La estanflación peñista

La estanflación peñista

Aquí están los que descienden el mar en las naves […]. Ascienden hasta los cielos y descienden hasta los abismos. Rodaban y vacilaban como ebrios: y toda su sabiduría ha sido devorada

Sebastian Brant, La nave de los necios (1494)

 
 
 
 
La indómita realidad se empeña en arruinar la fiesta del primer año del priísmo resucitado, así como la animada curda del convite del multicolor partido único del pacto neoliberal con todo su catálogo de promesas y buenas intenciones. Se obstina por agregar 1 año más perdido en materia de desarrollo, el 31, en el dilatado naufragio del neoliberalismo mexicano.
 
Ante una nave que pierde el ritmo de su mediocre crecimiento, se desliza por la fase descendente del ciclo económico y amenaza con hundirse en una nueva recesión, acompañada con la plaga del ascendente desempleo y la descontrolada inflación que se pasea por las calles como un tigre furioso e insaciable, dándole feroces dentelladas a las míseras carnes de los salarios, reduciéndoles aún más su poder de compra y agudizando la pauperización y el rencor de las mayorías, cabe preguntarse:
 
¿Dónde están los responsables de la navegación, el capitán Enrique Peña Nieto y sus oficiales de mando de Hacienda y Crédito Público, Economía y del banco central (Luis Videgaray, Ildefonso Guajardo y Agustín Carstens, respectivamente) ante la tormenta tropical que estropea al flamante navío y lo arrastra hacia la recesión?
 
¿Ante un escenario internacional adverso, cuyos efectos desestabilizadores se transmiten rápidamente hacia todos los rincones del mundo a través de los circuitos comerciales, monetario-financieros y productivos, y que ya han contaminado al país, dada su integración y su subordinación pasiva al capitalismo global, y ante las condiciones internas complicadas, cuáles son las políticas contracíclicas que han instrumentado los peñistas para tratar de amortiguar las secuelas traumáticas de la desaceleración económica que ya agobian a la población?
 
De acuerdo con los resultados arrojados por la economía mexicana hasta el momento, la percepción de los peñistas ante las adversidades y sus medidas aplicadas ante ellas, puede afirmarse que estamos ante la recreación de la Nef des fous (La nave de los locos), con su cargamento de gobernantes insensatos que carecen de brújula para orientarse en un mundo económico que expone interna y externamente, con toda naturalidad, la brutalidad del colapso sistémico, sus consecuencias sociopolíticas y el fracaso de las políticas neoliberales impuestas con las cuales se ha intentado superarlo y que sólo han agravado el desastre. Vemos a unos peñistas cegados por su fe en la desacreditada doctrina monetarista y en la inútil eficacia de las recetas tradicionales de la ortodoxia económica.
 
Las evidencias señalan que Enrique Peña Nieto no está enterado (o no le han informado claramente) que su primer año será perdido en materia de crecimiento, empleo y bienestar; o quizá supone que estamos frente a un fenómeno transitorio que se corregirá sólo por las “leyes del mercado”, sin necesidad de la intervención del Estado, o cuando se aprueben y maduren sus contrarreformas estructurales; o no le interesa que a diferencia de otros países, por ejemplo los europeos, que están hundidos en la deflacionaria (caída de la inflación por falta de demanda debido a la recesión), México se encuentra en una estanflación, en una contracción y estancamiento económicos con la anarquía de los precios, cuyas consecuencias son la falta de creación de empleos formales, el deterioro de las condiciones laborales de los existentes, el despido de trabajadores, la reducción de los salarios reales y nominales, el aumento del trabajo precario (“informal”), la inactividad y la delincuencia, entre otros aspectos.
 
A Peña Nieto no le preocupa el corto plazo. Le interesa acelerar la reprivatización de la economía y su papel de vendedor de quimeras de largo plazo: construir “el México del siglo XXI”, convertirlo en una “potencia emergente”; liberar las ataduras que hasta ahora le han impedido crecer a su “verdadero potencial”; fundar “un México en paz en el que las familias gocen de tranquilidad y prevalezca la justicia. Un México incluyente en el que nadie sufra por hambre; en el que todos gocen de un piso básico de bienestar”.

