Recuerdo que tenía un corazón
alérgico a los pólenes.
La muerte no existía,
éramos asquerosamente jóvenes.
Veranos sin deberes,
el vaho del otoño en las ventanas.
Siempre hubo dos mujeres:
la casta de mi pueblo y la Susana
Joaquín Sabina, La orquesta del Titanic
Del 12 al 16 de octubre de 2015 se realizó en las instalaciones del Plantel Casa Libertad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) el coloquio La Otra Ciencia Política, cuyo objetivo se encaminó a realizar una crítica a las formas predominantes en que se expresa la ciencia política contemporánea y plantear la necesidad de encauzar nuestra disciplina por terrenos más amables y menos pretenciosos. El escrito que se presenta a continuación da cuenta de lo anterior y busca generar un debate, que considero necesario, para revitalizar nuestra materia de estudio. Este escrito se nutre de las valiosas aportaciones y sugerentes comentarios de mi colega Víctor Hugo López Llanos, aunque el contenido y los juicios son responsabilidad exclusivamente mía.
- La ciencia política de tocador
Se podría señalar que existe una tendencia mundial a catalogar lo que hoy se entiende por “ciencia de la política” en ejes temáticos de discusión general. Desde hace algunos años la tendencia, de la cual no se escapan las universidades públicas y privadas de nuestro país, es plantear el estudio de nuestra disciplina decantado en la siguiente santísima trinidad:
- Los estudios electorales y los procedimientos democráticos, donde se analiza la numeralia del quién gana, quién pierde, los porcentajes de votación, el realineamiento electoral y el futuro de los partidos, mejor dicho, el futuro de los liderazgos partidistas. Todo este análisis se acompaña de justificaciones ancladas en la teoría democrática contemporánea, planteada en términos de la representación política y la participación de los electores-ciudadanos. Esta visión reduce la ciencia política a procesos y procedimientos electorales y la convierte en un instrumento más de las cúpulas partidistas para tomar decisiones. Trabajamos para los partidos.
- Los temas de transparencia y rendición de cuentas que no son sino un reflujo de la ciencia política neoliberal estadunidense de la década de 1990. Los politólogos autodenominados progresistas asumen la propuesta como un tema de izquierda en una franca contradicción ideológica. En el fondo reproducen el discurso neoliberal sin saberlo, como apuntara Ulrich Beck al hablar sobre el posicionamiento económico y político-discursivo del nuevo libre mercado. Esta tendencia considera que sólo se vive en democracia si priva la publicitación en la toma de decisiones, discurso copiado al pie de la letra de las recomendaciones promovidas, en esa época, por los organismos financieros transnacionales que demandaban terminar con la corrupción de los gobiernos del tercer mundo como condición para abonar el camino al progreso y de paso recibir ayuda financiera. Podríamos decir que existe una victoria discursiva del neoconservadurismo al haber logrado que la izquierda partidista y metapartidista asumiera este planteamiento como el más relevante, dejando con ello fuera de la escena temas como la política social. Trabajamos para el Consenso de Washington.
- Los temas englobados en lo que se da en llamar políticas públicas, que no son sino el análisis mínimo de los programas de gobierno, pero no realmente un ejercicio de vinculación del Estado con la sociedad. Éste es otro tema posicionado por el neoliberalismo académico, que decanta en temas como la nueva gerencia pública. A toda acción de gobierno se le llama ya política pública y a toda propuesta de acción política también se le llama así. ¿En verdad somos tan ingenuos para plantear que la acción de gobierno atraviesa por las fases de planeación, vinculación, ejecución y evaluación? Quien tiene un mínimo conocimiento del funcionamiento real de la administración pública sabe que esto no es así. Sin embargo, esta tendencia en la ciencia política de nuestros días la asume como discurso novedoso y digno de plantearse como eje transversal de todos los programas de estudio de la disciplina. Por lo demás, se puede añadir que si desde tiempos de Aristóteles ya se aceptaba que todo lo político es público por definición, entonces ¿hablar de políticas públicas no en una franca tautología? La ciencia política es pura “ideología del reino”, como diría Max Weber.
En suma, podríamos decir que los enfoques subyacentes en estos tipos de ciencia política la hacen presentarse como una disciplina recatada y juiciosa, casi neutral, con apego al estatuto de ciencia. Este embellecimiento artificial (que sólo lo permite el tocador) es defendido a ultranza en prácticamente todos los claustros académicos contemporáneos de politólogos, lo mismo en instituciones de educación superior públicas que en privadas, pues es la bandera que les otorga el anhelado prestigio y múltiples apoyos financieros para reproducir discursos manidos.
Un elemento que es característico en este tipo de visiones es su desesperación por cuantificarlo todo, por hacer gráficas, ponderaciones, construcción de escenarios y el llamado “trabajo empírico”. También se le podría llamar la “ciencia política de ábaco”, cuyo éxito estribará en la publicación de sus resultados en revistas de pretendida calidad académica, de preferencia en esas que tanto se preocupan por señalar que son indexadas.
Asimismo, los abigarrados productos de investigación serán presentados en foros nacionales e internacionales, construyendo la vertiente del turismo académico (por cierto no privativo de la ciencia política) de preferencia en destinos con fácil acceso a la playa o sentido histórico. ¿Quién no ha asistido a alguno de esos congresos?
