Verificado 2018 ha hecho un puntual seguimiento de las mentiras que el panista Ricardo Anaya ha dicho a lo largo de la campaña electoral por la Presidencia de México. La lista de artificios con los que trata de embaucar a los indecisos es tan larga que supera al priísta José Antonio Meade, quien también recurre constantemente al engaño, para atraerse votos sin mucho éxito.
El enésimo embuste de Anaya podría ser la promesa que lanzó el 1 de junio pasado de castigar la corrupción, en caso de llegar a la Presidencia de México. Y de eso podríamos estar seguros porque muchos corruptos militan en el Partido Acción Nacional, y muchos empresarios que financian su campaña –aterrados porque Meade no levanta– son quienes pagan sobornos para obtener millonarios contratos del gobierno.
Es más, si Anaya quiere limpiar al país de corruptos que empiece por Vicente Fox y Felipe Calderón, máximos representantes de la rapacidad del erario. Pero el candidato panista no ha hecho mención alguna de su interés por castigar lo que –de los 2 sexenios anteriores– Enrique Peña no pudo o no quiso.
En su gira por Campeche, Anaya aseguró ante una comunidad petrolera en crisis: “Vamos a llegar hasta las últimas consecuencias en casos de corrupción como el de Odebrecht. Como ustedes saben hay solamente dos países en toda América Latina en los cuales no ha habido consecuencias por estos escándalos de corrupción y esos dos países, da vergüenza decirlo, son Venezuela y México”.
Esa misma impunidad que critica en el tema de Odebrecht –que por supuesto existe en ese y otros casos sucedidos en este sexenio– también la debería observar en miles de raterías cometidas en los gobiernos de Fox y Calderón. ¿O acaso Anaya, que dice estar muy preocupado por los males que aquejan a México, desconoce que esos dos expresidentes extraídos de su mismo partido son responsables de saquear las finanzas públicas?
Fox, por ejemplo, desapareció miles de millones de pesos de los excedentes petroleros e hizo de la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex) su mina de oro. Los hijos de Marta Sahagún, su esposa, cabildeaban directamente los contratos para obtener dinero como “gestores”, y para muestra está el caso de Oceanografía.
Para ellos “gestoría” era la palabra bonita que ocultaba lo que en realidad sucedió: la burda manera de traficar influencias al más alto nivel, utilizando como método de presión su cercanía con el mandatario. Varios grupos empresariales ligados al PAN se beneficiaron así.
Por ello, la lista de casos que Anaya debería castigar forzosamente tendría que incluir las raterías y atrocidades cometidas por esos dos panistas y sus familias, no sólo en Pemex sino en el resto de las instituciones.
Y aquí entra el caso de Margarita Zavala, cuya familia estuvo más que involucrada en la tragedia de la Guardería ABC, en Sonora. Primero por la opacidad de la subrogación con la que el Instituto Mexicano del Seguro Social favoreció a una de sus primas, y segundo por la impunidad que ésta recibió pese a ser responsable de la muerte de 49 bebés en el incendio del 5 de junio de 2009.
¿Acaso Anaya no sabe que, con el PAN en el poder, los índices de percepción de la corrupción nos colocaron, a nivel internacional, entre los países peor evaluados? O lo sabe pero prefiere ocultarlo, que es otra forma de mentir a la sociedad.
Fox no sólo olvidó su promesa de encarcelar a los peces gordos del PRI, sino que además de garantizarles impunidad a ellos, generó los propios. Y Calderón, pues nunca estuvo comprometido con el país: siempre vio por sus bolsillos, los de sus amigos y financiadores mexicanos y extranjeros.
Por ello a Anaya hay que recordarle más de esos ilustrativos casos que tanto laceraron a los mexicanos, a ver si se atreve a decir por lo menos que, de llegar a la Presidencia, los investigará.
Y aquí no podemos olvidar la gran estafa de la Estela de Luz, que popularmente fue renombrada como la Estela de Corrupción. Como se recordará, la construcción fue encargada por el gobierno de Calderón para las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. En un país con más de 50 millones de pobres, el inútil gasto ascendió a 1 mil 35 millones de pesos, cuando su costo original había sido presupuestado en sólo 200 millones de pesos. Por si eso no fuera demasiado, la obra fue entregada con 15 meses de retraso.
Otro elefante blanco del calderonismo nos regresa la mirada a Pemex: se trata de la inexistente Refinería Bicentenario, obra también vinculada a la celebración de esas revueltas populares. Y es que, aún sin construirse, ésta costó 3 mil 453 millones 395 mil pesos. Así es: el erario de Petróleos Mexicanos se destinó a algo que ¡no existe!
El multimillonario recurso cubrió el costo del terreno donde iba a construirse la refinería, ubicado en Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula de Allende, Hidalgo. Un terreno inutilizado que Pemex no necesitaba y por el cual se detuvieron otras inversiones urgentes. Aunado a ello, en la barda perimetral del sitio se gastaron otros 90.5 millones de pesos.
Pero al parecer Anaya no recuerda que el PAN ha contribuido –y demasiado– a la destrucción de Pemex, pues en su misma visita a Ciudad del Carmen argumentó que el actual gobierno federal acabó con la industria petrolera, tanto por su mal manejo financiero como por la corrupción.
Que alguien le explique al candidato panista que Calderón y Fox no sólo saquearon las finanzas petroleras, sino que iniciaron la crisis de las refinerías y las privatizaciones del sector en áreas hasta entonces vedadas por la Constitución, al “inventar” los contratos de servicios múltiples que claramente violaban la ley.
No podemos dejar de mencionar otros elefantes blancos sucedidos en sus sexenios, como el fraude de Enciclomedia; los innumerables atrasos y sobrecostos de la Biblioteca Vasconcelos; la fuga del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, el Chapo; y la fracasada Plataforma México, por mencionar apenas los más emblemáticos y multimillonarios atracos con sello panista. Tampoco olvidamos la tragedia de Pasta de Conchos, porque la corrupción también cobra vidas, y muchas.
Nancy Flores
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