; otra fue 100 años después, en el periodo de Porfirio Díaz.

La tercera es ahora con los neoliberales “que quisieron modernizar al país. Escogieron un camino que era adelgazar al Estado, darle a la empresa privada mucho más juego en todos los aspectos de la economía, abrirse al capital extranjero, que es el único que tiene los avances técnicos de la nueva revolución que es la informática; escogieron este otro camino. Las dos primeras revoluciones pasivas acabaron en revoluciones activas: la de Independencia y la gran Revolución mexicana. ¿Cómo va a acabar la de este siglo? Eso no está escrito todavía” (La Jornada, 17 de noviembre de 2014).

No olvidar que Luis Donaldo Colosio decía que Carlos Salinas y su programa de modernización constituían “la reforma de la revolución”, agregamos, cuando “los regímenes de la revolución” se habían vaciado de legitimidad y de fuerza política y económica. No olvidar tampoco que José López Portillo se autoproclamó como “el último presidente de la revolución”; y otro presidente, el de la transición hacia el proyecto de “modernización liberal”, Miguel de la Madrid, había sido derrotado en la elección presidencial de 1988 por una versión del “cardenismo” con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas al frente. Incluso, en marzo de 1992 el ya presidente Carlos Salinas –en su discurso de festejo de otro aniversario del Partido Revolucionario Institucional– proclamó el fin de la Revolución Mexicana y planteó al “liberalismo social” como la nueva doctrina política de la élite gobernante que él encabezaba y que incluía a la gran empresa.

De acuerdo con esta lógica histórica establecida por Enrique Semo, la revolución pasiva de los neoliberales fue interrumpida por la entronización de otra revolución pasiva de contenido distinto: progresista. La lucha actual es entre quienes quieren prolongar la revolución pasiva neoliberal generando un proceso de restauración, y quienes abrieron una etapa distinta para la historia nacional hacia un nuevo modelo de desarrollo, hacia la refundación del Estado para que emerja una nueva república. Una diferencia sustantiva es que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no busca una modernización desde arriba sin la sociedad, sino un nuevo orden social, incluyente, equitativo, democrático-participativo y soberano, pero conciliando y consensuando dentro de  la ley, sin la masa social determinando el rumbo del proceso, pero sí incluyéndola con sus intereses en las decisiones desde el poder público.

En suma, para nuestros autores consultados, las revoluciones pasivas que ellos constatan están en clave restauradora/elitista, no avanzada ni progresista. Para el primer autor la revolución activa de 1910-1920 es derrotada  y entre 1920-1940 el grupo político dominante se apropia de las banderas populares desde un proyecto distinto al popular (incluye al gobierno de Lázaro Cárdenas y no estoy de acuerdo), para controlar el movimiento social y usarlo en su beneficio; para el segundo autor, desde 1984 hay un proyecto de modernización desde las élites que margina a los grupos populares pero pretende interpretar e incorporar algunas de sus demandas. La revolución pasiva de perfil neoliberal es interrumpida y sufre un viraje de 180 grados por la fuerza de otro proyecto de reconstrucción nacional, otra revolución pasiva de contenido progresista que lucha por consolidarse desde una guerra de posiciones y avanzar en medio del conservadurismo restaurador encabezado por los líderes neoliberales de los gobiernos nacionales anteriores.

En el nuevo modelo económico de la cuarta transformación la prioridad no es sólo un sector exportador como eje de la acumulación de capital, sino el mercado interno como mecanismo de redistribución de la riqueza nacional mediante una fórmula complementaria entre ambos, por la vía de la economía pública e induciendo el cambio de enfoque en la empresa privada. En el combate a las organizaciones del crimen trasnacional para recuperar la seguridad, no apuesta por una derrota policiaco-militar sino por un proceso de disputa por las bases sociales de tales organizaciones, por la nivelación de la actual desigualdad social, por una derrota política y social del crimen organizado mediante innovaciones institucionales (Guardia Nacional), cambios en el marco legal, una nueva concepción para incidir en la oferta nacional del mercado de drogas prohibidas, tomando medias progresivas de “justicia transicional”, y una lucha a fondo por quebrar la captura del Estado hecha por la alianza criminal de líderes políticos y empresariales con las organizaciones criminales, abriendo con todo ello, un proceso de pacificación en la sociedad mexicana. Todo, convergentemente.