Por lo demás, los gremios que son partidarios de esta santísima trinidad practican la paz perpetua, pero en el mal sentido del espíritu kantiano, pues no se critican entre ellos, se citan entre ellos y se aplauden entre ellos. Son los mismos, hablando y escribiendo siempre de lo mismo, en los mismos lugares y para el mismo público. Son, como diría Luhmmann, grupos “autorreferenciales”, y que se unifican en la crítica y descalificación a otras maneras de entender la ciencia política, por lo que conciben como de un carácter anticientífico otras formas de verla.
- La ciencia política de salón de belleza
Existe también otra ciencia política, que no es propiamente dicho ciencia política, pero que se asume del gremio y que podría catalogarse como de salón de belleza (o de barbería para abonar al petulante discurso de la equidad de nuestros días) más que de tocador; que le apuesta a la pura reflexión abstracta para sólo permanecer estática en ese talante. Esta ciencia política que reniega de la ciencia política de tocador y de otras formas de comprender la disciplina, encuentra su refugio en los siguientes temas:
- El uso y el abuso del deber ser. Aplauden la noción normativa de la sociedad y sobre todo quiénes deben ser sus conductores. La idea que se plasma es que ellos sí saben cómo hacerlo porque saben cómo pensar. Son la tecnocracia de la disciplina. Todo está mal, menos la reflexión propia que da lugar a textos cavernosos y crípticos, donde la retórica, la palabra precisa y la sonrisa perfecta avasallan todo lo demás. Sus portadores son los nuevos reyes filósofos políticos. A menudo cuentan con autores favoritos entre los filósofos políticos contemporáneos, que son incuestionables y cuyas tesis se hacen dogmas en quienes las sustentan.
- Un subgrupo de esta ciencia política se concentra en los adoradores de los clásicos, llámense los griegos. Todo se trata de explicar con ideas heredadas del siglo IV aC, donde Platón es el rey y Aristóteles la ley. No hay más.
Este claustro académico de la ciencia política es sui generis, pues le apuesta más a la calidad que a la cantidad de agremiados. Es un grupo profundamente elitista y aunque sabe que existe el mundo exterior se encierra en su propia burbuja dorada como coraza de protección. Son el salinismo del gremio: ni nos ven ni nos oyen, pero si nos desprecian.
III. La ciencia política militante
Un tercer intento de taxonomía de la ciencia política contemporánea se consagra en lo que pudiéramos llamar la ciencia política militante, cuyo nicho ideológico son las variopintas nociones de alcanzar la justicia social, el amor por los pobres, la revolución social y su marcado descontento con todos los productos derivados del sistema. Son marxistas, muchas veces sin haber leído a Marx, y son guevaristas sin siquiera pensar un día en la idea de dejar la casa y el sillón. Esta manera de entender la ciencia política se subdivide en dos grandes grupos, que tienen en común el uso del salón de clase, la asamblea estudiantil o el local sindical como plataforma para los discursos incendiarios.
- Los partidarios moderados de la protesta social, más cercanos a ser “soldados del amor” que auténticos agentes del cambio social. Deliberan en Starbucks, inundan las redes sociales de tinta roja y se toman selfies en las protestas callejeras como una manera de autoglorificarse, siempre, claro está, desde la comodidad del mensaje enviado desde un iPhone. Es la izquierda académica del eje Copilco-Universidad-La Condesa. Eso sí, se preocupan por su prestigio académico y de vez en cuando organizan eventos destinados a la autoflagelación para que nos quede claro a los demás su fuerte compromiso social. Tal como los adoradores de los filósofos políticos contemporáneos, defienden a capa y espada autores buena onda comprometidos con causas tan distantes y disímbolas que van del cuidado del medio ambiente al cuidado del ciudadano. Son antitaurinos, veganos, hipsters, partidarios del nuevo léxico del género (todes, otres) y escuchan música de trova más cercana a Fernando Delgadillo que a Silvio Rodríguez.
- Los partidarios radicales de la protesta social, ellos sí más cercanos a planteamientos anarquistas pero dentro de la zona de confort del pensamiento y la acción. Apoyan la protesta social siempre y cuando ésta no interfiera con sus comodidades y nivel de vida. Si la protesta termina antes de las 8 de la noche mejor aún. El discurso radical da para encender el aula y convencer a los alumnos que la toma de instalaciones universitarias por la fuerza es un acto heroico y equivale a modernas tomas de la Bastilla. Y claro, también tienen su santuario de autores y temas. Pero la didáctica apremia y siempre será mejor leer Marx para principiantes de Rius que a Carlos Marx en forma directa. Y claro está también que no son nada proletarios como sus colegas moderados.
Algo que unifica a esta academia militante de alas moderada y radical es su discurso crítico al pensamiento llamado eurocéntrico y el aval a las filosofías de la liberación. Son nacionalistas metodológicos que saben muy bien, y en el fondo, que la historia no los absolverá.
Ante esta barbarie de lógicas para entender la ciencia política, considero que no por ser las formas dominantes de entenderla son las únicas. Existen y existirán alternativas menos petulantes y exquisitas para plantear el análisis político y social. Habría que parafrasear a Max Weber y plantear si realmente vivimos para la ciencia política o de la ciencia política. Ahí estriba buena parte del debate sobre el porvenir de la disciplina.
*Doctor en ciencias políticas y sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); profesor-investigador de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y profesor de asignatura del Centro de Estudios en Administración Pública de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
BLOQUE: OPINIÓN SECCIÓN: ARTÍCULO
TUIT: Necesario, construir una nueva forma de hacer ciencia política
Contralínea 462 / del 09 al 15 de Noviembre 2015