 

 

Videgaray está más ocupado en su papel de mensajero (corre-ve-y-dile) de Enrique Peña que en su responsabilidad en el manejo económico. Sus chalanes Ernesto Revilla (Planeación Económica de la Hacienda Pública), Rodrigo Barros (Política de Ingresos) y María Teresa Castro (Política y Control Presupuestario), y Agustín Carstens, se devanan los sesos para tratar de explicar ridículamente la desaceleración inflacionaria.
 
Carstens suspira con nostalgia: luego de 15 trimestres consecutivos de tasa de crecimiento positivos, desde 2007, la economía declina en el primer trimestre de 2013: 1 por ciento contra el 4.9 por ciento en el mismo lapso de 2012, es decir, 80 por ciento menos. El trío hacendario la llama “expansión a un ritmo menor.” Pero dicen que ese dato no vale porque son trimestres incomparables. El primero de 2013 fue bisiesto e incluyó la Semana Santa, lo que implica menos días laborales y menos consumo. Si se comparan con iguales días, entonces el crecimiento es de 2.3 por ciento. Les consuela que la baja sólo sea de 50 por ciento. Desconcertados, no se atreven a vaticinar si se agudizará o no la caída, si la economía se desplomará en la recesión. “Es difícil [saber] ante tantos indicadores que van en sentido encontrado, en sentido contrario, porque de pronto tenemos muy buenas noticias en materia de producción e inversión, [y] de pronto tenemos algunos datos que muestran una cierta desaceleración, por ejemplo en materia de consumo o de sector externo, lo cual sí dificulta la lectura de la economía”. De pronto a los expertos Chicago Boys se les empaña la bola de cristal y se les obnubila el raciocino. Pero al momento de explicar esa situación todo se esclarece y se precipitan a decir que la culpa es de la “desaceleración [que] proviene fundamentalmente del sector externo”, de lo que sucede “en Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Por primera vez en décadas los riegos para la economía mexicana son fundamentalmente externos y no internos”. Dicen que la inflación es “transitoria”, provocada por “algunos productos agropecuarios y el transporte”. Para Carstens la inflación es una especie de tigre de papel: las alzas de precios son “choques temporales e idiosincráticos [sic; ¿de las aves y la naturaleza?], debido a factores sanitarios que afectan al huevo, o climáticos, que repercuten en los precios de frutas y verduras”.
 
Pero como oyen voces en el aire, saben que al final se crecerá 3.5 por ciento en 2013 y que la inflación será del orden de 3 por ciento. Carstens hace cuentas alegres: “el crecimiento potencial es de 3.5-4 por ciento, con un mejor entorno externo de 4-5 por ciento, y de 6-6.5 por ciento con las reformas estructurales”.

 

 

“Una historia feliz en el contexto de la crisis económica internacional. Todo funciona muy bien excepto la tasa de crecimiento, que no corresponde a las medidas adoptadas”, dijo Paul Krugman con cierta ironía. “México ha tenido un gran crecimiento de sus exportaciones, pero eso no se ha reflejado en mayor crecimiento. “Sigo esperando ver el caso de una economía milagrosa”.
 
Como analistas los Chicago Boys son miopes. Un dato bueno y otro malo no impiden observar un hecho irrecusable: la desaceleración económica como tendencia iniciada el primer trimestre de 2012. La tasa de 2.3 por ciento es la más baja desde el último trimestre de 2009, cuando fue de -2.2 por ciento. Los siguientes muestran un crecimiento real cada vez más bajo. Sus bases, el consumo, la inversión y las exportaciones han declinado sensiblemente desde mediados de 2012. Las exportaciones totales, petroleras y no petroleras (entre ellas las de la industria automotriz que con las petroleras aportan el 40 por ciento), incluso empezaron a contraerse desde finales de 2011. A diferentes ritmos, todos los indicadores confirman esa tendencia desde el inicio del segundo semestre de 2012.
 
