A contramano de cualquier otro escenario de competencia presidencial en el que, a medida que se acerca la elección, crece el grado de conocimiento de los candidatos y de los partidos y/o coaliciones que se postulan, Brasil presenta una circunstancia curiosa. En sintonía con una escena contemporánea convulsionada en lo institucional, lo económico y lo político, hoy aquellos que votarían en blanco, anularían su voto, no saben a quién votar o no piensan ir a sufragar el 7 de octubre han aumentado respecto del año pasado [1].
Cada vez más el descontento adquiere contornos sistémicos, ampliando la apatía sobre las expectativas futuras en cuanto a las posibilidades de enderezar los degradados valores fiscales, sociales y de empleo, entre otros. Incluso en términos de representaciones democráticas: no es un detalle los 117 militares que se presentarán como candidatos en esta elección, al margen de los puestos de liderazgo que aún mantiene en las encuestas Jair Bolsonaro (PSL), capitán retirado del Ejército [2].
Es que la encrucijada brasileña ha puesto en tensión varios elementos a la vez, incluso sus atributos de soberanía: a las privatizaciones de los últimos años, ahora se añade la cesión de acciones de Embraer a Boeing. Ello refuerza el sentido de los tiempos; un neoliberalismo que trata de afianzarse como sea, pautando los discursos circulantes de todas las formas posibles: proscribiendo, estigmatizando, interviniendo, dejando avanzar fórmulas más violentas. Toda opción que reivindique otras perspectivas sobre los asuntos públicos debe ser contrarrestada.
Los tiempos electorales cada vez están más cerca. El 20 de julio (y hasta el 5 de agosto) está abierto el período para que los partidos proclamen quiénes serán aquellos candidatos que los representarán. En menos de un mes, el 15 de agosto, los candidatos deberán haber registrado en la Justicia Electoral las postulaciones; a partir de allí, de no mediar alguna modificación sobre la marcha, los nombres estarán definidos [3].
Si bien las características de los espacios políticos que competirán todavía se están moldeando, lo que sí queda claro es que habrá más fragmentación que en las últimas disputas, en las que, por lo menos hasta la primera vuelta –en las últimas elecciones presidenciales en Brasil, 2010 y 2014– había tres espacios bastante definidos: un lugar de centro, ocupado por Marina Silva (Rede), y dos espacios a los extremos, uno más a la izquierda, representado por el Partido dos Trabalhadores (PT), y otro más a la derecha, representado por el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Este año –-y teniendo en cuenta la incertidumbre judicial de Lula, por un lado, y la falta de despegue de las candidaturas “tucanas”, por otro–, la estructuración de los espacios pareciera tener un centro más expandido. Este nuevo centro se refuerza con los movimientos hacia esa dirección que realizan, desde lados diferentes, tanto Ciro Gomes (PDT) como el propio Jair Bolsonaro. Esto no quiere decir que el PT y el PSDB serán prescindibles, todo lo contrario: como se dice en Brasilia, nadie se elegirá por derecha sin el PSDB, y nadie se elegirá por izquierda sin el PT.
Obviamente, la situación de Lula genera todo tipo de incógnitas. Es el candidato que, aún hoy, conserva una proyección en su intención de voto que supera el 30 por ciento. Además, los vaivenes recientes de jueces –habilitando su libertad (en proceso) y otros denegándola, en lo que fue un capítulo elocuente del rol que juega el Poder Judicial en Brasil– no ha hecho más que aumentar la popularidad de Lula, según lo indican estudios recientes [4]. Lo absurdo de las maniobras judiciales sobre su figura cada vez es más evidente –en otra causa, con sede en el Distrito Federal, se le cerró su investigación precisamente “por carecer de pruebas materiales sólidas” –, y se suman las pruebas de las conexiones interesadas de la Unidad de División Penal del Departamento de Justicia de Estados Unidos en la causa Lava-Jato y en todo lo que pueda generar en su operación “anticorrupción” [5].
La prisión del candidato con más intención de voto, sumado a las bajas preferencias con las que cuentan otras figuras presidenciables de la izquierda, como Guilherme Boulos (PSOL) y Manuela D’Avila (Pcdob), colocan al progresismo brasileño en una encrucijada. De no haber plan B en el PT –postura dominante dentro del partido–, sólo resta el apoyo a una fórmula presidencial que dispute el centro y que no esté aliada con los promotores del golpe a Dilma Rousseff. La única opción que, por ahora, cumple estos dos requisitos es Ciro Gomes. Pero sólo esos dos. Ciro no es Lula; es lo más progresista del espectro electoral con oportunidad de pasar a una segunda vuelta.
Así, Gomes quedaría excluido de otra posible coalición de centro-derecha, apadrinada por quien desde hace tiempo busca autoinstalarse como el adalid de la reconciliación nacional, Fernando H Cardoso. En ella confluirían caras como Marina Silva, el candidato “tucano” Geraldo Alckmin, y Henrique Meirelles, exministro de Hacienda de Michel Temer.
Bolsonaro le ha quitado al PSDB su lugar en la derecha política. Lo propio ha hecho el conglomerado mediático-judicial con el lugar del PT en la izquierda. Veremos cómo las dos coaliciones de centro –aún en formación– hacen para cooptar los votos decididos de los dos candidatos que mejor se posicionan en las encuestas, o para convencer a los brasileños y brasileñas que el centro es una opción deseable en un Brasil devastado por los intereses corporativos de las élites.
Notas
[1] https://www.cartacapital.com.br/revista/1012/em-campo-o-eleitor-desanimado
[2] https://www.poder360.com.br/eleicoes/militares-se-unem-e-devem-lancar-117-candidatos-nestas-eleicoes/
[3] http://www.tse.jus.br/
[4] www.infomoney.com.br/mercados/politica/noticia/7514597
Camila Vollenweider/Amílcar Salas Oroño/Celag-Telesur
[OPINIÓN][ARTÍCULO]
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