Desde su fundación, en septiembre de 1939, el Partido Acción Nacional (PAN) ha representado los intereses de la conservadora jerarquía católica y del empresariado más reaccionario.
Nació como parte de la oposición derechista contra los proyectos de Lázaro Cárdenas, y durante seis décadas adoptó el disfraz de defensor del sufragio, la democracia y la alternancia en el poder.
En el gobierno, especialmente en el de Felipe Calderón, el PAN ha mostrado su verdadera cara, con la imposición y el fraude electoral de 2006 y luego con la militarización del país que se está llevando a cabo, como una forma de represión y autoritarismo que no se conoció ni en las épocas más cuestionadas del priismo.
En contraste con los reclamos que durante décadas hizo el PAN al Partido Revolucionario Institucional (PRI), por sus abusos en el ejercicio del poder, los panistas han llegado a superar a sus antecesores en prácticas como el nepotismo, los negocios turbios al amparo del poder, el tráfico de influencias, etcétera.
Por otro lado, el PAN sigue siendo el único entre los principales partidos del país que por sus orígenes se identifica con la defensa de la jerarquía católica. Empero, desde que los panistas se dieron cuenta de que la sociedad mexicana se iba alejando de las normas y creencias de esa religión, antes hegemónicas, suelen negar la cruz de su parroquia, empeñándose en hacer creer que el PAN no es un partido de tendencia clerical y empresarial.
Los hechos están a la vista, y a 10 años de que el PAN llegó a la Presidencia nadie puede negar que es el partido que encabeza la represión contra los derechos sexuales, que reivindica prerrogativas para el clero, que está contra la educación pública, laica y gratuita, contra los programas de beneficio social, contra los derechos laborales, etcétera.
El PAN es el partido que reprime y despoja a los pobres para proteger y favorecer a los ricos. A la inversa, el panismo en el poder ha contado con el apoyo de empresarios, incluyendo los que controlan los “grandes” medios de comunicación, que evitan criticar de cualquier forma al gobierno de Calderón, y que, por el contrario, difunden cotidianamente consignas oficialistas.
La reacción nacional
El PAN fue fundado el 14 de septiembre de 1939 en los altos del Frontón México, lugar que fue emblemático de la colonia española. En ese lugar, en el que prevalecían las simpatías hacia el franquismo y el hispanismo, ese partido encontraría algunos de sus más destacados promotores, como Lorenzo Servitje y Juan Sánchez Navarro.
Ha sido también el partido donde ha prevalecido una visión conservadora y católica de la historia, donde han habido apologistas de Hernán Cortés, Iturbide, los conservadores del siglo XIX, los cristeros, Francisco Franco, Pinochet…
Poco interés despertó en ese momento el partido fundado por Gómez Morín que, salvo excepciones, tuvo su clientela entre las familias ricas que se sentían agraviadas por la obra social de la Revolución Mexicana; organizaciones católicas, como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, los Caballeros de Colón, y la Unión Nacional de Padres de Familia, al igual que empresarios reaccionarios, voraces y racistas.
En aquellos tiempos, encabezaba a las huestes derechistas la Unión Nacional Sinarquista, fundada en León, Guanajuato, en 1937. Esa organización, cuyo principal dirigente histórico fue Salvador Abascal Infante, padre de Carlos Abascal, atraía a sectores rurales con un mensaje menos elitista que el del PAN, basado en un activismo católico más directo y agresivo, y en la identificación con tendencias y símbolos del nazismo y del fascismo, desde los de carácter militar, hasta la supuesta reivindicación de demandas populares.
En una ocasión, Salvador Abascal y Manuel Gómez Morín se reunieron a comer para discutir la posible unificación del PAN con los sinarquistas, que no se llevó a cabo, pues Abascal pedía que se creara simplemente la Acción Nacional Sinarquista.
Pero la historia fue distinta, de tal suerte que, marginado por sus excompañeros sinarquistas, Abascal tuvo que trabajar muchos años en Editorial Jus, al servicio de Gómez Morín. A su vez, el sinarquismo perdió vigencia y fue quedando como una fuerza regional.
Décadas después, la afinidad ideológica e histórica entre el sinarquismo y el PAN quedaría evidenciada con la incorporación de Carlos Abascal al gabinete de Fox.
De los años de su formación y desarrollo, el PAN dejó testimonio en los hechos de sus dirigentes lo mismo que en publicaciones como la revista La Nación, así como en libros escritos por algunos de sus miembros más antiguos y destacados, como Luis Calderón Vega, padre de Felipe Calderón.
De Calderón a Calderón
Al examinar los números de La Nación de las décadas de 1940 y 1950, vemos expresado claramente el origen de los proyectos que los panistas han impulsado desde el poder. Destacaban en esa época temas como el ataque a la República Española y la exaltación de ideas y símbolos religiosos, así como el ataque a las políticas sociales.
