Cuando menos para este columnista, está por verse si el lopezobradorismo es más que una ideología cristiana; una especie, simultáneamente, de un terremoto político y un tsunami económico-social, de lo que todavía es muy temprano: un sexenio y 1 año de su victoria electoral, festejados con un “bailongo” en el Zócalo de la Ciudad de México, también llamada Plaza de la Constitución, con el discurso interminable de su físicamente incansable dirigente. Quien califica lo de gobernar como menos que una teoría-práctica políticas, únicamente ejerciendo la honradez, no mentir y no traicionar al pueblo, mientras ataca en todos los frentes abiertos para solucionar los problemas del desastre que le dejó el peñismo; ése que ha terminado por ser la culminación del priísmo (desde Alemán en 1946).
Y que es el podrido régimen que Morena ha sustituido por el despliegue presidencial del tres veces candidato presidencial, hasta que con abrumadora votación y desbordada legitimidad conquistó el cargo que ahora ostenta el inquilino del Palacio Nacional. Así que no hay duda. De 1946 al 2018, fueron 73 años en los que los ladrones en los cargos fueron de menos a más; y en esa misma medida también de menos a más corrupción. Así que para donde se rasca un poquito aparecen raterías, cadáveres en fosas clandestinas, testigos torturados para inculparse; presos políticos inocentes.
Fue una “dictadura perfecta” cuestionada por la prensa (muy a pesar de los desprecios de López Obrador para con ese trabajo); pero, claro, a muchos de sus integrantes los sobornaban para que minimizaran los hechos y sus consecuencias; reflejadas éstas en la mitad de la población en una pobreza que raya en la miseria. Y este pueblo resistiendo al recuerdo de la Revolución de 1910-1917, glorificando a Zapata, Villa y Madero, para alimentar la esperanza nacional de una reivindicación. El peñismo fue la culminación de esa podredumbre económica, descrédito de la política y abandono de los reclamos sociales. Eso debe reconocerse, para tratar de explicarnos, aunque no para justificar y menos sin crítica el actual régimen que, si bien, pues, está queriendo poner en blanco y negro esa herencia, no podemos ni debemos pasar por alto la violencia sangrienta que sufrimos los mexicanos.
Ha habido renuncias, deserciones y autocríticas (éstas si bien suavecitas y con temor), del régimen lopezobradorista. Los apóstoles del actual presidencialismo no han pescado rateros y apenas se asoma el combate a la corrupción. El terremoto del tabasqueño causa derrumbes. Y lo que tiene de huracán, devasta antiguos privilegios, al costo, verbigracia, de falta de medicinas en el Instituto Mexicano del Seguro Social y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, en perjuicio dolorosamente lamentable de millones de mexicanos, que así pagan los platos rotos de ese voraz peñismo que dejó un país atrapado en 1 mil y una raterías. Han transcurrido 180 días del lopezobradorismo y su presencia personal mañana, tarde y noche, con el manejo de su peculiar oratoria para defender a tirios y troyanos de los reclamos populares. Y el único expresidente que está en capilla por el plazo de 1 año para someterlo a juicio político es Peña, quien ya libró un semestre. Pero aún hay tiempo.
Álvaro Cepeda Neri
[OPINIÓN] [CONTRAPODER]
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