El verdadero opuesto de la verdad de hecho, como distinta de la racional, no es el error ni la ilusión, sino la mentira deliberada.
Hannah Arendt
Leo Strauss (1899-1973) fue un pensador alemán que escribió de manera extensa sobre filosofía política. Nacido en Kirchain, región del Hesse, recibió una educación judía ortodoxa y estudió en las universidades de Hamburgo, Marburgo y Friburgo, donde frecuentó los cursos de Husserl y Heidegger. En 1932, obtuvo una beca y abandonó Alemania para trasladarse primero a París y luego a Cambridge. En 1938, se mudó a Estados Unidos donde, entre otras universidades prestigiosas, fue profesor en la New School for Social Research de New York y en la Facultad de Ciencias Sociales de Chicago.
En sus libros sobre filosofía antigua –Platón, Aristóteles, Jenofonte–, medioeval –Maimónides (1135-1204), Al Farabi (872-950)– y moderna –Spinoza, Maquiavelo y Hobbes–, Strauss denuncia sin tapujos la tradición liberal de la modernidad. Algunos lo consideran el padre de los neoconservadores estadunidenses, ese grupo especialmente pernicioso, que incluía, entre otros, a funcionarios de primer nivel de la administración de George Bush hijo (2001-2009): Paul Wolfowitz, Abraham Shulsky, Donald Rumsfeld y Elliott Abrams (este último actualmente reciclado como comisionado de Trump para tratar la situación venezolana), además de los analistas políticos ultrareaccionarios, Robert Kagan y William Kristol. Removido su barniz nacionalista, la filosofía de los neocons se reduce a lo siguiente: dentro de la sociedad, algunos son aptos para mandar y otros para obedecer, aunque lo ignoren.
Habría que añadir que Walter Benjamin y Gershom Scholem mencionan a Strauss de manera elogiosa en su correspondencia de las décadas de 1920 y 1930. Ya en Estados Unidos, el filósofo se opuso al historicismo y al conductismo, una corriente que pretende descifrar el comportamiento humano a partir de las relaciones entre estímulos y respuestas. Fue sólo después de su muerte, en 1973, cuando salieron a relucir las implicaciones políticas de sus enseñanzas y de su escuela. No me queda claro si, como Maquiavelo, Strauss se limita a describir las modalidades del poder sin prescribirlas, ni alcanzo a percibir si la suya es una filosofía trágica o un manual de fechorías. Tampoco me interesa participar en el debate, entre otras razones, porque carezco de conocimientos especializados.
Lo que quiero es llamar la atención sobre un par de aspectos del pensamiento estrausiano que pueden arrojar luz sobre el nuevo conflicto que vive la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) a causa del intento, impulsado por una (mal llamada) élite académica, de destituir al rector, doctor Galdino Morán López. Apoyándose en la filosofía platónica, Strauss pensaba que la verdad es peligrosa para los gobiernos. Creía en la noble mentira y dividía a la humanidad en tres estratos: los sabios, los caballeros y el vulgo. Sólo los sabios llegan a conocer la verdad desnuda y cruda y sólo ellos pueden gobernar porque son los únicos que miran al abismo de las pasiones humanas sin corromperse. Amantes del honor y la gloria, los caballeros siguen a los sabios de manera entusiasta, a través de las sombras engañosas de la cueva de Platón. Totalmente abnegados, están dispuestos a emprender actos de heroísmo y autosacrificio, sin hacer demasiadas preguntas. Los demás, el vulgo, son egoístas descerebrados y sólo trascienden su pobre existencia cumpliendo las órdenes de los de arriba.
No pretendo demostrar que el grupo que busca destituir a nuestro rector se inspire en la filosofía de Leo Strauss. Dudo incluso que sus integrantes la conozcan. Sin embargo, y a pesar de que se autoproclaman herederos del movimiento universitario de 2010-13, parecen seguir al pie de la letra los preceptos estrausianos empezando por el uso descarado de la mentira. Denuncian un fraude electoral, pero saben de sobra que la designación de Galdino fue apegada a las normas y, aunque aleguen lo contrario, están conscientes de que la administración de Hugo Aboites no malversó fondos, ni desvió recursos y, por tanto, nunca existió un supuesto acuerdo entre Aboites y Morán para que el segundo encubriera al primero, una vez designado rector.
