Los periodistas no son jueces

Los periodistas no son jueces

Alberto Pérez Herrero*/Centro de Colaboraciones Solidarias

El periodismo es la profesión con mayor intrusismo en la actualidad y también una de las más vilipendiadas. A nadie se le ocurre realizar una intervención quirúrgica a corazón abierto sin los conocimientos ni los instrumentales adecuados, pero cualquiera se atreve a escribir y, lo que empieza a ser peor, a pontificar sobre cualquier asunto. En los tiempos gloriosos del periodismo, y no hace tanto, su verdadera función era el servicio a los ciudadanos a través de la denuncia de las injusticias y de la vigilancia del poder. Sin embargo, esta situación ha degenerado en auténticos medios publicitarios en manos de los partidos políticos y poderes económicos sin tener en cuenta a la sociedad, que vive anestesiada por la alterada realidad que se le quiere presentar.

Los medios de comunicación se han convertido en simples empresas donde lo único verdaderamente importante es ganar dinero a cualquier precio, la mayoría de las veces con escasos recursos humanos, sin sentido común, sin investigar, sin cotejar datos, sin comprobar fuentes y sin que las informaciones tengan en cuenta todas las versiones, pero abarcando el mayor número de medios de difusión posibles para que la información parezca tan universal como creíble e irrebatible.

Estos motivos me llevaron hace algún tiempo a desconfiar de dos tipos de periodistas: por un lado, los que presumen de que a ellos nunca les han censurado o cambiado un titular o una información, porque demuestran que tienen tal autocensura previa que se preocupan más de no molestar al poderoso que de servir al ciudadano. Por el otro, los que pregonan a los cuatro vientos que ellos sí son objetivos… ¡Porque la objetividad no existe!, y lo que hay que reclamarle a un periodista es honestidad, es decir, que siempre quiera decir la verdad.

Un hecho trágico ocurrido a finales de julio pasado vino a reafirmar el triste momento que vive el periodismo: las 79 víctimas mortales que dejó el descarrilamiento de un tren a la entrada de Santiago de Compostela, España, volvió a poner en evidencia la peor forma de informar. ¿No se aprendió nada de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Estados Unidos; del 11 de marzo de 2004 en Madrid, España; del 7 de julio de 2005 en Londres, Inglaterra; de la masacre de Utoya, Noruega, en 2011…? España fue el único país en el que muertos, mutilados y ensangrentados llenaron portadas de periódicos e imágenes en la televisión y en internet en los atentados de los trenes en 2004… Y 9 años más tarde ha vuelto a ocurrir.

¿Qué aporta el morbo a la información? ¿Qué curso de ética periodística se saltaron quienes deciden exhibir “imágenes impactantes” para “vender más” o tener “más audiencia”? Resulta inexplicable el porqué, ante cualquier suceso que conmociona a la sociedad, hay que buscar siempre un culpable mediático y condenarlo aunque sólo se tenga el argumento de su mal comportamiento en los años de colegio…

Los periodistas somos notarios de la actualidad, narradores de historias, sin adornos, sin hacer de jueces ni adivinos, sin que tenga que haber héroes y villanos en cada información, sin destrozarle la vida a un inocente pero tampoco haciéndolo con las familias de las víctimas. Es tan fácil de entender como preguntarse en estos casos si se publicarían imágenes o darían tantos datos irrelevantes como escabrosos si la víctima fuera un familiar nuestro… Así de sencillo, así de duro.

Hay demasiada hipocresía sobre el nuevo periodismo y la ética cuando todos los medios tienen las mismas imágenes, fotos o información, pero cuando hablamos de “exclusivas”, ahí cada uno defiende su derecho a informar por encima de todo y de todos.

Está claro que hasta que el sentido común, la sensibilidad, la formación adecuada y escribir de lo que realmente le preocupa a los ciudadanos y no de lo que le interesa a los políticos y a las empresas periodísticas para ganar dinero, no se impongan en las redacciones, la regeneración periodística será inviable. Cualquiera con un simple smartphone seguirá considerándose periodista del mismo modo que cualquier director o editor con una portada o imagen dictará sentencia mediática ante un hecho, aunque luego la justicia lo archive o lo declare inocente.

Ya lo decía el maestro Ryszard Kapuscinski: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.

*Periodista

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Fuente: Contralínea 352 / 16 al 22 de septiembre 2013