Las comparaciones son a veces necesarias para entender ciertas situaciones. Los mexicanos nos escandalizamos cuando el gobierno estadunidense se empeña en agrandar el muro fronterizo, porque ya existe, hace años que está erigido en una gran parte de la frontera entre México y Estados Unidos. La diferencia es que ahora la administración priísta federal es todavía más condescendiente que las anteriores con los estadunidenses, y ellos erigirán bardas materiales, muros económicos, políticos y sociales a su conveniencia y a la de nuestros “gobernantes”. Un muro puede significar: propiedad privada, no entres, no salgas, afuera es peligroso, no vayas al otro lado: ahí roban y matan, o no los dejemos entrar porque son criminales. Este último es el principal argumento esgrimido por el presidente Donald Trump para convencer a los estadunidenses de la necesidad de sellar su frontera por el temor a los otros, esos que somos nosotros los mexicanos.
Igual que Trump, los vecinos de la colonia Atenor Salas decidieron construir un muro, pero en un puente peatonal sobre la avenida Viaducto que delimita a la colonia Buenos Aires de la Atenor Salas, y a la delegación Benito Juárez de la Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. Un muro que separa a los “buenos” de los “malos”, según los ciudadanos de la Atenor Salas y de la Narvarte; pues erigieron el muro metálico en el puente para evitar que sus vecinos de la colonia Buenos Aires puedan acceder a su barrio y cometer atracos y utilizarlo como ruta de escape. En su defensa, los habitantes de la afamada Buenos Aires señalan que el hecho es indignante, pues aunque es conocido el “oficio” de algunas de las personas de su colonia o de la inmediata colonia Doctores, para ellos el acto de soldar placas metálicas para impedirles el paso es discriminatorio y los generaliza como ladrones. Así que los vecinos de la Cuauhtémoc derribaron el muro de la infamia ciudadana.
El puente, como en película de guerra, es para ambos bandos un punto estratégico –aunque a unos pasos se puede cruzar por el Eje Central en ambos sentidos–, y por eso los grupos en pugna lo defenderán hasta las últimas consecuencias. El puente ha sido escenario de trifulcas entre los habitantes de ambas delegaciones, ha sido tomado por las fuerzas “del orden”, y en el se han celebrado zafarranchos entre la autoridad y los civiles, que derivaron en arrestos. En fin, un lugar crítico para la estabilidad de la zona.
Ese lugar es también un crítico “botón” de muestra de lo que es la Ciudad de México. Hace años que los antes defeños importaron del Estado de México la costumbre –violatoria del Artículo 11 constitucional que “garantiza” el libre tránsito por el territorio nacional del individuo– de cerrar calles con plumas y rejas, de controlar el acceso de peatones y hasta negárselos si no muestran identificación o propósito “legítimo” para acceder a una calle o colonia. Hablo de hace décadas, cuando el Estado de México era considerado inseguro, terreno indómito en el que policías y ladrones te atracaban en cualquier parte, pero eso ha cambiado, ahora es más salvaje y violento, ahora se encuentran cuerpos en cualquier lado, ¡pobre Estado de México¡ ¿Cómo estará, que en estos tiempos hay un éxodo de mexiquenses hacia la Ciudad de México, considerada aún, a pesar de Miguel Ángel Mancera, más segura que el territorio priísta? En los tiempos que rememoro, las calles y colonias que se fortificaban en la capital eran principalmente de clase media alta y alta, mientras en territorio mexiquense calles de colonias de clase media y baja popularizaban tal costumbre.
La realidad de la Ciudad de México en los tiempos de Mancera es lamentable, pues en los últimos 2 años la urbe ha sido sitiada por la violencia y la inseguridad. Ahora en cualquier colonia, sin importar el nivel socio-económico de los vecinos, se pueden ver muros, rejas, alambrados y plumas que impiden a los de fuera el libre tránsito. Y no estamos reflexionando sobre los bloqueos del narco y las ejecuciones tipo “Colombia”, en las que los sicarios montados en motocicleta rafaguean a sus víctimas.
Ante el incremento de la violencia y la inseguridad en la gran urbe los ciudadanos se organizan con mayor frecuencia para limitar y/o cancelar accesos a sus calles y colonias, con lo que pretenden disminuir, sobre todo, el robo de vehículos y autopartes, así como los asaltos a casa habitación. Eso es tolerado por las autoridades pues con ello se desentienden de la obligación de cubrir los sectores que se encuentran bajo “los ciudadanos vigilantes”. Acciones ilegales de ambos lados que, además de violar el Artículo 11 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, burlan otras leyes y reglamentaciones, como la Ley de Movilidad de la Ciudad de México que señala en su artículo 172: “para incorporar infraestructura, servicios y/o cualquier elemento a la vialidad, es necesario contar con la autorizacio?n de inscripcio?n expedido por las delegaciones (…)”. También transgreden la Ley de Cultura Cívica, que reconoce en su artículo 25 que: “son infracciones para la seguridad ciudadana: II. Impedir o estorbar de cualquier forma el uso de la vi?a pu?blica, la libertad de tránsito o de accio?n de las personas, siempre que no exista permiso ni causa justificada para ello (…)”. Incluso infringen el Reglamento de Tránsito de la Ciudad de México, que en el artículo 34 fracción VI prohíbe: “cerrar u obstruir la circulacio?n con vehi?culos, plumas, rejas o cualquier otro objeto, a menos que se cuente con la debida autorizacio?n para la restriccio?n temporal de la circulacio?n de vehi?culos por la realizacio?n de algu?n evento”.
Por supuesto, la gran mayoría de los bloqueos de calles en la Ciudad de México no tienen permiso. Pero ante la inseguridad y la violencia, ¿qué otra cosa puede hacer la ciudadanía sino organizarse y defenderse por grupos, calles y colonias? Y, sin embargo, erigir una barricada en un puente sobre el Viaducto y llegar a enfrentamientos entre vecinos, rateros o no, es la más pura expresión del grado de poca eficiencia de las autoridades de la Secretaría de Seguridad Pública, de las delegaciones y de Miguel Ángel Mancera. El puente con el muro de la infamia ciudadana es uno de los mejores ejemplos de que la Ciudad de México es cada vez más insegura y violenta; urbe en la que nosotros le tememos a los otros, esos otros que también son mexicanos.
Roberto E Galindo Domínguez*
*Maestro en ciencias, arqueólogo, buzo profesional, literato, diseñador gráfico. Cursa la maestría en apreciación y creación literaria en Casa Lamm. Miembro del taller literario La Serpiente.
[OPINIÓN]
Contralínea 558 / del 25 al 30 de Septiembre de 2017