Un Estado raro

Un Estado raro

 

 
 
 
Cuando te hablen de amor y de ilusiones
y te ofrezcan un sol y un cielo entero,
si te acuerdas de mí no me menciones,
porque vas a sentir amor del bueno.
 
Un mundo raro, José Alfredo Jiménez
 
 
 
En la historia de la literatura, las metáforas expresan ideas en modo figurado. Ello las hace útiles para entender aspectos que en la prosa común quedan difusos. Al analizar la vida pública, las metáforas cuentan también con una mayor fuerza explicativa que las tesis que frecuentemente utilizamos para entenderla.
 
La metáfora del mundo líquido propuesta por Zygmunt Bauman para pensar el devenir del actual proceso de globalización es muestra de ello. Bauman parte del hecho de diferenciar lo sólido respecto de lo líquido, dando al primer término la capacidad de permanencia, resistencia y durabilidad; en contraparte, lo líquido nos remite a lo inestable, lo perecedero y la incertidumbre.
 
De acuerdo con este planteamiento, el mundo actual es líquido, porque lo que comenzamos a percibir como procesos de larga data terminan por tornarse efímeros. La ansiedad que provoca esta falta de certidumbre es el elemento que, según Bauman, termina por definir el derrotero por el cual transitamos en el actual proceso de globalización.
 
Nuestra realidad es entonces líquida, porque “las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinadas”1. El mundo líquido ha permeado prácticamente todos los aspectos de la vida pública: desde la configuración del Estado y los insumos que desde la posguerra estábamos acostumbrados a esperar de él, hasta la propia dinámica de las relaciones sociales y personales.
 
No es casual entonces que al hablar hoy de las funciones del Estado en la globalización tengamos que pensar en términos de un Estado líquido que ya no nos ofrece la certeza de antaño. Por ello, nosotros mismos somos líquidos, pensamos líquido, hablamos líquido, comemos líquido, amamos líquido, nos formamos en profesiones líquidas, nos empleamos líquidamente, consumimos líquidamente… Vivimos en esa tesitura porque los referentes de lo público estatal así lo marcan.
 
Hace unos años, Susan Strange propuso la metáfora de la retirada del Estado (the retreat of the State) para entender el evidente abandono de ciertas obligaciones que se le habían conferido al Estado desde la posguerra.
 
“Los poderes de la mayoría de los Estados han seguido disminuyendo, de modo que su autoridad sobre la gente y sus actividades en el interior de sus fronteras territoriales se han debilitado. Entretanto, las autoridades no estatales influyen cada vez más sobre la gente y sobre sus actividades (…)
 
“En la actualidad ‘reformar’ tiende a significar reducir las actividades del gobierno, disminuir la burocracia e imponer medidas de rigor y economía en las oficinas gubernamentales. No hace tanto, solía significar exactamente lo contrario: utilizar la autoridad del gobierno para imponer un comportamiento más humano y regulado a los negocios y al sector privado en general.”2
 
De acuerdo con Strange, el retiro de la autoridad estatal se expresaba sobre la base de algunos elementos que cuestionan las interpretaciones más difundidas sobre el Estado en la época contemporánea:
 
1. La tecnología y las telecomunicaciones han hecho al Estado abandonar el marco de referencia de la vida socioeconómica.
 
2. La expansión y poderío del crimen organizado ha fracturado el monopolio de la violencia del Estado.
 
3. La aparición al por mayor de aseguradoras (para el bienestar físico y emocional) que brindan tranquilidad a personas e instituciones han hecho palidecer las redes de protección social administradas por el Estado.
 
 4. El poder de las consultorías para asesorar negocios internacionales ha generado poco margen de maniobra del Estado sobre el comercio exterior, principalmente en lo relativo a la confección de la política arancelaria.
 
5. La influencia de las empresas trasnacionales en la toma de decisiones y en la creación de agendas políticas ha propiciado que el Estado quede relegado en cuestiones nodales como la hechura de los programas de gobierno, destacando lo concerniente a la política económica.
 
6. La aparición de organizaciones supranacionales que cuestionan la legitimidad de las acciones gubernamentales hace que el Estado aparezca como un actor más en el tablero de ajedrez mundial.
 
