Moscú, Rusia. En vísperas de la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el New York Times publicó un artículo interesante de dos de sus autores –Gray Anderson y Thomas Mini– con un título llamativo: “La Organización del Tratado del Atlántico Norte no es lo que ellos dicen ser”.
El escrito comenzó destacando los últimos acontecimientos vinculados a la alianza, incluida la admisión de Finlandia y la invitación de Suecia. También se hace una revelación importante:
“[…] Desde el principio mismo de su existencia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte nunca se propuso como objetivo principal la acumulación de poder militar. Con 100 divisiones en pleno apogeo de la guerra fría, no podía enfrentar a los efectivos del pacto de Varsovia. La alianza no estaba en condiciones de repeler una invasión soviética e incluso las armas nucleares del continente estaban bajo el control de Washington. Más bien, el objetivo estadunidense fue vincular a Europa Occidental a un proyecto de establecer un orden mundial mucho más grande liderado por los Estados Unidos, en el que la ‘protección’ del Pentágono sirvió sólo como palanca para hacerse de concesiones en otros temas, como el comercio y la política monetaria, por ejemplo. En esta misión, Washington resultó ser sorprendentemente exitoso”.
Asimismo, describe cómo varios países de Europa del Este fueron arrastrados a la Organización del Tratado del Atlántico Norte mediante el empleo de trucos y manipulaciones. Ello, a pesar de la resistencia incial que demostraron. Los ataques a Nueva York en 2001 jugaron un papel definitorio.
Washington declaró una “guerra global contra el terrorismo”. Al mismo tiempo, estableció un régimen de terror equivalente, en sentido literal, al de Iraq y Afganistán y, en sentido figurado, arrastró a la fuerza a los nuevos miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. De esta manera, dichos países fueron más fáciles de controlar.
Gray Anderson y Thomas Mini también develaron los objetivos estratégicos fundamentales de Estados Unidos cuando señalan que:
“[…] La Organización del Tratado del Atlántico Norte funciona exactamente como fue diseñada por los planificadores estadunidenses de la posguerra, arrastrando a Europa a la dependencia del poder estadunidense, lo que reduce su espacio de maniobra. Lejos de ser un costoso programa de caridad, la Organización del Tratado del Atlántico Norte proporciona influencia estadunidense en Europa a muy bajo costo. Las contribuciones de Estados Unidos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y a otros programas de asistencia a la seguridad en Europa representan sólo una fracción muy pequeña del presupuesto anual del Pentágono, menos del seis por ciento según una estimación reciente”.
En Ucrania, el panorama es más claro. Washington será el garante de la seguridad militar y sus corporaciones se beneficiarán de una gran cantidad de pedidos de nuevas armas desde Europa. Mientras tanto, los europeos asumirán los costos de la reconstrucción de la posguerra –algo para lo que Alemania está mejor preparada que para aumentar sus fuerzas armadas–. Asimismo, este conflicto armado sirve como un ensayo general de la confrontación de Estados Unidos con China, en la cual no es tan fácil contar con el apoyo europeo.
Además de la alianza, Washington dispone de una segunda herramienta clave para el control de sus aliados: la propia Unión Europea. Hace más de siete años, la publicación británica The Telegraph dio la noticia de que no era más que un proyecto de la CIA.
Señaló hechos tales como la “Declaración de Schumann”. Ésta marcó el tono de la reconciliación franco-alemana y condujo a la creación de la Unión Europea. Fue una acción articulada por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Dean Acheson, en una reunión en el Departamento de Estado.
Por ese entonces, la principal organización fantasma de la CIA era el Comité Estadunidense para una Europa Unida. Fue presidido por William J. Donovan, un experimentado agente de inteligencia, quien durante la guerra dirigió la Oficina de Servicios Estratégicos. Sobre ésta, surgió la Agencia Central de Inteligencia en 1947.
Otro documento sugiere que este comité proporcionó el 53.5 por ciento de los fondos del Movimiento Europeo en 1958. En aquel momento, el consejo estaba compuesto por figuras como Walter Bedell Smith y Allen Dulles, quienes dirigieron la CIA en la década de 1950.
En la actualidad, se conoce el papel de Estados Unidos en la creación e imposición del tratado de Lisboa a la Unión Europea. Washington lo necesitaba para que fuera más fácil gobernar a Bruselas a través de sus títeres. Sin embargo, ésto no es suficiente y al gobierno estadunidense le parece poco.
En un artículo publicado por el periódico Financial Times, el exembajador estadunidense ante la Unión Europea, Stuart Eisenstadt, dijo que para resolver los problemas actuales se necesita una nueva estructura transatlántica entre Estados Unidos y la Unión Europea, comparable a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Sostiene la indispensabilidad de coordinar un nuevo formato. Algo así como la creación de Estados Unidos y Europa, donde los estados europeos, por supuesto, serán apéndices estadunidenses cumpliendo con la voluntad política de Washington.
Por lo tanto, las manifestaciones y declaraciones de Alemania y Francia sobre la autonomía estratégica no son más que retórica vacía. Ducunt Volentem Fata, nolentem Trahunt rezaba una máxima en la antigua Roma. Tal vez a muchos europeos les resulta desagradable darse cuenta de que sus países están arrastrando los pies hacia una dirección a la cual no quieren ir.
Leonid Savin/Prensa Latina*
*Investigador científico asociado a la Universidad de Rusia. Traducción del ruso por Oscar Julián Villar Barroso; doctor en ciencias históricas y profesor titular de la Universidad de La Habana
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