Cada año, el 25 de mayo se celebra el Día de África que marca el aniversario de la fundación, en 1963, de la Unidad Africana, “voz de África en el escenario internacional y un abogado en casa para el progreso y la paz”, según la calificó Kofi Annan, entonces secretario general de la Organización de las Naciones Unidas. Sus fines fueron promover la unidad y solidaridad de los Estados africanos y servir de portavoces del Continente. Para lo cual era necesario erradicar el colonialismo y promover la cooperación internacional. Fue reemplazada en 2002 por la Unión Africana.
Los líderes africanos lanzaron en 1963 un gran proyecto de integración para proveer el marco, las herramientas y el propósito común necesario para que el gran continente de la esperanza lograra sus objetivos.
Ante la terrible situación de muchos países africanos, debemos preguntarnos por las causas de esas hambrunas –debidas no sólo a la sequía, sino a la imposibilidad de cultivar los campos– a causa de guerras que ocasionan desplazamientos humanos.
Quizás haya llegado el momento de hablar menos de ayuda humanitaria y denunciar las corrupciones y abusos por parte de los poderosos del Norte sociológico, en connivencia con dirigentes corrompidos de esos pueblos empobrecidos del Sur. En nombre de los derechos humanos se abusa del concepto de humanitario alzándose los Estados y los grupos de presión económica y financiera con el monopolio de un nuevo despotismo que no dudó en calificar de despotismo humanitario. En otros tiempos se prostituyeron los nobles ideales de la Ilustración con la prepotencia de los soberanos europeos que, afirmando su absolutismo monárquico, pretendieron disfrazarlo bajo la pátina de ilustrado, que no dejaba de ser un despotismo nacido de su arbitraria voluntad. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo; porque el pueblo no sabe lo que le conviene.
Parece reproducirse esa actitud y la sociedad condenó la arrogancia de aquellas potencias europeas que impusieron su etnocentrismo en nombre de una superioridad cultural, científica y hasta religiosa. Hoy son todopoderosos grupos de poder económico trasnacionales que han sometido a los gobiernos y a las demás instituciones democráticas al dictado de sus intereses.
Volviendo al gran continente africano, con unos 1 mil 200 millones de habitantes, no deberíamos de invocar tanto la ayuda humanitaria como la justicia en nuestras transacciones comerciales y sociales. Si se pagara el precio justo por las materias primas que se les expolia obligándolos a monocultivos intensivos que desertizan las tierras; si se impusiera un embargo absoluto en la venta de armas de manera que ningún país miembro de la ONU pudiera vender armas a los Estados africanos; si se detuviera la proliferación de fábricas transferidas desde sociedades del Norte que se instalan en esos países para explotar la mano de obra barata y sin garantías de seguridad social alguna; si se reconociera que la deuda externa ya está pagada con creces y que muchos países necesitan el 60 por ciento de su renta nacional para pagar los intereses de la misma; si no se invadieran sus mercados con los excedentes de producción de las industrias del Norte creándoles nuevas necesidades y dependencias por medio de la imposición del modelo de desarrollo neoliberal, y que se ha revelado como eficaz sólo donde ha habido posibilidad de explotar las materias primas y la mano de obra barata de otros pueblos y si se cooperara en situación de igualdad con esos pueblos para ayudar en un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global –de acuerdo con sus idiosincrasias, culturas y características propias–, se estaría contribuyendo a una verdadera actitud humana y justa que va más allá de una ayuda económica esporádica y siempre de acuerdo con los intereses de los países donantes.
Ya está bien de prepotencias, de mentiras y de falsos problemas para ocultar los auténticos. África es un continente rico en pueblos, culturas y civilizaciones; rico en materias primas, en tierras regadas y en bosques. Es la mayor reserva del mundo en toda clase de minerales. Quizá por eso no pidan “ayuda humanitaria”, sino que prefieran más justicia y solidaridad. El expresidente de Tanzania, Julius Nyerere, dijo a una comisión de donantes de países del Norte: “Por favor, no nos echen una mano, quítennos el pie de encima”. Cada día se alzan más voces reclamando la reparación debida –en estricta equidad y justicia– por la expoliación que las potencias europeas realizaron en África durante 500 años. Pero pudiera ser que la mejor manera de “ayudarles” fuera retirándonos y reconociendo su mayoría de edad y la capacidad para relacionarse con otros países y con otros modelos de desarrollo económicos distintos en términos de igualdad pero capaces de reconocer la equidad debida.
José Carlos García Fajardo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Centro de Colaboraciones Solidarias
[OPINIÓN]
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