Es cierto que el país resiente nocivamente los efectos de la sombría situación de la economía mundial, debido a que casi el 20 por ciento de la oferta total se exporta, y que Estados Unidos, que absorbe casi el 80 por ciento de las ventas externas (288 mil millones de dólares de 371 mil millones). Sin embargo, la dependencia externa y el reforzamiento de México como patio trasero de Estados Unidos es responsabilidad de priístas y panistas que con su modelo de economía abierta convirtieron a las exportaciones en el “motor” del crecimiento y ahora se pagan las consecuencias. Lo peor de todo es que Peña Nieto busca reforzar la integración y la subordinación desigual a la economía mundial y hacia Estados Unidos. La aplicación de aranceles comerciales, la diversificación de mercados, regulación de los capitales y del tipo de cambio, como lo hacen China, Brasil o Argentina, atenuarían la transmisión de los efectos desestabilizadores externos y propiciarían un desarrollo más autónomo basado en el mercado interno. Pero eso no está en el plan de Peña.
 
Asimismo, los muchachos de Hacienda mienten cuando afirman que la “desaceleración proviene fundamentalmente del sector externo”, en aras de ocultar la responsabilidad peñista. La declinación también se explica por otras razones:
 
1) El retraso en el gasto público real total que cayó 10.4 por ciento en el primer trimestre. El programable (no incluye el costo de la deuda estatal) en 11 por ciento. El de desarrollo social, el económico y de inversión en 7 por ciento, 14.4 por ciento y 6.9 por ciento, respectivamente. En lugar de jugar un papel anticíclico se convirtió en depresivo.
 
2) La menor actividad empresarial (consumo e inversión) que ha sido incapaz de ocupar el espacio cedido por el Estado en el desarrollo.
 
3) La caída en el consumo de la población debido a que la especulación de precios anuló el aumento salarial de 2013. El alza de la tasa de desempleo abierto de 4.7 a 5 por ciento entre febrero y marzo. La reducción de los trabajadores registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social en 21 por ciento entre noviembre de 2012 y marzo de 2013, de 745 mil a 585 mil.
 
4) La burbuja inflacionaria no sólo es “transitoria”. En parte es responsabilidad de la política de precios del Estado: el alza mensual de los energéticos (gas, gasolinas, electricidad) que superan al índice general (en marzo su tasa anual fue de 5 por ciento contra 4.3 por ciento), y de las tarifas autorizadas por el gobierno que en enero subieron a una tasa anual de 0.6 por ciento y en marzo 3.4 por ciento; sin duda, la sequía o la crisis aviar afectan a los precios. Pero ello también se debe a la crisis rural provocada por el abandono estatal, la irracional explotación de los recursos naturales, la pérdida de la soberanía alimentaria basada en la producción local que fue sustituida deliberadamente por las importaciones cuyos precios son volátiles y la especulación de los grandes productores y las comercializadoras ante la pasividad cómplice de los peñistas.
 
 
Con santa ingenuidad fingida, los peñistas suponen que algunas golondrinas (el alza de los precios de las viviendas en Estados Unidos, en las bolsas o la baja en los réditos europeos) anuncian una mejoría. En realidad, el mundo capitalista se mantendrá en estancamiento en lo que resta de la década debido a las políticas neoliberales impuestas y México no escapará de esa situación. Es más probable una recesión interna que un crecimiento aceptable. Sobre todo porque la política económica peñista no es anticíclica. La austeridad fiscal es depresiva y la política monetaria del banco central es inútil para apoyar la reactivación. La baja de los réditos topa con la usura de la banca privada. Europa es un ejemplo del fracaso de esa política monetaria.
 
Carstens augura un mejor crecimiento potencial con las reprivatizaciones. Es decir, la misma estrategia aplicada en 1983-2012 que sólo generó una expansión mediocre de 2.1 por ciento anual, en contraste con la tasa de 6.1 por ciento de 1950-1982, cuando la economía dependía fundamentalmente de la inversión y el consumo local.
 
La ideología y las políticas que profesa Peña Nieto son las mismas de la “modernidad” neoliberal mediocre. Con sus contrarreformas aspira a reforzar la edificación de un modelo que sólo ha arrojado el estancamiento crónico y la abismal desigualdad. Busca terminar de arrasar el viejo modelo que ofreció mejores resultados.
 

*Economista

 

 Fuente: Contralínea 335 / mayo 2013