Lo anterior puede quedar plasmado en un nuevo pacto social constitucional, un nuevo orden institucional, que redistribuya el poder territorialmente e institucionalmente y entre los poderes de la república, al interior del pacto federal y entre el Estado y la sociedad. Aquí tendríamos un cambio en el sistema político. Al centro de todo ello, está un empoderamiento ciudadano, que es el sentido más profundo de una cuarta república. Por ello es también indispensable un cambio de régimen político, una nueva forma de acceder y ejercer el poder en los ordenamientos jurídicos en que está plasmado. Pero nada de esto funcionará sin derrotar la corrupción de Estado, y sin la presencia de un nuevo modelo económico que sea la base del futuro desarrollo nacional, y sin recuperar la seguridad en todas sus variantes (pública, interior, nacional y humana). Lo fundamental es captar la interrelación de las distintas variables que tienen el discurso político de AMLO en las diferentes materias que aborda.

Efectivamente, no hay un documento sistemático sobre la cuarta transformación, cierto, de objetivos de corto, mediano y largo plazo, metas, programas prioritarios, programas de apoyo, medios e instrumentos. No lo hay. Difícilmente un proyecto nacional puede ser tan sistemáticamente preciso, al estar sujeto a un proceso dialéctico de cambio-restauración de intensa lucha política. Reclamar su existencia es desconocer los procesos de cambio en su inmensa complejidad, su dinámica jamás es lineal, no puede serlo: los cambios se producen mediante avances importantes y retrocesos que pueden también ser significativos; de allí que una de las dos grandes fuerzas contendientes pueda prevalecer e imponer su concepción social. El curso del proceso político entonces cambia: desde un rumbo progresista hacia otro de tendencia restauradora, de retroceso. En 2022 tendremos claro si el proceso de revolución pasiva liderado por AMLO –de contenido progresistaes irreversible en los términos planteados.

Consideramos que el proyecto de cuarta transformación está presente en los discursos de campaña, en las obras completas publicadas (libros) por el pre-candidato Andrés Manuel López Obrador y luego como presidente (su libro “Economía Moral”), en los programas dados a conocer hoy por las secretarías de Estado, en las iniciativas legislativas aprobadas por las mayorías morenistas, en las políticas públicas ya formuladas y puestas a andar desde el gobierno federal, en las prioridades que ha establecido el actual gobierno nacional, en los nuevos paradigmas en despliegue en sectores como la educación, la seguridad, la salud pública, en las Fuerzas Armadas, en la política social, en la política de ingreso y gasto que redistribuye la riqueza nacional, en la economía y las relaciones internacionales, en la agricultura de soberanía alimentaria y en los megaproyectos de infraestructura, etcétera. Un adelanto parcial se plasmó más ordenadamente en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024.

El presidente López Obrador no es precisamente explícito y profundo en la mayoría de sus alocuciones sobre su proyecto nacional. Es necesaria la interpretación conforme lo que uno conoce de su pensamiento y su praxis política. Hay un párrafo de una de sus obras en donde existe un diagnóstico nacional  abreviado de lo que podemos derivar o inferir su visión sobre la reconstrucción de la sociedad nacional, en donde estableció lo siguiente sobre la crisis del modelo social para el desarrollo:El fracaso actual de esta política se advierte por todas partes y en las lamentables y variadas carencias de la gente. La decisión de poner al Estado solamente a procurar prosperidad de unos pocos con el eufemismo de alentar el mercado, empobreció como nunca a los mexicanos, profundizó la desigualdad y produjo la actual descomposición social.” (AMLO, 2017: 289)

