Si ya no avista perspectivas de futuro, desprecia a los políticos y la política, se retira a su esfera privada, es señal de que le robaron la esperanza.
Si ya no soporta el noticiero, cree que la especie humana fue un proyecto fallido y que todas las liberaciones terminan en opresiones, sepa que le robaron la esperanza.
Si destila odio en las redes digitales, desconfía de todos los que pronuncian discursos sobre la ética y la preservación del medio ambiente y sólo confía en su cuenta bancaria, no le quepa duda, le robaron la esperanza.
Si ya no alberga sueños de un futuro mejor, no se inyecta utopía en vena y no asume su protagonismo como ciudadano, sino que prefiere aislarse en su redoma de cristal, es señal de que le robaron la esperanza.
Los amigos de Job utilizaron todos los argumentos para que abandonara la esperanza. ¿Cómo se obstinaba en mantenerla si había perdido tierras, riquezas y familia? Job no introyectó la culpa, es decir no arrojó sobre hombros ajenos los males que lo afligían, no abominó de los reveses que le ocurrían.
Reza el poema de Franz Wright, inspirado en la plegaria del poeta persa Rabi’a al-Adawiyya: “Dios, si proclamo mi amor por ti por miedo al infierno, incinérame en él;/si proclamo mi amor porque ansío el paraíso, ciérramelo ante la cara./Pero si hablo contigo porque existes, deja/de ocultar de mí tu/infinita belleza”.
Fue en esa gratuidad de la fe, la esperanza y el amor que Job se sintió recompensado al contemplar la infinita belleza: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (42, 5).
Como escribió Spinoza en su Tratado teológico-político, “un pueblo libre se guía por la esperanza más que por el miedo; el que está oprimido se guía más por el miedo que por la esperanza. El uno ansía cultivar su vida. El otro, soportar al opresor. Al primero le llamo libre. Al segundo le llamo siervo”.
Usted, como yo, es víctima de promesas que se trasformaron en espejismos y desembocaron en frustraciones. Ni aun así admito que me roben la esperanza.
¿El secreto? Sencillo. No me aferro al aquí y ahora. Miro las contradicciones del pasado, marcado por retrocesos y avances. ¿Cuántas batallas perdidas no terminaron en guerras victoriosas? ¿Y cuántos emperadores, señores de la vida y de la muerte, desde los Césares hasta Atila, el huno; desde Napoleón hasta Hitler, no acabaron deshonrados por la historia?
Encaro el futuro a largo plazo. Sé que no participaré de la cosecha, pero me empeño en morir semilla.
No creo en discursos ni ato mi esperanza al paracaídas de algún ser superior que promete salvación a corto plazo. Exijo programas y proyectos, y juzgo a sus portadores según criterios rígidos. Trato de conocer su vida pasada, su compromiso con los movimientos sociales, su ética y sus valores.
Sé que el futuro será lo que hagamos en el presente. No espero milagros. Me arremango la camisa, convencido de que “quien sabe hace ahora, no espera lo que acontezca”. [1]
La esperanza es una virtud teologal. La fe cree; el amor acoge; la esperanza construye. Así como se hace camino al andar, la esperanza se teje como el alba en el poema de João Cabral de Melo Neto: “Un solo gallo no teje la mañana;/siempre necesitará de otros gallos./De uno que tome su canto/y lo lance a otro; de otro gallo/que tome el canto que antes lanzó otro gallo/y lo lancé a otro; y de otros gallos/que con muchos otros gallos se cruzan/los rayos de sol de sus cantos de gallo/para que la mañana, desde una tela tenue,/se vaya tejiendo entre todos los gallos”.
Me gusta el verbo esperanzar: desenrollar el hilo de Ariadna que nos conduce a todos hacia afuera del laberinto. Es un esfuerzo colectivo, una acción comunitaria, un trabajo común que nos hermana en la certeza que de dentro de la piedra mana el hilo de agua que forma el arroyo, hace el riachuelo, se convierte en río y rasga la tierra, riega los campos, alimenta a los pobladores de las riberas, hasta sumarse al lecho del océano.
Como dice Mário Quintana en Das utopias: “Si las cosas son inalcanzables… ¡caramba!/No es motivo para no quererlas…/¡Qué tristes los caminos, si no fuera/Por la mágica presencia de las estrellas!”
Nota
[1] Estribillo de la canción Pra não dizer que não falei de flores, de Geraldo Vandré. Estrenada en 1968, es un canto a la acción común en busca de cambios para el Brasil de la época. La composición se convirtió en un himno de la resistencia a la dictadura militar y fue censurada.
Frei Betto*/Prensa Latina
*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido internacionalmente como teólogo de la liberación; asesor de movimientos sociales
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 557 / del 18 al 23 de Septiembre de 2017