Desde mis épocas iniciales en el periodismo me previnieron: “lo que digan los políticos es muy diferente a lo que está ocurriendo, y será peor lo que vendrá”. Así lo viví con Gustavo Díaz Ordaz y los siguientes titulares del Ejecutivo, hasta la fecha. Y como decía en su poema Corrido de la Revolución Mexicana el genial Renato Leduc: “tiempos en que era Dios omnipotente./ Y el señor don Porfirio presidente./ Tiempos ¡ay…! Tan iguales al presente”.
Antiguamente el secretario de economía aseguraba que no subirían las tortillas, y el precio de ese producto se elevaba más que cualquier OVNI; si afirmaba que los refrescos, hoy tan de moda, no aumentarían su costo, las burbujas alcanzaban el cielo; y si aseguraban que incluso las entradas a los cines mantendrían su precio, ya no alcanzaba ni siquiera para dos personas, y menos para comprar las famosas palomitas…
Hoy, gracias al “nuevo PRI” (Partido Revolucionario Institucional), nos damos cuenta que los años han pasado, pero las mañas continúan siendo las mismas, actualmente reforzadas por la televisión y, desde luego, la mayoría de los informativos escritos. Tanto que hasta Ciro Gómez Leyva, que salió de Milenio Televisión sin mayores explicaciones, dice en una entrevista (Milenio Diario, 4 de enero de 2014) que los medios han sido muy complacientes (sic contante y sonante) con el señor del copete y la sonrisa fotográfica.
Luego de una campaña machacona en que se aseguraba que con la reforma energética bajarían los precios de la luz, el gas y las gasolinas, la realidad nos alcanzó antes de los reyes magos y los aumentos fueron de 20 centavos en promedio en las gasolinas Magna y Premium. Para el gas, cuando menos en mi recibo, hubo más de un 10 por ciento de elevación. Y en el caso de la luz también ya existen nuevas tarifas que han puesto a temblar a muchas familias, entre ellas las más pobres, que viviendo en socavones necesitan iluminar sus túneles.
Como se esperaba, muchos alimentos básicos con o sin azúcar tienen nuevos precios. No el 8 por ciento de aumento para, supuestamente, evitar más grasa en los esqueletos mexicanos, sino que en algunos insumos el precio se desbordó, como ocurre con las camisas y los trajes de Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, quien por cierto recibió casi 1 millón de pesos de aguinaldo, mientras que el salario mínimo no ascendió ni siquiera a 3 pesos diarios.
Enrique Galván Ochoa (La Jornada, 6 de enero) presenta una tabla de algunos productos. La mantequilla con sal se encareció 9.5 pesos, las Zucaritas –tan caras para los niños– 11.1 pesos, y las galletas Marías, que yo comía con deleite, se alzaron 4.3 pesos.
Ejemplos que son una pálida sombra, ya que muchos otros se están reetiquetando, y en las cajas de los supermercados ya las cobran sin haber hecho su trabajo. ¿Dónde está Alfredo Castillo, el procurador Federal del Consumidor? Quizá buscando a una nueva Paulette sin encontrarla.
Hace tiempo informamos que en la cantina La Providencia se abusaba del cliente; que en la librería El Sótano, de Coyoacán, no daban comprobantes fiscales; y que en algunos restaurantes quedaban de enviar la factura electrónica y no lo hacían. Nada sucedió desde hace más de 1 año. Ni siquiera una llamada para simular que se investigaría. Por lo tanto, la Procuraduría Federal del Consumidor es otra simulación de nuestras instituciones.
Claro, en el 99 aniversario de la Ley Agraria, Enrique Peña Nieto insistió en que este año, ahora sí, habrá beneficios para todos. Aunque luego puntualizó que no serán de inmediato, sino irán paso a paso, sin tregua ni freno.
No hay que hacerse ilusiones. El 5 de enero, Carlos Fernández Vega publicó en el diario La Jornadauna columna donde puntualizaba cómo los últimos cinco presidentes mexicanos, tres del PRI y dos del Partido Acción Nacional, hicieron anuncios fabulosos: aumentará el empleo, iremos al primer mundo, tendremos mercancías más baratas, la educación nos llevará por un camino extraordinario, las privatizaciones servirán para bajar costos, nuestras riquezas crecerán y súmele lo que usted quiera. Pero siempre, indefectiblemente, la realidad es otra, más amarga, difícil, empantanada.
Hasta ahora nos enteramos del convenio colectivo de trabajo entre Petróleos Mexicanos y el sindicato del humilde, casi franciscano, Carlos Romero Deschamps. Entre sus cláusulas está crear un nuevo reglamento de labores y valuación de los puestos, ubicar a los empleados de la paraestatal en nuevos cargos, redimensionar plantillas de petroleros y empleados de confianza y definir la situación de los empleados en plantas fuera de operación para reacomodarlos o jubilarlos (Reforma, 7 de enero de 2014).
En síntesis, sacar las tijeras, como dicen, y empezar a cortar a miles que ya no tendrán nada qué hacer porque vienen las siete hermanas a tomar posesión de todo.
El documento se firmó el 29 de julio, como un preludio a lo que votaron los diputados que desean satisfacer, más que a Peña Nieto, a los inversionistas extranjeros. Éstos, los capitalistas, además tienen garantías en la cláusula 11 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de que no podrán ser expropiados y les pagaran hasta cuando estornuden o dejen de hacerlo. Es decir que la maquinación estaba muy bien organizada desde este convenio firmado por el patriota Romero Deschamps hasta las votaciones exprés. Seguro por eso Carlos Salinas no le hace compañía a su vieja amiga Elba Esther Gordillo.
Si algo faltara, ahora nos enteramos de que pagamos más por la gasolina en México que en Estados Unidos. Asimismo, que los de este lado erogamos más impuestos que los vecinos norteños y tenemos servicios de tercera (Marco Cancino, director de Inteligencia Pública, dixit). En fin, que el tronar de dedos, el chirriar de dientes y el estrés aumentarán en este 2014, sin importar lo que diga el secretario de finanzas (según The Banker, publicación del Financial Times), Luis Videgaray, del incipiente año, quien demostró no saber calcular el aumento del producto interno bruto nacional y menos erogar adecuadamente el presupuesto federal.
Con todo, ¡feliz año y mejores luchas!
*Periodista