La apuesta política es clara: un nuevo orden social con lo contrario de lo existente: incluyente, equitativo, con un nuevo tejido para la concordia nacional. Siguen una serie de alusiones a que los momentos presentes (durante la pre-campaña y la campaña) “son tiempos de decadencia”. Vamos entonces por una reconstrucción nacional para fundar otro Estado que dé origen a otra república, la cuarta en la historia de México. Realmente el que tiene las alusiones más precisas a todo esto, pero cortas, casi abreviadas, es López Obrador, pero no están sistematizadas en documentos, es un trabajo que tienen que hacer sus ideólogos más cercanos: es evidente que él no lo hará. Hasta ahora, tampoco los dirigentes de Movimiento Regeneración Nacional. Pero tienen que comprender adecuadamente el pensamiento político del mentor de la revolución pasiva actual. ¿Quiénes alzarán la mano? Nosotros ya entramos a la discusión sin ser de Morena, ni siquiera cercanos.

La heterogeneidad de fuerzas y concepciones en muchos temas, y la convergencia en otros, es el signo de una revolución pasiva que fue posible mediante la conformación de un bloque histórico pluri-ideológico y pluri-clasista. La función conciliadora, apaciguadora y de atemperación política de AMLO es hacia el interior del bloque histórico que estructuró para ganar el proceso electoral, hacia los grupos populares que lo apoyaron y reclaman las reformas urgentemente, y hacia la confrontación con los adversarios que quieren restaurar la revolución pasiva de contenido neoliberal, moviéndose dentro de una guerra de posiciones para avanzar.

Su discurso para el II Informe de gobierno lo inicia confirmando su diagnóstico político: el punto medular del quiebre nacional e institucional es la corrupción, por lo tanto “hoy transformar es moralizar”. ¿Cómo interpretarlo conforme a toda nuestra narrativa teórico-conceptual, política e histórica?

Consideramos que se habla de una nueva educación ciudadana, de una pedagogía de valores que parta de la filosofía moral para llegar a la filosofía y moral aplicadas, es decir, convertir la enseñanza de valores en virtudes del comportamiento cívico, del ciudadano, ante sí, frente a sí, frente a los conciudadanos, ante los gobernantes, y sobre todo, ante las instituciones del Estado como su máxima representación en sociedad. Por ello liga el tema de la moralización con el combate a la corrupción. Y este enfoque, aunque no lo parezca, se inserta en la más pura tradición republicana, que en una de sus vertientes, conlleva la idea de la democracia participativa, es decir, la toma de decisiones ciudadanas en el ejercicio del poder público. Y todo, sobre la base del sometimiento a un derecho, a un estado de derecho para todos.

De allí que el cambio en la orientación de la nueva reforma educativa teniendo como ejes la ciencia, el civismo, la filosofía social, los valores éticos, al ser humano como centro de la vida social, el virtuosismo de los gobernantes, una incorporación masiva a los distintos niveles educativos, una nueva valoración de los héroes de la historia nacional, etcétera sea fundamental para entrar a un proceso de configuración de una nueva hegemonía, de una dominación política basada en el predominio ideológico-cultural, de un nuevo consenso ciudadano mayoritario, con una nueva también moral pública en desarrollo. El sistema educativo público entonces es el pivote fundamental de este proceso de construcción hegemónica. Debe fortalecerse.

Al abordaje de otros aspectos torales de este complejo proceso político que hoy vivimos y de esta muy intensa lucha política-ideológica que lo enmarca, nos abocaremos en la próxima y última entrega.

Jorge Retana Yarto*

*Licenciado en Economía con especialidad en inteligencia para la seguridad nacional; maestro en administración pública; candidato a doctor en gerencia pública y política social. Tiene  cuatro obras completas publicadas y más de 40 ensayos y artículos periodísticos; 20 años como docente de licenciatura y posgrado; exdirector de la Escuela de Inteligencia para la Seguridad Nacional.

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