En Turquía, ¿peligra el trono del sultán?

En Turquía, ¿peligra el trono del sultán?

De elecciones “carentes de interés” tildaron los politólogos occidentales la consulta popular celebrada en Turquía hace unos días. Ni qué decir tiene que los analistas se adelantaron a los acontecimientos, dando por hecho el triunfo del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por su sigla en turco), liderado por el presidente Recep Tayyep Erdogan, que se había hecho del poder a finales de 2002, tras un largo periodo de inestabilidad institucional y de escándalos de corrupción. La clase política tradicional había defraudado al electorado, propenso a apostar por la baza religiosa. El programa del AKP hacía hincapié en la honradez y la transparencia, conceptos que brillaban por su ausencia en las altas esferas del Estado. Y los otomanos ansiaban el cambio…

Pero la opción política de Erdogan experimentó un espectacular desgaste durante los 13 años de gobierno. Su partido contaba con la mayoría absoluta en la Cámara, lo que había permitido iniciar una serie de reformas bastante controvertidas en un Estado laico. ¿Los motivos? El afán de Erdogan de remusulmanizar Turquía e islamizar a la diáspora otomana. Ambos objetivos figuraban en la mal llamada plataforma electoral del AKP.

La batalla por el uso del velo islámico en las universidades, que el AKP ganó en 2008, fue uno de los primeros éxitos aparentes de la agrupación religiosa. Poco se ha hablado de la islamización del lenguaje jurídico, del impulso a la creación de escuelas coránicas, del establecimiento de organismos paralelos (asociaciones empresariales, sindicales, etcétera) que compiten con las estructuras civiles del Estado.

En 2014, cuando Erdogan reveló su intención de modificar la carta magna, convirtiendo al país en una república presidencialista, la opinión pública empezó a movilizarse. Los disturbios de la plaza Taksim-Gezi, registrados durante el verano de 2013, pusieron de manifiesto el talante autoritario del presidente, su soberbia, su sectarismo.

Casi paralelamente al enfrentamiento de Erdogan con la sociedad civil, resucitó el fantasma del golpismo. La detención de unos 90 altos cargos del Ejército, acusados de intento de rebelión contra el poder civil, finalizó con la puesta en libertad de los oficiales. La justicia no encontró pruebas irrebatibles de los supuestos designios golpistas.

Por si fuera poco, a finales del pasado año, estalló un megaescándalo de corrupción que involucraba a miembros del gobierno y familiares del presidente. Los poderes fácticos no tardaron en dar carpetazo al affaire. Pero las dudas subsisten; y no sólo las dudas. Algunos analistas señalan que la arrogancia del presidente desembocó en la polarización de la sociedad. Aun así, en vísperas de las elecciones generales pasadas, Erdogan instó a los miembros de su Partido a lograr una mayoría absoluta aplastante, indispensable para llevar a cabo la reforma constitucional. Antes de la celebración de la consulta, el AKP contaba con 312 escaños parlamentarios. La meta de Erdogan era de 400. Sin embargo, su agrupación cuenta actualmente con… 258, perdiendo la envidiable mayoría absoluta de los últimos años.

 “Es el principio del final del AKP”, pregona el portavoz del derechista Partido de Acción Nacionalista (MHP, por su sigla en turco), que logra 80 escaños en el nuevo Parlamento. Sin embargo, la derecha se perfila como único posible salvavidas de la agrupación islámica. El Partido Republicano del Pueblo, heredero del ideario kemalista, o el Partido Democrático de los Pueblos, creado por la minoría kurda, no tienen interés alguno en rescatar al AKP.

De todos modos, el nuevo Parlamento tendrá que evitar, en la medida de lo posible, los errores históricos que ensombrecen la historia de la Turquía moderna; por ejemplo las pugnas entre sunitas y alevíes, turcos y kurdos, laicos y religiosos. La presencia en el nuevo legislativo de diputados kurdos, alevíes y armenios, constituye una baza para el diálogo y la reconciliación.

No cabe duda de que una hipotética alianza entre el MHP y el AKP –única previsible en estos momentos– acabaría con el sueño de Erdogan de modificar la carta magna.

Sin embargo, el sultán sigue ostentando la Presidencia de la República. Ante una posible desestabilización del país, Erdogan podría convocar nuevas elecciones generales, confiando, eso sí, en el poder de recuperación de su partido.

 

Adrián Mac Liman*/Centro de Colaboraciones Solidarias

*Analista político internacional

[OPINIÓN]

 

 

 

 Contralínea 442 / del 22 al 28 de Junio 2015