Hay, cuando menos, dos proyectos de reforma político electoral: la que discuten los integrantes del Pacto por México y la que propusieron los coordinadores de los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) en el Senado de la República. Ambos, lejos de conjugarse se están excluyendo, según pudimos ver en los actos donde los presentaron (28 de mayo, La Jornada y Reforma).
Lo anterior, además, muestra claramente la división existente en las organizaciones opositoras al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Éste, lógicamente, se encuentra aglutinado alrededor de su jefe, Enrique Peña Nieto, aunque también hay diferencias que ahora se callan, pues el miedo a la exclusión es grande. Es el caso de Manlio Fabio Beltrones, quien tenía una propuesta abocada a darle mayor importancia al parlamento, la cual era rechazada por el entonces gobernador del Estado de México. Y cuando éste llegó a la cúspide, el sonorense guardó todo y hasta el bigote se cortó.
La que presentaron Ernesto Cordero (excoordinador panista) y Miguel Babosa es más profunda. Abarca la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, el posible retiro del fuero al presidente de la República por causas graves, la iniciativa popular, el referéndum, las candidaturas independientes, el plebiscito y muchas otras cuestiones más que se han discutido una y otra vez en diversas mesas y nunca se llevan a cabo por el temor de los partidos a que se les acabe su hegemonía.
Es como dice un hombre que supo de pactos desde antes del salinismo, Manuel Camacho, la que elaboran bajo la conducción de Miguel Osorio Chong, secretario de Gobernación, es una “reforma chiquita”. Ello es así porque lo más importante para el PRI no es la competencia política, sino hacer una serie de modificaciones para tratar de crecer económicamente y poder ser un buen alumno de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hoy bajo la guía de Ángel Gurría, un mexicano que cuando estuvo en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público se le motejó como el Ángel de la Dependencia, por la sumisión que tiene a los organismos internacionales y sus recetas financieras, las cuales han sido un fracaso mundial.
Y esta dualidad entre integrantes del panismo y el perredismo muestra la grave fractura existente en los partidos adversarios al gobernante. No obstante que unos y otros, Cordero y Barbosa, por un lado, y Zambrano y Madero, por el otro, insistan en que no hay mayores diferencias sino algunos puntos de vista encontrados.
Eso es falso como se vio en la destitución de Ernesto Cordero de la jefatura del PAN en el Senado, lo cual mostró, además, que atrás del secretario de Hacienda que insistía en que con 6 mil pesos mensuales las familias mexicanas podían vivir casi en la opulencia está la mano de Felipe Calderón. Tan claro resultó que el becario de Harvard tuiteó para defender a su empleado de gabinete.
En el caso del PRD, resulta curioso que Barbosa haga una acción diferente a los llamados Chuchos, ya que él viene de esa pandilla. Aunque mucho se explica por la influencia de Camacho, quien desea abrirle paso a su delfín, Marcelo Ebrard, con el objeto de que pueda competir para la grande en 2018. Y sabemos que muchas veces la ambición es algo que aparta los caminos en los que alguien se formó.
El que está perdido en este mundo se llama César Camacho, quien fuera gobernador del Estado de México y considerado progresista, pues ya no sabe lo que dice con tal de no quedar mal con su jefe Peña Nieto.
Gustavo Madero señaló en la instalación de la mesa político electoral que no había piso nivelado para las elecciones que habrá en julio. Precisó que los gobernadores de los 14 estados no sólo tenían el control de los institutos electorales, que en algunos casos impidieron las alianzas del PAN y el PRD, sino que tienen recursos amplios a su servicio y que mantienen bajo control a los medios de difusión.
Ante ello, César Camacho dijo que esas denuncias eran absolutamente calumniosas y que lo que estaba prefigurando el panista “es el catálogo de pretextos para justificar la derrota del 7 de julio”, donde el mexiquense espera un carro completo.
Por la tarde del 25 de mayo, Jesús Zambrano señaló que había infinidad de malas señales, básicamente de juego sucio para esos comicios y que en los siguientes días daría a conocer una serie de informaciones donde, si no se corrigen los vicios, ellos harán un reclamo fuerte, tanto que incluso podrían ausentarse del Pacto.
No es la primera vez que sale este tipo de consideraciones a la palestra. Ya lo escuchamos en el caso Veracruz, donde Javier Duarte y Rosario Robles –ésta se ausenta de sus compromisos oficiales sin dar explicaciones, como ocurrió en una reunión con delegados del Distrito Federal– estuvieron impugnados. El asunto se resolvió debido a que Madero fue muy conciliador o tibio, al decir de Manuel Camacho en un artículo para El Universal. Pero vemos que volvió el cántaro al agua y puede romperse.
Lo más seguro es que Peña, Osorio y Videgaray cedan ante los reclamos opositores y metan en orden a sus mapaches, impidan que sus gobernadores abusivos hagan de las suyas y hasta acepten derrotas o cedan plazas como Baja California y la capital poblana al PAN y varias ciudades importantes en Oaxaca, Hidalgo, Zacatecas al PRD.
De esa manera las cúpulas partidistas mostrarán que el Pacto sirve no sólo para que la prensa internacional y la nacional elogien a Enrique y la inversión golondrina llegue a México, sino para que muchos se den cuenta de algo: estamos en un juego en el que es indispensable que todos ganen.
Pero de no hacerse una reforma de fondo, como la que hace 34 años puso en marcha Jesús Reyes Heroles, y el recién fallecido Arnoldo Martínez Verdugo fue impulsor central, nada cambiará seriamente y volveremos en las siguientes elecciones a intentar nuevas modificaciones.
Si en realidad se quiere un avance para la nación, es indudable que se debe poner fin a lo que apuntó Gustavo Madero: es ilógico e irritante que en nueve estados de la República el PRI haya ganado los comicios durante 84 años y en 13 más haya tenido el poder 78 de los 84 años.
Juego limpio quiere decir no al agandalle que todavía existe.
*Periodista
Fuente: Contralínea 338 / junio 2013