Saben todo esto y más, pero se consideran los únicos aptos para gobernar y están convencidos de que sus mentiras tienen una justificación noble: el advenimiento de ellos mismos, los sabios, a la rectoría de la UACM. Hay que admitir que son tenaces y han logrado que su narrativa tenga impacto. Es claro, al mismo tiempo, que actúan de manera torpe. El expediente de responsabilidades universitarias, por ejemplo, es una patraña sin pies ni cabeza. Pretenden probar que el rector es corrupto, pero no presentan pruebas; además las acusaciones no están basadas en auditorías ni en documentos fidedignos. Para colmo, es fecha que no han hecho público el expediente; la comunidad lo conoce sólo fragmentariamente y lo cierto es que ellos no lo han divulgado. Aún así, están convencidos de que –si empleamos la terminología estrausiana– los caballeros y el vulgo no podrán más que segundarlos.
En la actualidad, controlan a nuestro máximo órgano de gobierno, el Consejo Universitario (CU). Han nombrado, de manera ilegal, a las encargadas de despacho de la oficina del Abogado General y de Tesorería. También se han hecho del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales y de la estratégica Coordinación de Comunicación desde la cual, cosa verdaderamente inaudita, arman videoclips contra sus opositores (la serie que se conoce como uacemonstruos) con cargo al presupuesto universitario. Pero no les alcanza: quieren la rectoría y la quieren ya.
En teoría, la arquitectura institucional de nuestra universidad funciona a partir de una balanza de poder entre la administración, que debería ser un órgano ejecutivo, y el Consejo Universitario –electo por sufragio universal donde los estudiantes cuentan igual que los académicos– que debería ser un órgano legislativo. No existe ningún motivo por el cual rectoría y CU no puedan trabajar juntos, respetándose mutuamente, aun cuando pertenezcan a distintas tendencias académicas y políticas. Pero no es un conflicto ideológico o sobre el proyecto educativo. Es un conflicto de poder. Nada de balanzas; los sabios lo quieren todo y el fin justifica los medios. No importa que su apetito nos ponga en la mira del gobierno y de la prensa reaccionaria. No importa pasar por encima de la autonomía universitaria. No importa poner en riesgo la percepción que puedan tener los estudiantes de nuevo ingreso. Lo que importa es la rectoría.
Como Savonarola, los sabios están convencidos de que obedecen a un plan superior. Como Leo Strauss, saben que el estado de guerra permanente es el mejor medio para hacerse del poder y ahí están, tramando y desestabilizando a nuestra pobre universidad. Pero tienen mucha prisa y cometen demasiados errores. Los funcionarios del gobierno de la Ciudad que los patrocinan y con los que se reúnen periódicamente, les hicieron saber que la destitución debería de ser rápida, efectiva e indolora, pues lo que no necesita Claudia Sheinbaum es un nuevo conflicto en la UACM.
La indicación fue clara y perentoria: si destituyen al rector, háganlo en lo oscurito, poco antes de vacaciones, cuando estudiantes y profesores piensan en la playa, no en la rectoría. Pero los sabios se tardaron, se empantanaron en sus propios procedimientos y todo se postergó hasta agosto. Así las cosas, ya no será tan fácil destituir a Galdino sin conflicto. Y por demás, la mesa está puesta para que todo se les revierta y se geste un “efecto boomerang”, ese que analizaba Chalmers Johnson con respecto a la política exterior estadunidense. Tantas guerras y tantas mentiras pueden resultar contraproducentes para los mismos que las promueven. Si el vulgo –es decir, todos nosotros– se despierta, los aliados de ayer serán los enemigos de mañana y todo se complicará. Sea como fuere, es fácil prever que, aunque logre hacerse de la rectoría –lo cual está por verse– este grupo no escapará al juicio severo de la comunidad universitaria y de la ciudadanía.
¡No te acabes UACM!
Claudio Albertani*
*Responsable del Centro Vlady de la UACM; politólogo e historiador; doctor en ciencias políticas
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