Muchas de sus ediciones parecerían publicaciones parroquiales por la extensión y forma en que tratan a la Virgen de Guadalupe; otro tema recurrente era el ataque al artículo tercero constitucional, pues el PAN no ha simpatizado con la educación laica y popular; asimismo, se defendían supuestos derechos del clero católico, como el de tener participación oficial en el Ejército Mexicano y en otras instituciones.
La publicación panista incluía también críticas de políticos católicos, como Calderón Vega, contra los grupos protestantes, quienes, según ése y otros panistas, atentaban contra la unidad nacional, pues para ellos la nación mexicana es incuestionablemente católica.
En ese tenor, Calderón Vega publicó en 1964, en Morelia Michoacán, un libro titulado nada menos que El 96.47 por ciento de los mexicanos. Ensayo de sociología religiosa.
En ese trabajo, que hacía referencia a la cifra oficial de católicos en los censos de 1960, Calderón Vega alegaba que la identidad mexicana es católica desde que “la nación mexicana fue bautizada en la fe católica apostólica y romana que trajeron los primeros franciscanos… precedidos por los conquistadores que, en nombre de Dios Todopoderoso y de sus católicas majestades, tomaron posesión de estas tierras” (p. 17).
También apuntaba las ideas que han animado la política educativa de su hijo: oponerse a la educación laica y en general a la educación pública, estimular la educación privada, y fortalecer a grupos de la ultraderecha como la Unión Nacional de Padres de Familia; Calderón Vega lamentaba que pese a las convocatorias de los obispos, sólo un “porcentaje mínimo de los padres de familia de las escuelas particulares” cooperaban con ese grupo.
Según Calderón Vega, los niños católicos mexicanos, a semejanza de lo que ocurría en Estados Unidos, no deberían ir a escuelas públicas, sino asistir a instituciones regenteadas por el clero; también convocaba a los empresarios a no apoyar a instituciones de educación pública, porque las consideraba “demagógicas”, sino apoyar únicamente a instituciones privadas.
Además, se oponía abiertamente a la gratuidad de la educación, de la cual decía en su libro: “…el hábito de la gratuidad de la enseñanza en México ha frustrado muchos esfuerzos. La mentalidad pordiosera de muchos hombres de fortuna ha impedido la formación de una conciencia creadora y educadora. No les importa que los altos centros de estudios estén saturados de peligros para la conciencia moral y para la fe de los estudiantes…” (p. 122).
En fin, en la obra mencionada, Calderón Vega afirmaba lisa y llanamente que la iglesia católica es “la más alta autoridad del mundo y de la historia” (p. 134).
Con esas ideas ha gobernado Calderón, quien ha hecho realidad los sueños de su padre y de otros militantes derechistas, como los de poner al gobierno al servicio de la jerarquía católica, desmantelar la educación pública; además de gobernar contra los pobres en beneficio de los más ricos.
El Yunque y el martillo
La relación del PAN con los gobiernos priistas fue fluctuante. La derecha odió a mandatarios como Cárdenas, Echeverría y López Portillo, no por sus errores, sino por impulsar proyectos de beneficio social; pero fue afín a gobernantes muy conservadores, anticomunistas como Ávila Camacho y Díaz Ordaz.
Sin embargo, fue Salinas de Gortari quien impulsó el ascenso político del PAN y renovó el protagonismo de la jerarquía católica, que se prestó a legitimar la elección fraudulenta de 1988.
La llegada del PAN al poder, sea en gobiernos municipales o estatales, significaba el arribo de personajes provenientes de grupos conservadores, que tenían como prioridad imponer una censura moralista, precisamente en la época en que el Vaticano estaba regido por Juan Pablo II, un pontífice con una extraña y acentuadísima sexofobia.
Los panistas prohibieron exposiciones artísticas, espectáculos “obscenos”, desde la danza moderna hasta obras de teatro, incluso el uso de minifaldas y pantalones cortos. También han encabezado, ahora con insólito apoyo del PRI, las cruzadas para encarcelar a las mujeres que se atrevan a abortar, desafiando prohibiciones religiosas.
El anecdotario de la censura panista es muy largo. Baste recordar un par de episodios: la prohibición de las minifaldas, en Guadalajara, en 1995, llegado apenas el PAN al gobierno de esa capital; y el artículo que en 1997, en la revista Proceso, publicó el entonces candidato al gobierno del Distrito Federal, Carlos Castillo Peraza, contra el uso del condón. Así es el PAN.
Como una tendencia que se ha mantenido, evidenciando la naturaleza y raíces del PAN, los panistas que alcanzan altos cargos, sea en el partido o en el gobierno, generalmente pertenecen a grupos conservadores.