Estos elementos planteados por Strange nos hablan de la pertinencia de utilizar la metáfora del Estado líquido al momento de analizar la configuración de la vida pública. Ulrich Beck también ha propuesto abordar la cuestión estatal desde la metáfora de la segunda modernidad, que es entendida como la radicalización de la modernidad (lo que él llama la “primera modernidad”).
 
“La primera posición [la primera modernidad] da por presupuesto que contamos con las recetas básicas de la modernidad y que sólo tenemos que aplicarlas a los nuevos interrogantes. Es la postura de la modernización del “sigamos así”. Por ejemplo, se plantea que tenemos que incentivar el crecimiento económico para crear nuevos puestos de trabajo; o se busca asegurar el salto hacia la sociedad de los servicios. En contra de esa opinión, yo sostengo que en el proceso de modernización se han modificado los fundamentos de la modernidad tal como la conocíamos y, en consecuencia, necesitamos de nuevas recetas […]. Sin embargo, en el campo de las ciencias sociales necesitamos de un nuevo marco de referencia para poder identificar los problemas. Por eso hablar de la segunda modernidad constituye un intento de elaborar ese nuevo marco conceptual y nuevos presupuestos teóricos.”3
 
Beck advierte que en esta segunda modernidad el Estado abandona los ideales desarrollistas y la política del pleno empleo, pues las hacen inviables tanto los nuevos actores internacionales como la propia dinámica de las relaciones económicas y sociales globales. Así, la segunda modernidad viene a describir también los nuevos referentes que hacen del Estado un ente líquido.
 
Las tres metáforas (el Estado líquido, el Estado en retirada y el Estado de segunda modernidad) muestran de manera diáfana los cambios cualitativos que ha sufrido la actividad estatal y su correlato, la acción gubernamental.
Dado este panorama no es descabellado plantear que en nuestros días la situación del Estado puede asemejarse al de la metáfora de un mundo raro, al de un mundo donde si las nuevas generaciones quieren saber del pasado del Estado es preciso decir medias mentiras: que el Estado controla la economía, que el Estado tiene el monopolio de la violencia, que el Estado administra los recursos, que el Estado tiene obligaciones ineludibles, que el Estado genera bienestar…
 
Pero como el mismo José Alfredo Jiménez lo decía en su popular canción, para plantear eso es necesario venir de un mundo raro, un mundo sin globalización y sin poderosos actores trasnacionales, un mundo sin economía internacional desbocada, donde el Estado no sabe del dolor, donde el Estado triunfó en el amor ciudadano y donde el Estado no solloza por ver diezmada su fortaleza.
 
Lo paradójico es que con ese panorama a cuestas aún se nos sigue hablando de una política de ilusiones que nos ofrece un Estado entero, un Estado que nos brinda a los ciudadanos amor del bueno. Seguimos pensando que el Estado no se ha transformado y que podemos recurrir a él las veces que queramos.
 
Al final, lo que queda es el cascarón del Estado con sus instituciones concha, como señala Anthony Giddens: “las instituciones públicas que se han vuelto obsoletas e inadecuadas para las tareas que están destinadas a cumplir”.4
 
Por ello, no es casual que al estudiar las teorías del Estado de la posguerra y de los años de la prosperidad añoremos al Estado que nos brindó la política del bienestar, y al final digamos con José Alfredo: “Porque yo a donde voy, hablaré de tu amor como un sueño dorado, y olvidando el rencor no diré que tu adiós me volvió desgraciado […]”.
 
1 Zygmunt Bauman, Vida líquida, Barcelona, Paidós, 2006, página 9.
 
2 Susan Strange, La retirada del Estado. La difusión del poder en la economía mundial, Barcelona, Icaria Editorial-Intermón Oxfam, 2003, página 10.
 
3 Ulrich Beck, “Políticas alternativas a la sociedad del trabajo”, en Ulrich Beck, et al., Presente y futuro del Estado de Bienestar: el debate europeo, Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2001,  páginas14-15.
 
4 Anthony Giddens, Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas, México, Taurus, 2005.
 
*Doctor en ciencias políticas y sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); profesor-investigador de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y profesor de asignatura del Centro de Estudios en Administración Pública de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
 
 
 
 
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Fuente: Contralínea 304 / Septiembre de 2012