El pasado proceso electoral le echó a perder a Enrique Peña Nieto varias inauguraciones y anuncios con los que cerraría su sexenio. Entre ellos algunos militares, como el del pasado 1 de octubre: la apertura del centro de entrenamiento para capacitar a las tropas que se enviarían al extranjero.
El todavía presidente de la República se empeñó en incorporar a las Fuerzas Armadas Mexicanas en aventuras fuera de las fronteras del país. Con desparpajo ordenó que modificaran su vocación de defensa nacional y, en acuerdo con la agenda de Estados Unidos, se incorporaran a las misiones internacionales en todo el mundo. Creía que hacía historia.
Pero las elecciones las ganó Andrés Manuel López Obrador y, si éste mantiene su palabra (algo que hasta sus seguidores ya no reconocen que sea seguro), dará marcha atrás en la política exterior vergonzosamente intervencionista de los últimos sexenios. Qué caso tendría la inauguración de un espacio para estos fines. Pero el gasto ya se hizo (con total opacidad), el edificio ya está y… pues ni modo de no inaugurarlo.
En la ceremonia no estuvo siquiera el presidente de la República ni los titulares de las dependencias involucradas, apenas uno: el anfitrión general Salvador Cienfuegos Zepeda, secretario de la Defensa Nacional, quien se encargó de la función. La Secretaría de Marina envió al subsecretario Enrique Sarmiento Beltrán. Y la de Relaciones Exteriores al subsecretario Miguel Ruiz Cabañas Izquierdo.
Como ameritaba, se dijo que en este Centro de Entrenamiento Conjunto de Operaciones de Paz de México –ubicado en San Miguel de los Jagüeyes, Estado de México– se prepara al “personal que será desplegado en las futuras operaciones de paz”, es decir, que se incorporarían a los llamados “cascos azules” de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Y se abundó en que este centro ya “imparte los cursos de oficiales de Estado Mayor y de militares expertos en misiones de las Naciones Unidas, dirigido a personal de las Fuerzas Armadas y Policía Federal”. Y que “posteriormente se implementarán cursos enfocados a funcionarios de las diferentes dependencias del Estado mexicano, así como a personal militar y civil extranjero” (sic).
Fue en 2015 cuando México envió los primeros efectivos militares a misiones de la ONU. Inició con despliegue de ocho soldados y cinco marinos en Haití, el Sahara Occidental y el Líbano. Esta última misión le valió al país ser amenazado por los terroristas del Estado Islámico. Como documentamos en estas mismas páginas, los costos de estos ensayos, sólo por viáticos y pasajes de las 13 personas, ascendieron a más de 250 millones de pesos en unos 4 meses. Luego vendrían más militares mexicanos desplegados en Colombia y en países de África Central.
Para estas “misiones” se creó el centro inaugurado el pasado lunes, unas instalaciones no exentas de polémica. La construcción del recinto implicó la instauración de un Grupo de Trabajo Interinstitucional sobre Operaciones de Mantenimiento de la Paz, coordinado por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Ni las Fuerzas Armadas ni Relaciones Exteriores quisieron informar el costo del edificio que se construyó por más de 3 años. Simple y sencillamente respondieron que no había información con ese nivel de “detalle”.
Hasta el momento, los militares no han creído necesario solicitar permiso al Senado de la República para salir del país, pues –en declaraciones del general Cienfuegos en enero de 2017– la Constitución dice que [se debe solicitar autorización] cuando salgan tropas; no hemos mandado tropas a operaciones de paz: hemos mandado oficiales de enlace, oficiales en funciones de Estado Mayor”.
Entonces advirtió que próximamente sí saldrían tropas del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea: “Ya nos estamos preparando”. Incluso adelantó que participarían más allá de ser observadores o asesores; y no nada más en misiones humanitarias: “Ni somos tan inocentes; sabemos que con el tiempo la propia comunidad internacional [léase: Estados Unidos] irá exigiendo que participemos en otro tipo de operaciones”.
Así, encarreradas, estaban las Fuerzas Armadas para intervenir con tropas en teatros del mundo entero. Veremos si pondrán freno a esta política (“activa”, les gustaba decir a los aplaudidores de ponerse a la cola de Estados Unidos en conflictos de otras latitudes) o seguirán los planes de, incluso, seguir el lento pero firme proceso de incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Ahora que López Obrador dice que el Ejército Mexicano será de paz, probablemente no tenga que deshacerse de las nuevas instalaciones. Sí podría entrenar a las tropas de soldados y marinos para enviarlos a misiones de paz… pero dentro del territorio mexicano.
Fragmentos
Donde todo parece indicar que andan de capa caída es en el Cisen (el organismo de inteligencia civil del Estado mexicano, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional). Desde que ganó Andrés Manuel López Obrador las oficinas centrales se han ido deteriorando. Antes, a la mínima pinta, inmediatamente enviaban trabajadores a despintar y, cuando era necesario, resanar paredes. Hoy, la barda norte de ese centro, que da a la vieja estación del tren en Contreras, luce grafitis y desprendimiento de la pintura. Los sabuesos mexicanos no deberían desanimarse tanto. En efecto, luego del triunfo, el electo confirmó que desaparecería al Cisen. Pero ya ha ido matizando y ha señalado que se creará una Agencia Nacional de Inteligencia. Igual y nomás les cambia el nombre. Y, tal vez, las oficinas.
Zósimo Camacho
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