Londres, Inglaterra. El área al este de la ciudad iraquí de Mosul, liberada del control del Estado Islámico, permanece vacía. Y al recorrer las llanuras de Nínive, territorio ancestral de minorías yazidíes, cristianas, chabaquíes y turcomanas, uno pasa de un pueblo fantasma a otro y donde solo quedan milicias armadas, conocidas en Irak como “Hashd al-Shaabi” (movilización popular).
Las casas destruidas por coches bomba del Estado Islámico están junto a edificios arrasados por los ataques aéreos de la coalición internacional. Y en las casas de muchas calles residenciales, hay agujeros en las paredes que servían a los insurgentes para evadir la vigilancia.
La batalla por el control de Mosul ya lleva casi 8 meses, y como la resistencia en la margen derecha de la ciudad resultó intensa, las víctimas civiles aumentan con rapidez. Pero muchos de los territorios vacíos de Nínive, al Este de Mosul, y de Sinjar, al Oeste, fueron los primeros en ser recuperados hace unos meses.
Esos se unieron a Diyala, Kirkuk y Anbar, donde el Estado Islámico ya fue derrotado, pero todavía quedan millones de personas desplazadas que aún no han retornado a sus hogares. Para comprender por qué, hay que valorar las amenazas que se ciernen sobre Irak y que no desaparecerán con la derrota de ese grupo armado.
El gobierno central de Bagadad y el regional del Kurdistán, de Erbil, están básicamente de acuerdo en que las personas desplazadas sólo podrán regresar cuando se hayan recuperado la seguridad y los servicios, y con razón, pues la infraestructura básica está enormemente dañada.
Cuando miles de civiles regresaron a la central ciudad irakí de Ramadi tras su liberación, hubo numerosas víctimas por trampa cazabobos, como se llama a varios tipos de dispositivos improvisados y explosivos camuflados.
Sin embargo, muchas de las comunidades minoritarias creen que las demoras se deben a otras razones.
Las minorías cristianas, yazidíes, chabaquíes y turcomanas citan casos de personas desplazadas y de suministros detenidos en puestos de control, como detalla el último informe de cuatro organizaciones no gubernamentales, Minority Rights Group International, el Instituto de Derechos Humanos y Derecho Internacional, la Organización de Naciones y Pueblos No Representados y Sin Paz no hay Justicia.
La sospecha y el temor es que haya comenzado el acaparamiento de tierras.
Un dato conservador estima que hay unos 15 grupos armados controlando las áreas liberadas de Nínive, entre los cuales hay milicias étnicas formadas por integrantes de comunidades locales.
Los puestos de control de las milicias proliferan y a veces hay que pasar por tres o hasta cuatro seguidos. Esos grupos pujan por cuál puede izar la bandera más alto.
Por ahora, la relación es de mutua aceptación, pero no se sabe cuánto durará esa situación. Algunas están asociadas con las fuerzas de seguridad regulares de Iraq y otras con las autoridades de Kurdistán, pero hay otras más que responden a otros poderes.
Así como el gran ayatola Al Sistani llamó a voluntarios iraquíes a movilizarse para luchar contra el EI, en junio de 2014, muchos observadores esperan que emita una fatwa (edicto islámico) para desmovilizar a las milicias una vez que se haya derrotado al Estado Islámico.
Las dificultades prácticas de desarmar, desmovilizar y reintegrar apenas comenzaron a discutirse en Irak. Asegurar que los integrantes de las comunidades locales, incluso de las minorías, se integren adecuadamente a las fuerzas de seguridad regulares es fundamental para que aquellas se sientan seguras.
Pero muchos de los grupos armados más fuertes, respaldados por Irán que, por ejemplo, controlan gran parte de Diyala y áreas clave en Tel Afar, ya dejaron claro que no tienen intenciones de desmovilizarse.
Y mientras Turquía le tema a un corredor iraní de Bagdad a Siria, sus propios intentos de asegurar una base en Nínive se intensificarán. Con esas fuerzas en juego, el resurgimiento, pos Estado Islámico, de una oposición árabe sunita bajo otro nombre quizá sea inevitable.
En ese contexto de fragmentación sectaria, los integrantes de las minorías siguen apasionados por el futuro de su tierra y, muchos otros, permanecen como feroces patriotas al Estado irakí.
Muchas de las personas desplazadas de la minoría chiíta, entrevistadas el año pasado en Kerbala, expresaron enseguida su esperanza de retornar a sus hogares en Tel Afar y las llanuras de Nínive tras agradecer a las autoridades religiosas por darles un refugio temporal.
Por su parte, los cristianos caldeos y los asirios subrayaron su arraigo milenario a la tierra.
Aun los yazidíes, quienes sufrieorn tormentos a manos del Estado Islámico y, en muchos casos, fueron traicionados por sus propios vecinos, comenzaron a mencionar la posibilidad de retornar.
Pero su retorno depende de la seguridad, lo que en definitiva depende de un acuerdo político entre las diferentes fuerzas que ahora compiten por el control de sus tierras.
Durante muchos años, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) buscó promover un acuerdo entre Bagdad y Erbil por los “territorios disputados” en Nínive y en Kirkuk. Pero con la redefinición de nuevas fronteras en los hechos y los nuevos actores en el conflicto, la tarea no ha hecho más que complicarse.
La guerra contra el EI creó en Iraq un raro contexto de unidad.
Las fuerzas tribales sunitas y las milicias chiítas, Irán y Turquía, Estados Unidos y otros integrantes de la coalición internacional, el gobierno de Irak y el de Kurdistán cooperan para derrotar a un enemigo común.
Como subrayó en Bagdad en marzo Gyorgy Busztin, director adjunto de la misión de la ONU, eso ofrece una ventana de oportunidades tanto para el pueblo iraquí como para la comunidad internacional.
Pero a medida que el control de los territorios recuperados sigue fragmentado y que las milicias se afianzan en el terreno, esa ventana se cierra rápidamente. Para cuando Mosul sea declarada libre al fin, quizá ya sea demasiado tarde. (Traducido por Verónica Firme)
Mark Lattimer*/Inter Press Service
*Director ejecutivo de Minority Rights Group International
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
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