Cuando menos, 14 movimientos de primer nivel han ocurrido en los más de 3 años de Enrique Peña Nieto, entre remociones y enroques. Muchos de los conocedores insistían que éste era un funcionario que no gustaba de mover a sus designados, ya que confiaba plenamente en ellos o eso le permitía dedicarse a otras cosas.
Los últimos, se dice, se deben a las crisis: la fuga de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, en el caso de Renato Sales Heredia en lugar de Monte Alejandro Rubido, y el de Arely Gómez González en vez de Jesús Murillo Karam por el todavía incierto caso de los 43 estudiantes desaparecidos; y actualmente, debido a la situación petrolera y la propagación del zika.
Pero en realidad, los ambiciosos proyectos de esta administración no han cuajado, por diversas razones, y la muestra es que los resultados en casi todos los ámbitos son nulos. Lejos de aceptar que hay que cambiar el rumbo, lo que se hace –como desde viejas épocas– es presentar nuevas caras pensando que ello hará más fácil un camino que se ve más empinado y sin motores para emprenderlo.
Al exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro Robles, se le encarga la Secretaría de Salud, en la cual ya había estado como subsecretario (aunque siempre se dijo que iría a la Secretaría de Educación Pública, adonde llegó Aurelio Nuño para tener posibilidades de competir en 2018).
A Narro se le encomendó “mejorar la calidad de los servicios (de salud) en el país”. Algo difícil; casi imposible si ya el todopoderoso secretario de Hacienda, Luis Videgaray, anunció recortes al gasto éste y el próximo año. Pero además, sabemos que los gobernadores edifican hospitales, sanatorios, clínicas y demás únicamente para el lucimiento. El caso más reciente es el de Rafael Moreno Valle, el (des) gobernador poblano, quien en el colmo de la esquizofrenia le pone el nombre de su abuelo (homónimo de aquel), de su mamá y de otros parientes a las nuevas unidades; muchas de las construcciones recién pintadas no cuentan con los instrumentos o el equipo que se requiere.
Así pues, encargarle a determinada persona que haga milagros es propio de un gobierno que cree: la propaganda resuelve las dificultades.
José Antonio González Anaya no había concluido la encomienda en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS): la reestructuración financiera y administrativa, cuando lo envían a Petróleos Mexicanos (Pemex). Entre otras cuestiones se le plantea: “aprovechar al máximo las oportunidades que brinda (sic que dice salud) la reforma energética bajo un enfoque de mayor sustentabilidad ambiental, y lograr su fortalecimiento financiero y productivo en un contexto de bajos precios internacionales” (sic que hace piruetas en la cuerda floja).
Además, se le exige realizar “nuevos esquemas de asociación e inversión con el sector privado”, en una empresa emblemática (sic que ya perdió su identidad).
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En la época de Emilio Lozoya, que venía del sector privado y no sabía nada de cuestiones petroleras, Pemex bajó 12 por ciento su producción y su endeudamiento aumentó de 6.1 mil millones a 15 mil millones de dólares (Reforma, 9 de febrero); grave, es cierto. Pero en las condiciones que manejó la empresa, con la hostilidad de Videgaray y la impunidad con que se condujo Carlos Romero Deschamps y su pandilla, era poco el margen de operación.
González Anaya es del grupo de Hacienda y tendrá mejores condiciones, pero todos los analistas dicen que el precio del barril de oro negro estará a la baja por años, lo que no atraerá inversiones ni modificará la situación de Pemex. Es por ello que se afirma: el gobierno necesita invertir en esa petrolera, antes orgullo nacional y hasta internacional.
Mikel Arreola llega al IMSS, la institución con mayor número de quejas en el país. Enrique Peña Nieto lo urge a “reducir los tiempos de espera de cirugías y asignación de camas” (sic que se sienta para no cansarse) y también a esmerar la “calidez con la que se debe atender a los derechohabientes” (sic que recibe 20 consultas en 6 horas).
Para el de Atlacomulco, se trata de que los recién nombrados sirvan “con pasión y entrega a fin de que la nación siga creciendo (sic que ve con espanto el desempleo y a los pobres) en la ruta del desarrollo y mayor progreso”.
Y sin rebozo añade Enrique: necesitamos “que las familias y la sociedad en su conjunto tengan condiciones de bienestar, prosperidad y progreso” (sic que insiste en que la utopía está a la vuelta de la esquina).
Las modificaciones actuales son como un baile de máscaras, donde pueden entrar y salir individuos, aunque a fin de cuentas la melodía que se toca es con los acordes de la corrupción, la impunidad, la inseguridad, los privilegios, la falta de participación social, etcétera.
La realidad es que el dólar continúa su imparable alza, el petróleo seguirá en la incertidumbre y no se recuperará en el mediano plazo, la inflación ya llegó a los artículos de primera necesidad, la empresa clama auxilio (Pemex le debe 7 mil millones de dólares a proveedores e ICA no tiene para cuando salir de sus deudas) y los negocios para unos cuantos amigos siguen adelante.
El panorama mexicano es angustiante hasta para agencias como Moodys y otras, en tanto la fiesta y los viajes en Palacio van adelante sin ninguna preocupación, salvo investigaciones como las de Proceso (Jenaro Villamil), en asociación con Aristegui Noticias: ¡Felicidades!
Jorge Meléndez Preciado
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]