Más aún, algunos de ellos han pertenecido a la Organización Nacional del Yunque, organización secreta de la ultraderecha católica que ha querido tener primacía en ese sector, mediante tácticas de choque o de infiltración.
La idea del Yunque, como estrategia política, ha sido genérica dentro de las huestes derechistas, pues a Franco, por ejemplo, se le llamó el Yunque de Dios, dado que se incorporó a gobiernos de ideología contraria a la suya, esperando pacientemente el momento de convertirse en martillo, para golpear hasta destruir a los “enemigos de Dios”, es decir, de la derecha.
Como era de esperarse, los panistas niegan que la ultraderecha tenga tal influencia en su partido, pero el hecho es que en él han florecido ese tipo de grupos, que no han tenido la misma importancia en otros partidos, simplemente porque el PAN es el único que a lo largo de su historia se ha identificado con el activismo católico.
José Luis Luege, actual titular de Comisión Nacional del Agua, exdirigente de Desarrollo Humano Integral, AC, y señalado como yunquista; Ana Teresa Aranda, exdirigente de la filopanista Asociación Nacional Cívica Femenina (Ancifem), exsecretaria de Sedesol y extitular del Desarrollo Integral de la Familia y de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación; Cecilia Romero, quien proviene también de Ancifem y está al frente del Instituto Nacional de Migración; Manuel Espino y Luis Felipe Bravo Mena, ambos yunquistas y expresidentes del PAN, son sólo unos pocos nombres que muestran la influencia de los grupos ultraderechistas dentro del PAN.
Todos los gobernadores panistas han surgido del sector empresarial o han tenido militancia en grupos conservadores o en el Yunque, como Emilio González, de Jalisco; Marco Antonio Adame, de Morelos; y Juan Manuel Oliva, de Guanajuato.
Cómo gobierna el PAN
Al margen de esos compromisos ideológicos, los gobiernos panistas se han distinguido por su rapacidad, sectarismo e ineficiencia.
Una y otra vez, en diferentes estados, se repiten historias similares de nepotismo, donde la parentela de los mandatarios pasa inmediatamente a ocupar altos cargos, convirtiendo así el poder en un negocio familiar; como empresarios rapaces que son carentes de moral, usan las instituciones para fomentar sus propios negocios, y ponen los recursos públicos al servicio de sus intereses mezquinos; gastan liberalmente esos recursos en publicidad a favor de ellos mismos.
Hace dos décadas, cuando comenzaron a hacerse públicas las prácticas de los gobernantes panistas, escandalizaron a la gente por su insólito descaro: en lugar de ser austeros, los gobernantes panistas se multiplicaban el sueldo y se prodigaban lujos y comodidades a costa del erario; hacían negocios al amparo del poder, eran corruptos, y no les gustaba que los criticaran, sino que exigían que la gente “reconociera” sus supuestas virtudes.
Ahora, han crecido tanto sus abusos que aquellos inicios parecen ya un juego de niños. Hay que recordar el cinismo con que Fox y Sahagún, al dejar el poder, hicieron alarde de los recursos obtenidos mediante el saqueo del país, mientras que Calderón, ya desde su campaña misma, dedicada a la agresión contra sus competidores, protagonizó hechos como la protección a los cuantiosos negocios turbios de por lo menos uno de sus cuñados (Hildebrando) y el haber obtenido una suma millonaria amenazando al chino Ye Gon, a quien luego se acusó de narcotraficante.
Sabiendo que el pueblo de México ha hecho suyo el principio juarista de la separación entre la política y la religión, la derecha postuló como candidato en 2000 a Vicente Fox, un empresario panista, bastante ignorante, que a sí mismo se consideraba un católico más papista que el Papa, pero que sólo entendía, en realidad, la religión de los negocios y los abusos.
Fox recurrió a una propaganda tramposa contra el PRI, ofreciendo un “cambio” que mágicamente resolvería los problemas de la sociedad. Pero el saldo del sexenio fue tan desastroso, que sólo mediante el fraude, el apoyo mediático y la imposición militar, Calderón pudo llegar al poder.
En este segundo sexenio panista estamos viviendo una realidad peor que cualquier pesadilla imaginada antes de 2000: represión militar, propaganda constante de los medios a favor del gobierno derechista, desmantelamiento de las instituciones que beneficiaban al pueblo, más impuestos, y en contrapartida, más privilegios para los empresarios y para la jerarquía católica, bajo un gobierno que abiertamente está contra las libertades y contra la justicia social.
Dada la historia del PAN, no debe sorprender la forma en que ha ejercido el poder. Lo que sí sería asombroso y lamentable es que el pueblo de México pierda su capacidad de respuesta y de movilización ante la derecha y los llamados poderes fácticos, y que permita que ese partido siga detentando el poder, como en 2006, con base en imposiciones y trampas.
*Maestro en filosofía con especialidad en estudios acerca de la derecha política en México