Asesinato de Carlos Sinhué: las responsabilidades de la UNAM y la Fiscalía

Publicado por
Zósimo Camacho

¿Qué hacía una patrulla en el mismo lugar e instante en que el activista estudiantil Carlos Sinuhé Cuevas Mejía recibía 16 impactos de bala al bajarse del camión de transporte público una noche en Topilejo? ¿Por qué no se pudo establecer ni la matrícula del vehículo ni la identidad de los ocupantes? ¿A qué se presentó en el lugar de los hechos un militar de la Primera Zona Militar de la Secretaría de la Defensa Nacional y qué partes informativos entregó a sus superiores? ¿A qué llegó un policía de inteligencia del alto mando policial de la Ciudad de México? ¿Cuándo ocurrió la “inundación” por la que los informes de este policía “se perdieron” en oficinas de la Secretaría de Seguridad Pública, ubicadas en Liverpool, 136, segundo piso?

¿Fue casualidad que las cámaras de la Ciudad de México que registraron el momento en que Carlos bajaba del autobús de la Red de Transporte Público (RTP), seguido de dos individuos, repentinamente virara justo en el momento en que el tesista de la Facultad de Filosofía y Letras era atacado? ¿Quién perdió la memoria usb donde se contenían los videos de las cámaras de la tienda Oxxo situada justo enfrente del lugar en que ocurrió el asesinato?

¿Por qué la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) no entregó las bitácoras de los elementos de Vigilancia UNAM (antes Auxilio UNAM) que fuera del campus universitario detuvieron junto con policías de la Ciudad de México a Carlos 1 año y medio antes de fuera asesinado? ¿Por qué no funcionaron las cámaras de la Universidad en los momentos en que se realizaban campañas de desprestigio en contra de Carlos Sinhué, meses y días previos a que fuera atacado mortalmente? ¿Por qué la UNAM tuvo que reconocer a dos de las personas que lo hostigaban como “estudiantes” de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán, aunque se hacían pasar como alumnos de la Facultad de Filosofía? ¿Por qué no se investigó a estos “alumnos”, ambos nietos de militares, uno con una suástica tatuada en la espalda y que de vez en vez aparecen en escuelas y facultades con actividad política?

Son apenas unas preguntas que se desprenden del expediente de más 800 fojas del asesinato de Carlos Sinuhé Cuevas Mejía, quien combinaba su dedicación a la elaboración de su tesis sobre la educación mexica, con el activismo estudiantil. Había concluido los créditos de la licenciatura en filosofía. Estudiaba el idioma náhuatl. Participaba en los colectivos que ocupan el auditorio Che Guevara. Era integrante de la Coordinadora de Movimientos Estudiantiles y Sociales Nuestra América. Daba clases particulares y en el Colegio Angloamericano de italiano, inglés, canto y piano. Antes de que fuera asesinado, preparaba –junto con sus compañeros de organización– un curso de educación popular para impartirse a profesores de Ciudad Juárez, Chihuahua. Buscaba reunir recursos para el proyecto con la venta de pan de muerto.

El 26 de octubre de 2011, 5 horas antes de que fuera abatido, recibió en su teléfono celular una llamada de su madre. Siempre al pendiente de su Carlos, María de Lourdes Mejía Aguilar le llamó a las 6 de la tarde para saber con qué podía ayudarle para la preparación del pan.

“Esa tarde hablé con él. Me decía que le comprara una esencia de azahar, de las que utilizan para hacer pan. Hasta le dije que no se fuera a su casa sino que se viniera a Xochimilco. Me dijo que se iba a su casa porque tenía que entintar y reparar unos tambores de un alumno de él.”

Lourdes vive en el pueblo de Tepepan, Xochimilco. Carlos, en esos días, vivía en el pueblo de Topilejo, Tlalpan. El activista le dijo a su madre que lo esperara al otro día por la mañana.

 “De la Facultad de Filosofía siempre se iba al paradero del metro CU, porque de ahí sale un camión de la ruta RTP. El último camión salía a las 10 de la noche, 10 y cinco a más tardar. Él tenía que abordarlo. Tomó el último camión.”

Lourdes enciende temblorosamente un cigarro. Casi agita la mano derecha cuando se la acerca para dar una bocanada de humo de tabaco. La voz se le quiebra por momentos y los músculos de la cara se contraen. Controla con dificultad los nervios y narra lo que se aprecia en los videos de las cámaras de la Ciudad de México y que tantas veces ha visto.

Sin echar una mirada a los documentos, de memoria señala los registros de tiempo marcados en los videos: “El camión llega a las 23 [horas] con 10 [minutos] con 19 segundos. Tarda unos segundos en bajar y veo cuando  Carlos baja. Baja a las 23 con 10 con 28 segundos. Veo cómo es seguido por dos personas”.

Así puede ver por 5 minutos caminar a Carlos. Se baja, como siempre, en el kilómetro 28 y medio de la carretera vieja rumbo a Cuernavaca, en el entronque que entra a Topilejo. Atraviesa la carretera y camina por la calle de La Cima. Pero la cámara gira y Carlos y quienes lo siguen salen de cuadro.

“Exactamente en el minuto 23 con 15 con 35 segundos la cámara gira hacia el Oxxo y se ven unas personas que están afuera de la tienda. Son trabajadores de ahí que están fumando porque tuvieron un inventario. Y en el momento en que oyen los impactos se meten corriendo y cierran la puerta de la tienda. En ese mismo instante se ven luces de patrullas, o códigos, como les llaman ellos.”

La Fiscalía Central de Investigación para la Atención del Delito de Homicidio dice que no avanzan las investigaciones. En realidad, los escasos avances se deben al tesón de Lourdes, quien arrastra su dolor de madre y va dando tumbos entre colectivos, organizaciones de derechos humanos, oficinas gubernamentales, foros, movimientos sociales… Se detiene con quien esté dispuesto a prestarle oído y respeto. Cada vez encuentra menos, reconoce. No llora. Su dolor, es un sufrimiento árido, seco. No puede permitirse abandonarse y fallarle a su hijo en la búsqueda de justicia.

Se han cumplido 4 años y medio del asesinato. El Gobierno de la Ciudad de México se apresta a enviar a la “reserva” el expediente. Mientras, en Ciudad Universitaria, todo marcha igual o peor. Las autoridades criminalizan a los compañeros de Carlos Sinhué, los que ocupan el Auditorio Che Guevara.

Ojalá por única vez de algo bueno sirviera la extensa red que desde el campus universitario trabaja para la agencias de inteligencia del Estado mexicano y se llegara a dar con quienes ordenan las muertes y desapariciones de estudiantes. ¿O acaso para qué están operando en la Universidad?

Zósimo Camacho

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]

 Contralínea 482 / del 04 al 09 de Abril, 2016

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