En el cine, los musicales son para los adultos lo que hace unas décadas fue Disney para los niños de todo el mundo. El cine estadounidense además de representar una industria millonaria que factura más de 35 mil millones de dólares anuales y que compite con los dividendos de la industria armamentista, difunde con gran efectividad –cuando así se lo propone– los valores totalitarios para la economía, la política, la moral y la ideología política estadounidense.
Pero, como escribieron en 1971 Ariel Dorfman y el sociólogo francés Armand Mattelart en su libro Cómo leer al Pato Donald, los productos de la comunicación de masas y la cultura estadounidense no son cañonazos al aire, sino otra manera efectiva y clara de golpear. Dorfman y Mattelart descifraron en este pequeño gran análisis, editado en los años previos al golpe de estado en Chile, las claves de la cultura estadounidense con un acento lúdico que privilegian el control de masas, exigiendo una escasa participación y un cuestionamiento, diseñando para ello modelos de pensamiento únicos y totalitarios.
Pasadas varias décadas, bien valdría la pena estudiar qué ha sucedido con la influencia de la industria del cine hecho en Hollywood sobre el ánimo (Mood) del público, los votantes y los críticos del sistema estadounidense en los países emergentes amenazados por la era Trump.
No es casual que la multinominada cinta La La Land se transforme ahora en un fenómeno mediático en todo el mundo; lo mismo en China, India, España o México, justo cuando el presidente estadounidense Trump se consolida como uno de los hombres más odiados en la esfera política. Las redes sociales, el exacerbado individualismo y los contenidos multimedia potenciaron la difusión de los mensajes de La La Land, pero sobre todo sus símbolos como un verdadero tratado de semiótica, mientras el mundo mira y sufre el tiempo de Donald Trump y el neo imperialismo estadunidense, que lo mismo niega tres veces al TLCAN, desprecia a los migrantes, pacta con Rusia o amenaza con reiniciar la época de la guerra fría pero en otras latitudes. Fueron, por cierto, los primeros 60 días del gobierno de Trump cuando la película La La Land aprovechó para enquistarse en la conciencia colectiva con mensajes como: el sueño americano sigue vivo (claro, para algunos); por lo tanto se defiende a toda costa y no se abandona (Make America Great Again); lo que importa es el éxito, el dinero, no el amor; el jazz, la música de los pueblos de color, sigue viva, pero está a punto de morir como todo lo que no está en línea con el modelo de consumismo y el proteccionismo. Los estereotipos raciales siguen siendo los mismos y recuperan la historia que ya nos contaron en otros musicales. Hombre caucásico, piel blanquísima; delgado, impecable.
Tampoco es casual, por lo tanto, que La La Land o La ciudad de las estrellas se estrenara el 9 de diciembre de 2016, apenas un mes después de que Trump ganó la elección a la presidencia de Estados Unidos con un discurso hegemónico y autoritario; cuando las calles se llenaron de protestas, en las que por cierto participaron actores de Hollywood. No fue, por cierto, la entrega de los premios Oscar el epicentro de un performance social en contra de Trump. Se cuidan las formas de una industria billonaria y legendaria.
Tampoco puede ser casual que otro musical icónico de la cultura estadounidense, El Mago de Oz (1939), se presentara el mismo año en el que dio inició la Segunda Guerra Mundial por la invasión nazi a Polonia. Polonia igual que México se transformó, entonces, en el blanco del odio nazi y en el símbolo de la persecución. Si caía Polonia caería cualquiera, quiso contar el régimen de Hitler a quien se le compara con Trump y su propaganda.
Las audiencias necesitan un toque de esperanza y ello determina el éxito de un producto en la comunicación de masas. En México, la consultoría de estudios de mercado Nodo Research, que preside Luis Woldenberg Karakowsky y en la que participa como accionista un excolaborador del área de comunicación social de la Oficina de la Presidencia de la República, Édgar Cuevas Echaide, diseñó una metodología para medir el ánimo de la población en México. Lo interesante es que lograron un contrato con Presidencia de la República y este tipo de análisis – de circulación restringida – han formado parte de los cuadernos de trabajo del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Nodo Research trabajó, además, en un proyecto con la Presidencia encabezado por la consultoría estadounidense APCO Worldwide, en donde participó el ex secretario de Energía de Estados Unidos, Bill Richardson. The Mexican Moment y Saving Mexico fueron dos conceptos que tomaron como base los trabajos de estas consultorías especializadas en el ánimo de los votantes.
Pero volviendo a La La Land, agregaremos que este filme nos muestra otro filón de las herramientas que el sistema político y económico de Estados Unidos puede utilizar para cobrar influencia; el del entretenimiento, como ya lo demostró Disney durante muchas décadas. Igual que la Doctrina del Shock, descrita por Naomi Klein, como la evidencia de que el capitalismo emplea constantemente la violencia para influir miedo entre la población, y el terrorismo contra el individuo y la sociedad para controlar. Terremotos, inundaciones, crimen organizado, cambios en los modelos económicos privilegiando el libre mercado; la devaluación de todas las divisas ( todas pero el dólar no) y hasta la infiltración y el espionaje, son algunas vías de la Doctrina del Shock que –asegura la canadiense Naomi Klein– tuvo sus orígenes en el nacimiento de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) vinculada con la derecha radical y el realineamiento no partidista cuando ya se había agotado el orden establecido en 1930 por la política del New Deal de Franklin D. Roosevelt.
Después vendría un intenso trabajo de realineación de las ideologías políticas en Estados Unidos y una gran influencia del movimiento neoconservador que cobró mayor fuerza luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre, de acuerdo con el investigador Jesús Velasco en su trabajo La derecha radical en el Partido Republicano, de Reagan a Trump. En ese realineamiento y radicalización de la ultra derecha en Estados Unidos tendría su origen un hombre como Trump, con un altavoz como las redes sociales.
En fin, del otro lado de la Doctrina del Shock que impulsó en nuestro país a la generación de tecnócratas que participaron en la época de los Chicago Boys, está la industria del espectáculo que hace soñar a las audiencias y mostrar que el sueño americano –con Trump o sin Trump– existe. Es entonces cuando vemos en la pantalla grande a una barista con escasos ingresos que lucha por llegar a los sets de grabación, mientras de tarde en tarde conduce entre congestionamientos y autopistas en medio del desierto un flamante Toyota Prius híbrido, fabricado –por cierto– por una de las armadoras japonesas amenazadas por Trump de aplicarle nuevos impuestos si no cancela sus planes de inversión en México.
Y como escribieron en Chile, en la década de los setentas, Dorfman y Mattelart, mientras Donald sea poder y sociedad colectiva, el imperialismo y la contra cultura podrán dormir tranquilos. Tampoco, por cierto, es casualidad que miles o millones de mexicanos han visto La La Land, no una sino varias veces. Catarsis, le llaman.
Claudia Villegas
IQ Financiero
Contralínea 529 / del 05 al 11 de Marzo 2017
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